Habían pasado algunos días de conocer a Blate y la agonía de mis sentimientos se había arraigado nuevamente. El peso muerto que cargaba sobre mis hombros y la pena del dolor amargo de la cercana fecha de aniversario de Layla se colmaban en una premeditada tormenta sobre mí.
Abrí la galería para el público y me paseé por ella reflexionando en mis pensamientos; cada cuadro que estaba ahí tenía una importante historia que contar de mi vida. Formalizaban mi única alegría coleccionable que poseía. Algunos contaban historias con mis padres, otros —en su gran mayoría—, hablaban de Layla y el amor que le profesaba.
Noté una mujer al final del pasillo con una esbelta cabellera rojo fuego examinando uno de mis cuadros favoritos y sentí nostalgia por aquel recuerdo. Me acerqué con cautela para observarlo de cerca también y la mujer se volteó en mi dirección.
—Cuando dijiste que eras pintor, por alguna razón pensé en frutas en un tazón y demasiados paisajes. Pero esto —señaló las figuras de colores altercándose en el lienzo con evidente fascinación— es hermoso, John. ¿Dónde aprendiste a pintar de esta forma?
Estaba sorprendido por volver a verla, y la sensación de paz que embadurnaba los rasgos definitorios de aquella mujer parecía contagiarse a mi entorno —por segunda vez— al escucharla hablar.
—Viví con mis padres en un campo, el vecino más cercano se establecía a quince kilómetros de distancia. Tenía demasiado tiempo libre.
—Vaya, y yo he vivido encerrada en una ciudad como esta durante toda mi vida con la promesa de que era más divertido que las praderas. Me siento estafada.
Esbocé incontenible una sonrisa. ¿Por qué sonreía tan a menudo con ella cerca? Repentinamente sentía que me agradaba la compañía cuando llevaba casi un año evitándola.
— ¿Qué haces aquí, Blate? —Inquirí. Ella se encogió de hombros recorriendo mi colección con interés.
—Me dijeron que había una galería de arte fabulosa aquí, y soy una estupenda columnista de interés social que está interesada en saber de qué se trata —explicó—. No te hagas ilusiones, soy implacable y muchas galerías han llegado a la bancarrota por mí, John.
Una nueva sonrisa infantil en mi semblante.
Se detuvo frente a un cuadro de tonos grisáceos y oscuros y su boca cayó ligeramente
— ¡Oh mi dios, esta es hermosa! Es una mujer, ¿no es así? La forma de esos ojos, la delicadeza de sus manos y la posición que toma al recostarse y fusionarse con su entorno como si perteneciese al mismo o…como si transformara todo a su alrededor.
—Exactamente eso siento yo al ver aquel lienzo. La finura de una mujer mezclándose con la fortaleza de su espíritu y revolviendo su entorno en una huracanada tormenta en la que se convierte todo, ante sus sentimientos de naturaleza pura.
Cuando acabé de explicar Blate me observaba en silencio desde su posición mientras que yo la rodeaba con mi acercamiento distraídamente. Sus ojos eran profundos y casi podía verme a través de ellos y la arrasadora emoción que latía en aquel brillo. La observé humedecer sus labios y disparar una corriente eléctrica por mi cuerpo que aceleró mis latidos y colocó mis sentidos en alerta; devolviéndome el control de mis piernas que instantes antes había perdido.
La observé recuperarse confundida y establecí las pautas de mis pensamientos ante aquellas emociones que habían despertado extrañamente en ese momento.
Las palabras se perdían en mis cuerdas. Ella me observó un momento.
—Muchas de estas pinturas son difíciles de comprender —argumentó, observando a su alrededor—. No creo que tenga el suficiente tiempo para oír todas las historias detrás de los lienzos… Pero tal vez podrías contármelas en un almuerzo —alcé las cejas—. Mañana estoy libre.
No podía comprenderla y su naturalidad me embargaba el habla casi tanto como sus ingeniosas conversaciones provocaban torpes sonrisas en mi rostro. Extrañamente su compañía me agradaba pero de alguna forma su invitación se sentía mal. No podía continuar con eso.
—Lo siento, Blate pero no puedo.
— ¿Tienes trabajo? —Se encogió de hombros—. Podemos quedar otro día, pero soy una mujer muy ocupada así que no presiones mi tiempo.
Otra ingeniosa contestación. Otra reacción divertida en mi rostro. Pero la sombra de Layla latía en mis sentimientos aún.
Un profundo dolor atravesó mi pecho. Se sentía como si estuviesen clavando puñales a mi corazón. La agonía persistía en mi alma y llevaba arraigada a ese sitio desde hacía tiempo; estaba seguro que difícilmente conciliaría apartarla. Blate me estudió por algunos minutos antes de esbozar una honesta sonrisa.
—John —dio un paso hacia mí—, estoy segura que fue una estupenda mujer en vida, pero ahora sólo ocupa un oscuro recuerdo que te impide continuar con la tuya. Me agradas, y si no fuera por el temor que sientes al pensar que la traicionas continuando el curso de tu vida, te hubiese besado hace algunos minutos. —Su honestidad me tomaba siempre con sorpresa—. Créeme lo sé, estuve en tu lugar hace un tiempo. De todas formas, puedes llamarme cuando necesites hablar con alguien —se colocó de puntas y besó mi mejilla de improviso, acariciándola luego—. Nos vemos.