Horas.
Llevo horas tratando de elegir qué rayos ponerme y aún no he podido encontrar nada. No porque no tenga ropa, hay bastante en este closet, mismas que ahora se encuentran desperdigadas por toda la habitación. ¡El problema es que no encuentro el conjunto perfecto para recibir a Pablo después de tanto tiempo!
Un gruñido agotado sale de mis labios mientras me dejo caer encima del montón de prendas, antes de tomar mi teléfono y marcarle a mi prima.
— ¡Julia, necesito tu ayuda urgentemente! —le digo, mi voz hecha un lío.
Ella no contesta, simplemente cierra el teléfono y sé que se está poniendo en marcha. Tan solo tres minutos después está tocando la puerta de mi habitación. Le abro.
— ¡Que reguero! —grita de inmediato y se ríe en mi cara— Ya veo que te has vuelto loca y eso solo puede significar una cosa —afirma, con aquella expresión de sabelotodo en su rostro—. ¡Pablito, viene!
Le tapo la boca para que nadie pueda escucharla y cierro la puerta con mi pie.
— ¿Te has vuelto loca? Deja de estar gritando esas cosas —le digo, avergonzada.
Se zafa de mi agarre riendo como loca.
— ¿Y qué va a pasar, Melisa? Ya no eres una niña.
—No, no soy una niña, pero ¿te imaginas que mi hermano se entere? —me persigno de solo pensarlo— Ni siquiera me dejaría salir de la habitación, él aun cree que ningún hombre se me puede acercar. ¡Hubieras visto como se puso el día que fue a visitarme a la universidad y me encontró abrazada de Alejo!
—Me lo puedo imaginar perfectamente —ríe una vez más—. Pero ya debes de enfrentarte con Rodrigo, debe entender de una vez por todas que ya no eres una carajita.
— ¿Y crees que no lo he hecho? Sabes bien que ese día se las canté todas y ni así deja de molestarme —ruedo los ojos—. Por favor, ya dejemos de hablar de mi hermano que me aburro, mejor ayúdame a encontrar el atuendo perfecto para esta noche.
Y eso hacemos. Buscamos por cada rincón de la habitación hasta que damos con un vestido rojo que apenas me he puesto pero que es súper lindo. El vestido carmesí posee unos hermosos fruncidos en los laterales, desde mis caderas hasta que termina a la mitad de mis muslos, es de mangas largas y cuello redondo; lo combino con unas botas negras que llegan unos centímetros más arriba de mis tobillos. Un atuendo sencillo pero que me hace ver súper bien, que resalta todo lo que quiero resaltar. Ya va siendo hora de que deje de verme como la hermanita menor de su mejor amigo.
—Pobre tío Joaquín, le va a dar un infarto cuando te vea —dice Julia a mi lado, fingiendo desmayarse.
Ella se ha puesto un hermoso vestido verde, de falda suelta, sin mangas y con un decorado justo debajo de sus senos. Simplemente hermoso.
Después de arreglarnos el pelo, bajamos las escaleras y nos reunimos en la sala de estar con la familia. Mi padre nos elogia y luego el vulgar de mi hermano daña el momento.
—Pero si son Santa Claus y su duendecillo —él sí que sabe como bajarle la autoestima a una chica.
—No les hagan caso a Rodrigo —dice mi madre dándole una fea mirada—. Saben que él no tiene un buen ojo. ¡No se que hice mal! —Se queja y todos reímos, menos mi hermano, que se cruza de brazos y empieza a rebuznar.
A veces no parece tener veintitrés años.
Nos sentamos en el sofá y mi padre empieza a deleitarnos con sus chistes e historias de cuando estaba pequeño. Son súper cómicas. Nos divertimos por gran tiempo hasta que llega la hora de la cena.
Todos estamos sentados en nuestros lugares y solo puedo pensar en que me he cambiado de esta manera, para nada. El bomboncito no ha llegado.
Por un largo tiempo me mantengo observando fijamente mi servilleta hasta que siento como Julia me pellizca el muslo por debajo de la mesa. La miro con cara de pocos amigos y la observo mientras ella levanta las cejas en dirección a la entrada del comedor.
Me había concentrado tanto en mis pensamientos que no me había fijado en el alboroto que había armado mi madre con la llegada de Pablo…