Reglas para Amar (y Para Romperlas)

Capítulo 4: Lo que el Caos Interrumpe.

Héctor.

Intento mantener la calma mientras hablo con Valeria por teléfono, pero es prácticamente imposible con Julián cantando a pleno pulmón en la habitación contigua. No entiendo cómo alguien puede escuchar música a ese volumen y, peor aún, acompañarla con ese canto desafinado que más parece un gato agonizando.

—¿Qué es ese ruido infernal? —pregunta Valeria con ese tono que conozco demasiado bien, el que usa cuando algo le molesta profundamente, pero intenta controlarse.

—Es Julián —respondo, bajando la voz como si eso pudiera hacer que ella no escuchara el escándalo de fondo—. Está teniendo... un momento musical.

—Héctor, ¿cuánto tiempo más vas a seguir con esta situación? Es absurdo que tengas que aguantar a ese tipo.

Suspiro y me froto las sienes. Esta conversación se ha vuelto recurrente en las últimas semanas.

—Son solo tres meses, Vale. Ya ha pasado uno. El contrato es temporal, ¿recuerdas?

—Sí, pero mientras tanto estás viviendo en un caos absoluto —insiste ella—. Tú no eres así. Necesitas orden, estructura.

Tiene razón, por supuesto. Siempre la tiene. Es una de las cosas que más me gustó de ella cuando nos conocimos: su capacidad para ver las cosas con claridad. Ahora, sin embargo, me pregunto si esa claridad no será a veces demasiado inflexible.

—Todo está bajo control —miento, mirando el desastre que Julián ha dejado en la sala: hay al menos tres tazas de café a medio terminar, desperdigadas sin lógica aparente, libros abiertos y los cables de sus cámaras por todos lados. La palabra “orden” ya no tiene cabida aquí.—. De verdad.

Un silencio incómodo se instala entre nosotros, apenas interrumpido por los alaridos de Julián cantando algo sobre corazones rotos y alcohol.

—¿Por qué no vienes a cenar esta noche? —propongo de repente—. Prepararé algo especial. Solo tú y yo.

La idea surge como un intento desesperado de normalizar la situación, de demostrarle a Valeria (y quizás a mí mismo) que puedo mantener una zona de orden dentro de este mar de caos.

—¿Y tú compañero de piso? —pregunta ella con cierta reserva.

—Le pediré que nos dé espacio. No te preocupes.

Valeria accede finalmente, aunque su tono me indica que no está del todo convencida. Cuando cuelgo, me quedo mirando el teléfono con una sensación extraña en el pecho.

Mientras ordeno la cocina para preparar la cena, no puedo evitar reflexionar sobre mi relación con Valeria. Llevamos tres años juntos, y todo ha sido tan... predecible. Nos conocimos en un seminario de literatura comparada, compartimos un café, intercambiamos números, y desde entonces hemos seguido una trayectoria perfectamente trazada. Cenas los viernes, cine los domingos, mensajes de buenos días y buenas noches.

Es la relación perfecta en papel: estable, madura, sin sobresaltos. Exactamente lo que siempre he buscado. Nuestro horario conjunto es predecible y efectivo. Sin embargo, mi mente insiste en cuestionar si esta estabilidad debiera ser suficiente para alguien en mi posición. Es una pregunta inconveniente, sin duda, pero merece un análisis.

Quizás es la influencia de Julián y su caos perpetuo. O tal vez es algo que siempre ha estado ahí, enterrado bajo capas de rutina y expectativas cumplidas. Sea lo que sea, me incomoda. Las dudas no encajan en mi esquema mental. Las dudas son desordenadas.

Sacudo la cabeza, intentando disipar estos pensamientos mientras corto las verduras con precisión milimétrica. La pasta al pesto que estoy preparando es una de las favoritas de Valeria, y pretendo que cada detalle de esta noche sea impecable.

—¿Una cena romántica? —Julián me mira con esa sonrisa burlona que ha perfeccionado durante nuestro mes de convivencia—. No sabía que tenías ese lado, Héctor.

—Es solo una cena normal —respondo mientras coloco los cubiertos exactamente a tres centímetros del borde de los platos—. Y te agradecería que nos dieras espacio esta noche.

Julián se recuesta contra el marco de la puerta, observándome con curiosidad.

—¿Me estás echando de mi propio apartamento?

—No te estoy echando —aclaro, controlando mi tono—. Solo te pido que, si es posible, salgas por unas horas. O al menos que te quedes en tu habitación.

Él suelta una carcajada y se cruza de brazos.

—Lo siento, compañero. Tengo que editar unas fotos para mañana y necesito mi ordenador. Pero prometo hacerme invisible.

Quiero protestar, pero sé que es inútil. Julián tiene tanto derecho como yo a estar aquí. Además, su habitación está lo suficientemente alejada del comedor. Quizás realmente no notemos su presencia.

—Está bien —concedo finalmente—. Solo... por favor, nada de música alta o interrupciones, ¿de acuerdo?

—Seré un fantasma —promete, haciendo un gesto teatral antes de desaparecer por el pasillo.

Valeria llega puntual, como siempre. Lleva un vestido azul que combina perfectamente con su tono de piel y el peinado cuidadosamente recogido. Como siempre, su presentación es impecable. Una estabilidad visual que, lo admito, me reconforta.

—Qué bien huele —comenta mientras le tomo el abrigo—. ¿Pasta al pesto?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.