A la mañana siguiente en la cafetería...
Lucca mira su reloj, se nota ansioso, al parecer espera a alguien. El café que pidió ya está frío, vuelve a mirar la hora, y con la decepción claramente dibujada en su rostro, se fue.
Lleva una maleta de viaje.
Aline bosteza, han pasado dos horas y nadie entra a la florería, entonces decidió cerrar. Hace frío, la excusa perfecta para beber una taza de café caliente. Espera verlo llegar.
Mientras revuelve su café, pequeñas gotas golpean contra la ventana. Cada vez que suena la campanilla, su corazón se agita. Soñó tantas veces compartir un momento con Lucca, hablar de algo interesante o simplemente en silencio ver la lluvia caer. Pero él no llegó.
Ahora solo ve el vaho del café desvaneciéndose tal como sus sueños.
Respiró profundamente, decidió hacer algo, no se quedará con esa angustia a cuestas, aunque sea una ilusión que solo ella creó en su mente, de todos modos, decidió confesar sus sentimientos a Lucca. Es mejor hacer algo que no haber hecho nada, o algo por el estilo… Piensa. Así tendrá algo que recordar cuando sus cabellos estén tan blancos como los de su abuela. El rechazo dolerá menos con el pasar de los años.
Cuando llegó a la biblioteca, se encontró con una muchacha que no había visto antes.
—Yo (dudó algunos segundos), necesito hablar con Lucca, —dijo tratando de parecer segura de sí misma.
Aunque interiormente pensaba en el ridículo que estaba por hacer. Tal vez sería mejor reconsiderar su valentía incipiente y dar un paso atrás.
— El señor Lucca y la señorita Violet acaban de viajar al extranjero.
Aline pestañea, es una información que todavía no logra procesar.
—Creo que necesitas sentarte, iré por un vaso de agua, dijo la muchacha al ver su palidez.
Pero Aline no resistió quedarse un segundo más en aquel fascinante lugar que ahora le parece inmensamente vacío como su corazón.
Camina por las calles, lentamente., dejando que todo el mundo avance velozmente a su alrededor.
Llegó a su casa, tiene tantos deseos de llorar, pero todas las lágrimas se quedan atoradas en la garganta. Él se fue con su prometida. Siente rabia de sí misma, ella es la única culpable de sus delirios. No puede reclamar ni sentirse traicionada, no tiene derecho a sentirse así.
El viento y la lluvia azotan contra la ventana.
Salió de la casa, corrió por las calles resbaladizas, hasta que perdió el aliento. Sabe que es inútil correr, que no llegará a ningún lugar.
Y así se quedó quieta bajo la lluvia. De todos modos no perdió un amor... perdió las ilusiones.
No se construye una realidad de sueños color rosa. Tal vez si deja de buscar, sea el amor quien la quiera encontrar.
Fue cuando, alguien la cubrió con su paraguas.