Julián.
Hay algo fascinante en ver a Héctor preparar el desayuno. Es como observar una especie de ritual religioso: cada movimiento calculado, cada objeto en su lugar exacto, la precisión con la que corta la fruta en cubos perfectos. Me pregunto si alguna vez se ha comido una manzana a mordiscos, sin cortarla antes en ocho partes iguales.
Estoy sentado en el sofá fingiendo revisar fotos en mi cámara, pero en realidad lo observo a él. Es un estudio de contrastes ambulante: tan rígido por fuera y, sin embargo, he empezado a notar que por dentro hay algo más. Como esas grietas imperceptibles que aparecen en los jarrones de porcelana con el tiempo.
—¿Sabías que estás cortando esa banana con exactamente el mismo ángulo cada vez? —comento, más para romper el silencio que por otra cosa.
Héctor levanta la vista, sorprendido de que lo esté observando. Por un segundo parece avergonzado, como si lo hubiera pillado haciendo algo íntimo.
—Es la forma más eficiente —responde con ese tono suyo, mitad defensivo, mitad profesoral.
—¿Has calculado también los grados exactos de inclinación de tu muñeca? —insisto, disfrutando del ligero rubor que aparece en sus mejillas cuando lo provoco.
—No todo tiene que ser un caos, Julián —dice, pero hay algo en su tono que ha cambiado. Después de nuestra cena de anoche, es como si hubiera una nueva dimensión en nuestras conversaciones. Algo más suave, menos combativo.
Me levanto y me acerco a la cocina, sirviéndome café en una taza que sé que no es la que él considera "mi taza designada". Como esperaba, sus ojos se dirigen inmediatamente al objeto fuera de lugar.
—Esa es mi taza de los martes —señala, pero hay una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.
—¿Tienes tazas para días específicos? Por supuesto que las tienes —río, negando con la cabeza—. Eres un caso de estudio, Héctor.
—Y tú eres... —empieza, pero el timbre interrumpe lo que promete ser otro de nuestros intercambios matutinos.
Héctor frunce el ceño. Es evidente que no espera visitas; las visitas no programadas son una afrenta a su universo planificado.
—¿Quién será? —murmura, mirando el reloj como si éste pudiera darle la respuesta.
—¿Por qué no abres y lo averiguas? —sugiero, disfrutando de su desconcierto.
La sorpresa en su rostro cuando abre la puerta y ve a Valeria me confirma que este será un día interesante. Tiene esa expresión de ciervo ante los faros que aparece cuando algo rompe su precioso orden.
—Vale, no sabía que vendrías —dice, con una tensión en la voz que no le había escuchado antes.
—Pensé en darte una sorpresa —responde ella con una sonrisa perfecta mientras entra, besándolo brevemente en los labios—. Necesitamos hablar sobre el fin de semana.
Valeria es exactamente como la imaginaba: impecable, estructurada, un complemento perfecto para Héctor en su mundo de líneas rectas y ángulos de noventa grados. Lleva el pelo recogido en un moño tan tenso que me pregunto si le duele la cabeza, y su ropa parece recién salida de un catálogo de "Profesionales Exitosos Volumen 3".
—Buenos días, Julián —dice con una educación glacial cuando me ve en la cocina.
—Hola, Valeria. ¿Café? —ofrezco, señalando la taza que acabo de servirme—. Aunque es la taza de los martes de Héctor. Aparentemente hay un código de tazas que yo desconocía.
Héctor me lanza una mirada que claramente dice "no empieces", pero ya es tarde.
—No, gracias —responde ella secamente, para luego dirigirse a Héctor—. ¿Podemos hablar en tu habitación?
—Claro —asiente él, lanzándome una última mirada de advertencia antes de seguirla.
No me importa reconocerlo: soy un poco entrometido. Me acerco lo suficiente al pasillo para escuchar retazos de su conversación. Algo sobre un viaje a Portugal, planes que necesitan confirmarse, fechas que deben ajustarse. La voz de Valeria es suave pero firme, como quien está acostumbrada a que las cosas se hagan a su manera. La de Héctor, sorprendentemente, suena menos segura de lo habitual.
Cuando regresan a la sala diez minutos después, hay una tensión evidente entre ellos. Héctor tiene esa expresión de quien acaba de perder una discusión, pero intenta actuar como si todo estuviera bien. Valeria, por su parte, mantiene su compostura perfecta, aunque hay algo en sus ojos que parece más afilado cuando me mira.
—Así que, Julián —dice, sentándose en el sofá con una elegancia calculada—. Héctor me ha contado que eres fotógrafo.
—Entre otras cosas —respondo, dejándome caer sin ceremonia en el sillón frente a ella—. La fotografía paga las facturas, pero también hago instalaciones artísticas cuando tengo tiempo. Arte conceptual, principalmente. Cosas que hacen que la gente se pregunte "¿esto es arte o solo un montón de basura organizada?"
Valeria asiente con una sonrisa que no llega a sus ojos.
—Fascinante. Y, ¿tienes planes para cuando termine este... arreglo temporal?
Héctor, que está de pie en la cocina preparando té (seguramente siguiendo algún método cronometrado al segundo), parece tenso al escuchar la pregunta.
Editado: 31.05.2025