Por más que nos preparemos para evitar la tragedia, no podemos evitar poner nuestras emociones por encima de uno mismo, como si nos representara lo que en realidad somos; por fortuna, no lo hacen. En el mundo de los estímulos, no somos más que un conjunto de circunstancias forzadas a pasar, y lo peor es que no podemos impedir las situaciones que nos agobian, o agobiaron en su momento, porque son parte de la vida misma. Por eso, algunos de mis recuerdos siguen doliendo cada vez más con el paso del tiempo, y está bien.
Entre esos recuerdos dolorosos, tengo el presente escrito. A pesar de lo que significó en su momento, actualmente, lo veo de otra manera y creo que me enseñó una virtud que algunos aún no han encontrado. Escuché de alguien decir algo parecido sobre: El cambio es una mariposa que se posa sobre el hombro de uno. Debo decir que la imagen mental de la escena me resulta inesperado, pero, por supuesto que después de este hecho, uno no puede llegar a ser indiferente. Lamentablemente, era el tipo de persona que no se daba cuenta de la mariposa y seguía mirando hacia al frente, ignorando su existencia.
De cualquier modo, uno elige en qué creer y de qué modo hacerlo; lo que estoy haciendo es, considero, un bien necesario para alejar malos pensamientos y hacer que la herida no duela tanto, pues escribir me ha dado una esperanza de sanación en los adentros de mi alma. Asimismo, espero, en verdad, un cambio positivo en mi vida después de escribir esta anécdota. Además, invito a el lector a una reflexión para su vida. Por lo mismo, no soy nadie para juzgar ni reclamarle a alguien en cómo vivir su vida, si apenas pude con la mía.
Todo queda en sus manos, usted es el único que puede juzgarse y pensar en cómo le puede afectar mi anécdota.
***
Yo no crecí con mi padre, mamá era la única figura paternal que tenía y, aun así, no la veía mucho en casa. Recuerdo que nos mudamos por motivos de trabajo y la casa era de dos pisos, el primer piso era cochera y en el segundo piso estaba “ mi hogar”. Aunque mi madre se lo alquilaba a una señora anciana para que nos quedásemos con una cierta parte del piso, así que, en realidad, no era mi casa. La cochera también era de la anciana y de esa manera se ganaba la vida. Por cierto, mamá siempre estaba afuera por el trabajo, incluso, dormía cerca de su trabajo para ahorrar un poco de dinero y solo la veía en ocasiones especiales.
Mi cuarto tenía juguetes de un niño que nunca conocí y fotografías de una familia feliz. Había una en particular en donde este desconocido abraza por detrás a su padre, abrazando torpemente su cuello. Su progenitor le correspondía con una sonrisa y eso me daba un poco de envidia. Por eso siempre evitaba mirar a esa pared.
Pensaba en todos esos juguetes, como los recuerdos apreciados de este niño. Diferentes etapas que no había presenciado, pero podía sentir el amor que rebosaba en cada uno de ellos; la pintura a base de plomo se había desgastado y con eso, podía saber de vista cuanto tiempo había jugado con los juguetes, que yacían tranquilos en los estantes. En más de una ocasión ideé una excusa para tirarlos. Pero siempre recordaba que nada de lo que me rodeaba, era mío. Y desistía.
Al fin al cabo, era una sanguijuela. Llegué a esa conclusión después de imaginarme en el trabajo de mi madre, luciendo su uniforme manchado de colorante. Mamá, en ese momento, trabajaba en una fábrica de dulces de control de calidad. Recuerdo que, en solo una ocasión, me permitió ver su trabajo y la verdad me aburrí de ver los mismos productos llegar, pero mamá se lo tan tomaba tan enserio, que su vista se fue apagando y tuvo que conseguir unos lentes. A diferencia de mí, yo no podría llegar a ese nivel de dedicación, me aburriría rápido.
Mirando esto en retrospectiva, creo que mamá me quiso decir, que no quería que acabara como ella, sin estudios, porque eso era lo único que me esperaría al final.
También, me pregunté sobre el pasado de la anciana de la casa. ¿Cómo encontró la clave para vivir una vida sin preocupaciones y libre de trabajo? Su casa, en sí, representaba un cuidado por el detalle y por eso mismo podía utilizarlo para arrendarlo y ser útil para refugiar personas como yo, cobardes. Recuerdo que además paseaba en la cochera viendo los autos más nuevos de la época y me las imaginaba conduciéndolas; era lo único que podría anhelar en hacer. En una ocasión miré, refugiándome en las escaleras, a la anciana hablando con un señor sobre comprar un auto bonito, mi sorpresa fue saber que le estaban comprando un Volkswagen Golf Mk1 (no sabía el nombre del modelo en ese momento) a la anciana.
Después de observar, analizar y comparar, saqué esa conclusión mencionada anteriormente, era concisa y absoluta, era una sanguijuela. Mantuve ese pensamiento presente por mucho tiempo…
Medio año pasó, y por fin me pude atrever a hablar con la vieja de la casa. Supe que su nombre era María Elena y había construido la casa en donde vivía, ella sola. Dijo que su deseo más profundo, era vivir en la casa de sus sueños y cuando lo cumplió, no supo que hacer después. Decidió alquilar la casa para recuperar su inversión, y ese plan había estado vigente hasta ese momento
Le pregunté sobre las fotos de mi cuarto, de quien eran esas fotos, y si podía quitarlas o guardarlas en algún lado. Su mirada decidida y su silencio me bastó para entender que no hiciera nada; esos ojos oscuros de un profundo vacío me hicieron temblar en su momento. Ahora busco una mirada igual, me hace falta.
Cuando terminamos de hablar, analicé sus palabras y me di cuenta que me había equivocado en algo: ella aún vivía con preocupaciones, y su casa ya no era suya tampoco, ella también era una refugiada como yo, viviendo como una sanguijuela, como una cobarde.
No me consta que María Elena siga viva, pero sé que la casa sigue en renta.
***
Pasó el tiempo y crecí con esa mentalidad; nada de lo que era mío me pertenecía en realidad. Tampoco nada por lo que pelear. Cada día me despertaba sintiéndome vacío, no tenía una motivación clara. Me sentía un parásito de la sociedad, un desperdicio de vida, y de aire, y de espacio; es por eso que me alejé de la gente. El tiempo me llevó a diferentes lugares, en otras palabras, me convertí en un vagabundo. Cualquier lugar podría ser mi “hogar”, si estaba realmente cansado, no me costaba dormir en callejones solitarios o en techos de cartón.
#1785 en Otros
#350 en Relatos cortos
#35 en No ficción
vida real y las lecciones que nos da, anécdotas y sueños, reflexiones sobre el sentido de la vida
Editado: 27.11.2025