Regalo Navideño

CAPITULO 4

Ok. Cálmate. Respira. Mantente tranquila... no seas obvia. Rezo en mi mente, clamando al cielo para no cometer una locura en aquel preciso instante.

—Oh... —es lo único que atino a decir con los nervios aflorando en mi piel.

De pronto me siento demasiado tímida.

—Sí, oh... —responde— Estás muy hermosa Meli, has crecido bastante —dice de repente, y recorre mi rostro con su mirada.

¿Cómo puede hacer eso? ¿Es que no se da cuenta que me trae loca?

—Mhmm —respondo y me remuevo en mi lugar.

Toma una de mis manos, da un suave beso a ella y luego se queda mirándola fijamente. En su rostro se puede apreciar la lucha interna por la que está pasando y eso me hace temblar un poco, expectante.

Quiero que me bese. Quiero, de una vez por todas, tener lo que tanto he anhelado, y tengo miedo... tengo miedo de haberme quedado dormida en la terraza y que, en cuanto despierte, él esté en la sala junto a mis familiares y siendo el novio de María.

Sus intensos ojos marrones se levantan para escudriñar cada rincón de mi rostro. Es tan intenso y siento como empiezo a inclinarme hacia adelante y él, al verlo, hace lo mismo.

Quizás solo necesitaba saber que estaba dispuesta, para seguir adelante...

Sus labios están a pocos centímetros de los míos, a escasos segundos de tocarse, tan cerca que casi puedo sentir su textura, su sabor... pero yo no soy conocida por tener buena suerte.

— ¡Meli! —me llama mi abuela, desde la puerta trasera, y al instante nos sepáranos.

Mis mejillas están extremadamente sonrojadas, mi respiración es agitada y mis labios hormiguean como locos por el beso que tanto anhela y que finalmente terminó siendo cortado de lleno.

—Ya voy, abue —le grito y me levanto antes de que ella llegue a la terraza y nos encuentre a los dos allí.

De hacerlo, estoy segura de que no me dejará en paz.

Cuando llego a la cocina, por donde ella ya estaba a punto de salir, ve mi cara y sus ojos se ensanchan, iluminándose.

—Oh, Dios mío —exhala—. Dime, por favor, que no te he interrumpido mientras estabas con Pablo... —dice, con una expresión culpable en su rostro.

¡¿Qué?! No puedo creer lo que escucho.

—Ay Meli... —se ríe— No pongas esa cara, que tú y yo sabemos que hace un rato estabas celosita porque creías que María era la novia de Pablito.

Abro la boca y mis ojos se desorbitan. ¡¿Pero es que mi abuela es telepática o acaso agente del FBI?! Me pregunto de forma seria en mis adentros.

Vuelve a reír y me deja allí, pero antes de salir de la cocina e ingresar a la sala, me dice:

—Si era con Pablito que estabas, devuélvete. Ya va siendo hora de que se dejen de tonterías y se hagan pareja.

—Pero, ¡¿qué dices, abuela?! —grito, bajito, anonadada por sus palabras— ¡Él es el que nunca se ha interesado en mí!

—Mi nena linda —me mira tiernamente—, siempre tan despistada...

Corro hacia ella, la halo devuelta a la cocina y ella ríe por mi impaciencia.

—Abuelita, no me puedes decir esas cosas e irte como si nada... —me cruzo de brazos— ¿porque dices que soy ciega? ¿Le has escuchado decir algo?

—Sí, pero eso tendrá que contártelo él.

Dicho esto, se va. Dejándome allí, con más dudas de las que había tenido jamás. De pronto, la puerta de la cocina se abre y Pablo entra, su rostro contrariado mientras murmura por lo bajo.

— ¿Estás loco? —se estruja el cabello y sigue murmurando con la mirada fija en el piso— ¿cómo se te ocurre enamorarte de la hermana de tu mejor amigo? —dice la última parte muy bajo, pero aún así lo escucho.

Mi corazón late desaborado y de mi boca se escapa una pequeña exhalación de sorpresa. Él levanta la cabeza en mi dirección y en su expresión puedo ver el puro terror que empieza a inundarle.

—No, yo... —se acerca a mí— no hagas caso a lo que dije... lo siento mucho… no quiero que las cosas cambien entre nosotros... —sigue divagando y no puedo detenerlo, aún revivo el momento en que dijo que está enamorado de mí.

Estoy tan ensimismada en esas palabras que no puedo hacer nada más que quedarme allí parada, mientras él se escapa, rumbo a la sala. 




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