La lluvia comenzó como un susurro, un rumor sordo contra los cristales de la ventana del salón, y pronto se convirtió en un estruendo que ahogaba cualquier otro sonido. Para Milena, cada gota era un latigazo de ansiedad. Apretó a Mía, que dormía plácidamente envuelta en una manta, contra su pecho. El corazón le martilleaba con una fuerza que sentía capaz de despertar a la bebé. Había llegado hacía media hora, empapada y temblando, después de una larga caminata desde el modesto apartamento de su amiga Clara, donde había pasado los últimos nueve meses escondida. Pero ya no podía esconderse más. El dinero se había acabado y la leche también.
La puerta de la casa familiar se abrió no con la bienvenida que ella anhelaba, sino con la fría severidad de su madre, cuyo rostro se demudó al ver el bulto en sus brazos.
—¿Milena? Dios mío… ¿Qué es eso? —susurró la mujer, pálida, mirando hacia atrás como si temiera ser descubierta.
—Madre, por favor… necesito ayuda —suplicó Milena, la voz quebrada por el llanto y el frío—. Es tu nieta. Se llama Mía.
Antes de que su madre pudiera responder, una sombra grande y colérica llenó el marco de la puerta.
—¿Qué pasa aquí? —la voz de Don Ricardo, su padre, retumbó en el vestíbulo, tan potente como el trueno que acababa de estallar—. ¿Milena? ¿Dónde diablos has estado? ¿Y qué…?
Sus ojos, al principio confusos, se clavaron en el pequeño bulto que ella protegía con ferocidad. La comprensión, lenta y venenosa, fue iluminando su rostro hasta transformarlo en una máscara de furia pura.
—¿Qué es ESO? —rugió, señalando con un dedo acusador que temblaba de rabia.
—Padre, por favor, déjame explicarte… —aventuró Milena, retrocediendo un paso instintivamente.
—¡¿Explícarme qué?! —Su voz era un estallido que hizo que Mía se agitara y comenzara a quejarse—. ¡¿Nueve meses desaparecida, sin una palabra, y vuelves así… con… con ESO en brazos?!
—¡No es un "eso"! —replicó Milena, encontrando un hilo de valor en la defensa de su hija—. ¡Es tu nieta! ¡Se llama Mía!
—¡No tengo ninguna nieta! —vociferó él, avanzando hacia ella. El aire a su alrededor parecía vibrar—. ¡Has arruinado todo! ¡Todo el honor de esta familia, todo el futuro que habíamos construido para ti! ¡¿Con quién fue?! ¡¿Ese buen para nada con el que te veías a escondidas?!
—¡Eso no importa! ¡Él ya no está! —gritó Milena, las lágrimas mezclándose con la lluvia que still goteaba de su ropa—. ¡Lo único que importa es que esta es mi hija y necesita comer, necesita calor!
—¡Lo que necesita es no haber nacido jamás! —escupió su padre con un desprecio que le partió el alma a Milena—. ¡Has manchado nuestro nombre! ¡Has traído la vergüenza a esta casa! ¡La hija de Ricardo Valdez, ¡soltera y con un bastardo!
—¡Ricardo, por favor! —intervino la madre, con voz temblorosa, agarrando el brazo de su marido—. ¡Es nuestra hija! ¡Y la niña…!
—¡Cállate, mujer! —la apartó de un golpe seco—. ¡Esto es por tu culpa! ¡Por criarla con demasiada libertad! ¡Pensando que era moderna! ¡Mira tu modernidad ahora! ¡Mírala! ¡Una cualquiera en la puerta de su casa!
Mía lloraba con fuerza ahora, el sustento y el frío haciéndola gritar. Milena la acurrucó desesperadamente, intentando calmarla.
—Padre, te lo suplico… solo déjanos pasar esta noche. Mañana me iré, pero ella tiene frío…
—¡No pasarás ni un segundo más bajo este techo! —rugió él, cegado por una ira que no dejaba espacio para nada más—. ¡Cada respiro que das aquí es una bofetada a mi honor! ¡Has tomado tus decisiones, Milena! ¡Ahora asume las consecuencias!
—¿Consecuencias? ¡Es un bebé! ¡No un delito! —gritó ella, la desesperación rasgando su voz.
—¡Para mí lo es! —Su padre abrió la puerta de par en par, dejando que el vendaval de lluvia y frío entrara como una invasión—. ¡Sal de aquí! ¡Lárgate con tu… tu pecado! ¡Y no vuelvas nunca! ¡Has dejado de ser mi hija! ¡Has deshonrado a esta familia para siempre!
—¡Padre, NO! —Milena gritó, viendo el abismo absoluto en los ojos del hombre que la había criado. Ya no había amor, ni recuerdo, solo un odio feroz y cegador por lo que ella representaba.
—¡FUERA! —fue el último grito, seguido de un empujón brutal que la hizo tropezar y caer de espaldas sobre los escalones mojados de la entrada. Por un milagro, giró el cuerpo para proteger a Mía, que recibió el impacto contra su pecho y gritó aterrorizada.
Desde el suelo, empapada, magullada y con el alma hecha añicos, Milena alzó la vista por última vez. Vio el rostro desencajado de su padre, la mirada llena de pánico y dolor de su madre, que no se atrevía a moverse, y la puerta familiar, que comenzaba a cerrarse.
—¡Nunca! —fue la última palabra que escuchó, un latigazo final antes de que el pesado portón de roble se cerrara con un estruendo sordo y definitivo, dejándolas solas en la noche, a merced de la tormenta.
El sonido del cerrojo al correrse por dentro, áspero y definitivo, fue el sonido de su vida partiéndose en dos; un crujido seco que resonó no solo en la habitación vacía, sino en lo más profundo de su alma, fracturando para siempre lo que una vez fue. De pronto, ya no tenía pasado, ese quedó irrevocablemente atrapado al otro lado de la puerta, convertido en un fantasma de recuerdos a los que no podría volver. Y el futuro, por delante, se presentaba como una calle oscura, desolada y fría que se perdía en la noche infinita, un túnel sin luz al final, un vacío que prometía solo incertidumbre y soledad.
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Editado: 06.09.2025