Regalo Navideño

CAPITULO 1

Navidad, mi época favorita del año.

Como es tradición en mi familia, todos nos reunimos en la casa maternal, los chistes no pueden faltar, los villancicos tampoco y, ni hablar, de la deliciosa comida de la abuela. Gracias a las fiestas puedo compartir nuevamente con mis primas lejanas, pues la distancia no nos permite reunirnos tanto como deseamos, pero lo más importante y lo que más me agrada de las fechas es el mes de descanso que me otorga la universidad.

Aunque la haya empezado hace poco, las materias y maestros no son para nada fáciles y últimamente me ha resultado más agotadora de lo esperado.

Con un largo suspiro, salgo de mi cama, metiéndome casi de inmediato al baño y así prepararme para el largo día que me espera. Es víspera de navidad y tanto mi madre como mi abuela deben de tener un millón de cosas que hacer en la cocina.

Somos latinos y, por tradición, nuestra cena ha de ser por todo lo alto. Por ello pasamos todo el día preparando los alimentos para el centenar de familiares que llegaran mas tarde a reunirse con nosotros y celebrar la gran esperada noche buena. A diferencia de otras culturas, nuestras cenas siempre se alargan, pues somos muy dados a esperar hasta el último familiar que confirmó su asistencia, para comer todos juntos y al mismo tiempo en la mesa.

Por ley, si alguien le pone siquiera un dedo a la comida cuando aún no estamos todos reunidos, mi abuela se encarga de darle la paliza de su vida por su ‘‘mala educación’’. Y bueno, adivinen quien se lleva esas palizas…

Para mi es todo un martirio la espera, la detesto, y mucho más cuando mi madre y mi abuela cocinan tremenda cantidad y variedad de alimentos. Siempre llenan la mesa con grandes porciones de lasaña, pastelón de plátano maduro, pollo horneado, pierna de cerdo, pasteles en hojas, ensalada rusa, espaguetis, arroz navideño, moro de guandules y la famosa telera de pan, que no se puede quedar. ¡Todo riquísimo! Así que… ¿Quién me puede culpar por querer probar un poquito de aquellos manjares?

Luego de asearme y vestirme con ropa cómoda, salgo de mi habitación y bajo las escaleras. Al avanzar, mi nariz se ve inundada por el exquisito aroma del característico: sazón de verduras y especias, que prepara mi madre.

— ¡Buenos días! —saludo, entusiasmada, al entrar a la cocina— La bendición mami —le beso la mejilla—. La bendición abuela. —hago lo mismo con ella.

—Dios te bendiga, mi hija —dicen las dos al unísono.

Me acerco a mi padre que también se encuentra en la estancia, lo saludo del mismo modo y luego tomo a mi hermanita pequeña, Amaia, en brazos mientras esta empieza a reír encantada con las gracias que le hago.

De allí en adelante no hay descanso alguno, pasamos todo el día haciendo la cena, preparando dedicadamente cada uno de los platillos. Para mi suerte, en ningún momento fui pillada por mi abuela cuando de vez en cuando le metí mano al queso y a la salsa de la lasaña, de lo contrario, estaría en estos momentos con un golpe en la cabeza por desesperada.

Estoy lavando mis manos, casi retirándome de la cocina, cuando el teléfono suena y mi madre contesta.

— ¡Pablito, que gusto escucharte! —dic ella, con mucha alegría y, de inmediato, mi corazón late desbordado ante la mención de aquel nombre— Oh, estaremos encantados de recibirte aquí estos días, ¡nos tienes botados, niño! —ella sigue hablando y yo aun sigo frotando mis manos descuidadamente, sin intenciones de moverme de mi lugar hasta que la conversación termine.

Mis oídos no pueden creer las palabras que salen de la boca de mi madre y, mientras ella sigue con su palabrerío, solo puedo pensar en una cosa: Santa Claus al fin ha leído mis cartas y este año piensa darme el regalo que tanto he anhelado.

¡El bomboncito de Pablo vendrá a quedarse estas navidades…! Grito, como desquiciada, en mi mente.

—Melisa, ¿me estas escuchando? —pregunta mi madre, con el teléfono aun en la mano.

Saliendo de mi ensoñación, le respondo.

—Sí, por supuesto que te escucho mami —sonrío y agito mis pestañas inocentemente.

Cierro el grifo.

—Ah, ¿sí? ¿Qué te he dicho, entonces? —se cruza de brazos, divertida.

Suspiro, rindiéndome. No es para nada tonta.

—Tú ganas, ¿Me lo puedes repetir? —vuelvo a pestañear.

Ella niega con la cabeza y se ríe un poco.

— Tu siempre con la cabeza en las nubes, mi hija —dice—. Por favor, infórmale a tu hermano que Pablo lo estaba llamando al celular para decirle que se va a venir a quedar aquí hasta año nuevo, y que como no contestó terminó llamando aquí a la casa.

—No hay problema, mamita —contesto y me retiro.

Voy a la habitación de mi hermano mayor, le informo y luego voy hacia la mía para poder procesarlo todo.

Cierro la puerta con llave y me tiro de espaldas en la cama con una boba sonrisa en la cara.

¡Mi bomboncito viene hoy!




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