Regalos de Navidad

Capítulo 12

A unos metros de la entrada, el miedo me paraliza, impidiéndome caminar más allá. De pie y desde mi posición, contemplo mi casa, la cual fue la segunda cosa que compré con mis ahorros de la universidad. Esta casa me encantó desde el primer momento en que la vi, no solo por el precio, sino también por el parecido que tenía con la casa de mis padres, aquella en la que crecí y fui tan feliz. Por esto, esta casa es especial y es mi lugar seguro. Detrás de sus paredes escondo mi soledad y mi tristeza; en ella me refugiaba para ser invisible para los demás y así no tener que interactuar con ellos. Mi casa ha sido mi más fiel compañera, testigo de mis miedos, mis logros, virtudes y defectos.

Mientras sigo observando la estructura, veo de pronto cómo esta comienza a incendiarse ante mi expresión incrédula. El fuego se esparce rápidamente, consumiendo todo a su paso, como un huracán, una fuerza de la naturaleza poderosa que, al cruzar, solo deja destrucción y desolación.

Inesperadamente, escucho la voz de un niño gritando ayuda. Al prestar más atención, me doy cuenta, con horror, de que los gritos vienen de la casa. Armándome de valor, mi cerebro le ordena a mis piernas que se muevan, por lo que estas, al fin, reaccionan. El miedo pasa a un lado y corro deprisa hacia la puerta, la cual aún no ha sido alcanzada por el fuego. Mientras sigo escuchando los gritos del niño, empujo la puerta con todas mis fuerzas, pero esta no cede.

El fuego sigue avanzando, pero mis intentos por abrir y tumbar la puerta son en vano. Frustrado, observo a mi alrededor, pero todo está cubierto por neblina y no se ve nada. Tampoco encuentro nada que me ayude a golpear la puerta. Sin querer rendirme, grito pidiendo ayuda mientras corro alrededor de la casa tratando de encontrar otra forma de entrar, pero no encuentro nada. De prisa, vuelvo a la puerta con angustia, guiado por los gritos desesperados del niño, y sigo intentando abrirla hasta que dejo de escuchar sus gritos.

Ante esto, nuevamente mis lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, pero esta vez de impotencia, al darme cuenta de lo inútil y patético que soy. No pude salvar a ese niño, no pude hacer nada por mis padres ni por mi abuela, no pude mantener ninguna relación y ahora estoy solo, y así moriré, y todo por culpa de la…

No seas tan duro contigo mismo ni culpes a la Navidad por todo; aún estás a tiempo de cambiar el rumbo de tu vida_ escucho de pronto una voz fuerte por lo que, confundido, miré a todos lados, pero no puedo ver a nadie_Tienes que tomar conciencia y hacerte responsable de tu vida; lucha para superar tus miedos e inseguridades. Deja de creer que la Navidad te ha quitado lo que más amas y ha arruinado tu vida, porque no es así. El consumismo, los sentimientos negativos y el presumir de las personas no son exclusivos de la Navidad; se pueden ver en cualquier mes del año. Así que supera tu autoengaño, toma las riendas de tu vida, abre tu corazón a la esperanza y permite que la magia te transforme _ concluyó esa voz dejándome asustado y a la vez confundido por sus palabras.

Luego de unos minutos pegado a la puerta y viendo como el fuego se sigue expandiendo, me doy cuenta del peso y la verdad que ocultan esas palabras. Todo este tiempo he sido muy duro conmigo mismo.

Este viaje aunque inesperado y en principio no deseado por mí, me ha llevado a mi límite pero también me ha ayudado a conocerme más; a darme cuenta de que le he echado la culpa a la navidad por todo lo malo que pasaba en mi vida para evadir mi propia culpa.

La muerte de mis padres fue un accidente, como los que ocurren cualquier día del año. La muerte de mi abuela no me habría dolido tanto si no me hubiera encerrado en mi dolor y la hubiera apartado de mí, a pesar de vivir en la misma casa. Y no estaría solo si no me empeñara en alejar a las personas que me quieren, como mis tíos, quienes, a pesar de mi ingratitud, me siguen procurando y celebran mis logros en la lejanía.

Yo soy el culpable de todo por no saber manejar mis sentimientos, especialmente los negativos, como la envidia. Todas mis decisiones equivocadas me han orillado a este punto: una vida solitaria y de sufrimientos.

Al analizar todo esto llega a mi mente la frase en el libro que me regalo mi tía en la última navidad que pasé junto a ella: “Tu puedes reescribir tu propia historia”. Dandome cuenta en el error que he estado todo este tiempo, decido afrontar mi realidad, pero para hacer esto primero tengo que seguir intentando abrir esa puerta y ayudar a ese niño. Decidido a esto, me limpio las lágrimas, me pongo de pie y empujo la puerta con todas mis fuerzas.

En el momento en que mi cuerpo entra en contacto con la puerta, esta cede y entro en la casa, la cual está vacía y sin rastro de fuego. Confundido, miro a mi alrededor hasta que veo al niño que gritaba.

Estupefacto, noto que soy yo mismo a la edad de diez años. El niño se ve triste, por lo que, sintiendo el impulso de abrazarlo, mis pies caminan por sí solos hacia él, y ambos nos fundimos en un abrazo. Mientras esto ocurre, llegan a mi mente las últimas palabras de mi abuela: “Extiende tu mano para confortar y dar ánimo, y, a cambio, yo te confortaré y te tendré cerca de mí; y nunca, nunca tengas miedo de la soledad, porque nosotros siempre estaremos contigo”. Al recordar esto, sonrío. Tras unos minutos en esa posición, escucho al niño hablar.

_Te perdono_ me dice; conmocionado me separo de él y observo la sonrisa que tiene en su rostro, misma que imito, hasta que repentinamente el niño y la casa desaparece dando lugar a una luz fuerte que me ciega por unos minutos, por lo que por instinto cierro los ojos.

Al abrirlos me observo a través del espejo, el reflejo que me devuelve el espejo, es el de una persona diferente. Al ser conciente de esto mi sonrisa se amplia un poco más, mientras en el espejo se refleja la siguiente frase: “Lo más importante en Navidad es aquello que le da significado a cada persona, así que tu decides el verdadero sentido para tí”, al final de esta frase se encuentra una flecha apuntado hacia la derecha, al observar en esa dirección, noto una caja de regalo de tamaño mediano debajo del arbol, por lo que me acerco a él y tomo el regalo en mis manos manteniendo la misma sonrisa.




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