Regalos de amor bajo el árbol©

Capítulo final

Alejandro sabía que el conocer a su hija, aquel bebé que solo vio una vez y quien era fruto del gran amor que sintió por Ana, le causaría un grave problema con su ahora esposa. Sopesó cada una de las alternativas durante toda una noche. ¿Qué tan importante era Natalia en su vida?

Mucho tiempo atrás había estado perdidamente enamorado de Ana, ella se había convertido en la mujer con la que se imaginaba pasar el resto de sus días pero el miedo lo consumió cuando supo sobre el embarazo —unos jóvenes no eran capaces de afrontar la idea— se amaban, pero no sabían hasta qué punto soportarían abandonar sus vidas por atarse a un bebé.

Ana le dio la noticia del embarazo en una noche de mayo, una que fue especialmente fría; Alejandro prometió amarla pero no pudo con la idea de que, a sus diecisiete años, tendría que casarse y formar una familia. En ese momento las pérdidas eran mayores a la alegría que podría significar una hija, quizás le hizo falta un poco más de madurez.

Se fue sin decir a dónde ni con quién, desapareció de la faz de la Tierra dejando a su amada con el dolor en el corazón de pensar que no le importó ni la quiso como tantas noches dijo. No hizo intento alguno por buscarlo, por volver a verle pero él estuvo tan cerca solo para ver que la niña estuviera bien. La conoció mientras era una bebé de brazos, sintió remordimientos y noche tras noche lloró a una muñeca de trapo que le compró en su primer cumpleaños pero que no tuvo el valor para llevársela.

Decidió alejarse de Ana, de la niña, de todo lo que pudiera recordarle que ese pedacito de carne también era parte suya. Se fue lejos y pasaron años, seis para ser exactos, se casó e hizo su vida pero jamás podría olvidar a la pequeña Natalia sin siquiera conocerla, sabiendo solamente que existía.

Pensó durante toda noche buena, cenó con su familia pero en su cabeza existía todavía la plática que sostuvo con Ana horas atrás. Observó el árbol en la esquina de su casa, miró a su esposa y a su pequeño de dos años mientras ella lo cargaba. Esa era la escena que muchas veces pensó viviría con Ana. Quizás ya no la quería como antes, puede que el amor se desvaneciera poco a poco ¿pero y Natalia? ¿la seguiría amando como juró durante estos años?

—Debo decirte algo Ximena —pronunció.

—¿Qué ocurre Ale?

Pasó saliva. Años pensando que nunca tendría que pensar más en esto pero aquí estaba, a punto de confesar algo que juró llevarse a la tumba.

—Es necesario que comprendas algo y es que hemos pasado tantas cosas que me han demostrado lo mucho que te amo. Pero si hay algo que nunca nos hemos dicho, aunque juramos nunca ocultarnos nada, hoy es momento de decirte algo.

Ximena se asustó, miles de ideas pasaron por su cabeza pero no quiso sacar conclusiones que pudiesen ser fallidas, se limitó a callar y verlo fijamente a los ojos.

—Nos conocemos desde hace tres años, nos casamos hace dos y sabes lo mucho que te amo.

»Hace mucho hubo alguien a quien amé con una intensidad similar, una persona que juré amaría por el resto de mi vida. De ese amor hubo un fruto, una pequeña que ahora tiene seis años y a quien no conozco.

Tomó una de las manos de Ximena entre las suyas. —No tengo por qué contarte detalles que quizá no te interesen, pero ella tiene la ilusión de conocerme, de saber quién es su padre ¿puedes imaginar eso? —cerró sus ojos —. Ella... solo me es necesario decirte que debo cumplir con una obligación y darle lo que pide, hacerla feliz.

Aunque Ximena sintió su corazón romperse un poco por el secreto tan frágil que guardó durante tanto tiempo, no pudo evitar amar más a Alejandro cuando entendió cuánto amor es necesario tener para confesar algo. Sabía que lo amaba, que él la amaba a ella y que no lo perdería por nada del mundo. Solo le quedaría apoyarlo.

—Me duele que no lo dijeras, que fallaras en tu promesa de nunca mentir ni ocultar algo —secó las lágrimas que caían de los ojos de su esposo —, pero también te prometí ante el altar apoyarte en cada una de las cosas que decidieras y emprendieras. Sí, ella necesita conocer a su padre porque yo no podría imaginar lo que sintiera si Eric no te conociera; ella es tu sangre, tu carne y pedazo de tu corazón, debes conocerla y amarla tanto como amas a este pequeño ser.




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