Una mañana de sábado, Ismael se fue del pueblo.
Yo lo miré desde lejos. Cuando el tren se alejó sentí que mi corazón se iba con él.
Esa primera semana, sin él, me sentí como una flor marchita, llorando frente a un tarro de helado... Creo que aumenté tres kilos.
Una noche mi tía llegó maldiciendo y llorando, Billy la dejó por otra mujer más joven, le robó sus ahorros y se fue.
Sentí lástima por ella, sé bien como se siente tener el corazón roto.
Se pasa todo el día durmiendo y sale a trabajar ya avanzada la noche.
Una mañana, el teléfono comenzó a llamar, no lo podía creer, era mi hermana Ximena. Dijo que me fuera a vivir con ella y su esposo. Que pronto dará a luz y quiere que la ayude con el bebé.
La verdad no sé qué pensar. Mi mundo está al revés.
Clara sale con un compañero de la escuela y mi tía se fue con un nuevo amante.
Y así llegó el invierno, miro la lluvia caer mientras el tazón de chocolate se enfría. Y fue una de esas noches que Ismael golpeó mi puerta.
Dijo que estaría poco tiempo, que quería hablar, pedirme perdón. Parecía sincero o eso quise creer.
Le pregunté por su novia, dijo que fue un error, me miró con ojitos de cachorro.
Dejé que me abrazara, lo abracé también.
Le pedí que no se fuera.
—Quédate conmigo.
Él me sujetó de las manos.—No puedo quedarme, pero te daré algo que puedas recordar siempre.
Mientras Ismael me empuja contra el blando colchón, pasan por mi cabeza todas esas fantasías tejidas en mi mente, tal vez me ama.
Siento el peso de Ismael sobre mi espalda, siento que me ahogo en el deseo. Nos besamos, mientras entra en mí, ha crecido mucho y el dolor se hizo más agudo, leve sonrisa... Me reí cuando jadeó y maldijo. Si no me quieres, pregunté, por qué vienes y me haces esto. Él contestó que lo hace porque quiere y porque yo se lo permito. No tuve fuerzas para apartarlo, es más, lo abracé con mis piernas. Mientras sigue moviéndose dentro y fuera de mí... Vuelvo a reír, Ismael no puede evitar gemir. Gritó algo que no entendí cuando el orgasmo nos sacudió a los dos. Se desplomó sobre mí, sentí su cuerpo temblando.
Esperé que me dijera algo más acorde con lo que acabábamos de hacer.
Un "te quiero" sería una buena manera de terminar la noche. Pero se quedó profundamente dormido, sonreí y me acurruqué a su lado, la verdad, yo también estaba agotada.
A la mañana siguiente.
Desperté con el ruido de la moto, corrí hasta la puerta, pero no lo alcancé. No sentí rabia, solo una gran desolación.
Entonces decidí marcharme también.
Tomé mi cajita de cartón con todos mis recuerdos. La corona, el envoltorio de chocolate, la pieza del rompecabezas, el botón... los dibujos, y los boletos de aquella vez que fuimos al cine, no recuerdo la película, pero sí recuerdo los besos de Ismael. Estuve un rato soñando por última vez mirando el mar que estaba demasiado tranquilo, no así mi corazón. Luego encendí un fósforo y mis sueños rotos se convirtieron en cenizas.