Regalo Navideño

CAPITULO 7

— ¡DESPIERTA! ¡DESPIERTA! ¡DESPIERTA! —gritan por toda mi habitación.

Abro los ojos enojada, y le lanzo una de mis almohadas a Julia. María se ríe mientras se peina un poco el pelo. Ha de haberse despertado sin que me diera cuenta.

Anoche mi hermano tardó más de lo esperado en su tiempo de calidad con María. Y la pobre… su cabeza parecía un nido de aves cuando salió de la habitación. No es que el mío estuviera en mejor estado…

Pablo y yo nos besamos tanto en ese sofá, que casi creí nuestros labios terminarían desapareciendo de nuestros rostros. A veces, cuando las cosas llegaban a ponerse realmente calientes, hacíamos pausas para hablar de cualquier tema en particular y así evitar que las cosas se salieran de control. Era algo así como, dos minutos hablando y dieciocho explorando nuestras bocas.

Siento mis mejillas arder y luego la comisura de mi labio tira hacia arriba, en una sonrisa satisfecha.

— ¡Melisa! —grita Julia y abre los ojos sorprendida— ¡Creo que tienes algo que contarme! —chilla y da saltitos por toda la habitación. ¿Cómo lo ha sabido?

— ¿Qué tendría que contarte? —pregunto, haciéndome la tonta.

—No me vengas con esas —sonríe y se acerca a mí— No sabría nada de no haber sido por la sonrisita que has puesto y esto… —coloca un dedo en la parte baja de mi cuello— ¡Veo que te la has pasado genial! —se ríe.

¿Qué rayos tengo en el cuello?

Dejo las sabanas a un lado y me levanto con prisas, dirigiéndome al espejo, buscando mi reflejo. Observo mi cuello y encuentro un pequeño círculo rojizo y desigual, ahí donde ella señaló antes. ¡Me ha dejado un chupete!

¿Cómo se supone que voy a ir a recoger mis regalos esta mañana sin que nadie note eso?

María exhala sorprendida cuando lo ve, pero tiene una enorme sonrisa en la cara.

— ¿¡Tu y Pablo!? —chilla y voy hacia ella a taparle la boca. ¿Por qué es que tienen que gritar las cosas? Me pregunto, enojada.

Ella ríe contra mi mano y no puedo evitar sonreír. Yo y Pablo… parece un jodido sueño, pero ese círculo rojizo en mi cuello, es prueba de que no lo es.

—Sí. Yo y Pablo —la suelto y sonrío—. Ahora, ¿Cómo se supone que voy a bajar a compartir con la familia y recibir mis regalos sin que nadie vea esto? —señalo mi cuello.

—Estás de suerte —dice María—. Soy muy buena con el maquillaje.

Saca un enorme bolso de maquillaje y me dice que me siente al borde de la cama.

—Ya entiendo porque me estabas viendo feo desde que llegué —suelta una pequeña risita mientras trabaja en mi cuello—. Pensabas que estaba con Pablo —ríe fuertemente.

—No puedes culparme por eso —respondo, divertida, mientras me encojo de hombros.

Ella sigue aplicando sus conocimientos de maquillaje en mí y las tres no paramos de hablar, muchas veces, riendo a carcajadas por nuestras ocurrencias.




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