Después de haber ocultado el chupete que dejó Pablo en mi cuello, las tres bajamos las escaleras y encontramos a todos ya reunidos alrededor del árbol navideño.
Aunque las tradiciones latinas no incluyen el intercambio de regalos el veinticinco de diciembre, mi madre se ha empeñado en realizarlo y yo no me quejo. Para el día de los reyes magos, el seis de enero, ya no me tocan regalos, así que yo estoy más que feliz de realizar este intercambio.
— ¡Fiiiiiin! —dice mi hermanita, por decir, ¡Al fin!, cuando llegamos.
Debió de estar bastante desesperada por tener sus regalos.
— ¡Buenos días a ti también, Amaia! —voy hacia ella y la tomo en brazos— ¿Estás ansiosa por tener tus regalos?
—Shiiiiii —responde y hace un lindo puchero de esos que me hacen derretir.
— ¡Pues que esperamos! —le respondo y le hago cosquillas.
Termino de saludar a todos y me fijo en que Pablo no está. ¿Se habrá ido?
— ¿Dónde está Pablo? —pregunto, temerosa de la respuesta que me vayan a dar.
—Pablo aún no ha bajado, hija —responde mi abuela y entorna los ojos hacia mí en modo de pregunta.
En sus ojos puedo leer perfectamente ''¿YA DEJASTE DE ESTAR EN LAS NUBES?'', en un tono muy demandante. Yo le hago una seña con mi mano que significa: más o menos y ella sonríe como una tonta. Pareciera que es ella quien está enamorada.
— Buenos días —susurran en mi oído y no puedo evitar ponerme roja como un tomate.
¿Qué hace? ¡Esta toda la familia aquí!
—Buenos días... —respondo con boca chiquita.
Él pasa a saludar a los demás y mientras lo hace, mi hermanita, a quien sigo cargando en brazos, posa sus dos manitas en mis mejillas.
—Meni, cala joja... —dice y, si es posible, mi rostro se vuelve peor. Solo me queda sonreír a la pequeña sabelotodo y poner un dedo encima de mis labios para que lo mantenga en secreto. Ella ríe y asiente.
Los regalos llegan a las manos de cada uno y todos los abrimos súper emocionados. Abro mis regalos y casi salto de alegría. Libros... un montón de libros. ¡Mi familia sí que sabe!
Todos están enfocados en sus regalos cuando Pablo se acerca a mí. Le sonrío y él también lo hace. Saca una caja ancha y chata de su bolsillo y la tiende hacia mí.
— ¡No tengo nada para ti! —le digo, avergonzada. Es una caja muy bonita…
—No sabías que venía —me da un pequeño beso en la mejilla y mis ojos escanean toda la habitación en busca de quien nos haya visto. Nadie lo hizo.
Quito el papel regalo y abro la bonita caja de terciopelo.
—Es preciosa —susurro al admirar la bonita cadena que hay dentro.
Intento sacarla por completo del cuadro esponjoso que la sostiene, pero tengo que sacarlo ya que algo está obstruyendo el camino. Lo quito y debajo, envuelto en lo que resta de la cadena, encuentro una pequeña nota.
¿Me concedes el honor de ser tu novio, princesa Meli?
Eso no me lo esperaba. ¡Que bellas palabras!
Una enorme sonrisa se abre paso en mi rostro y no puedo evitar chillar y abrazarlo fuertemente.
— ¡Sí! —respondo, emocionada, y lo beso.