Viernes 05 de noviembre, 2025.
Atenas, Grecia.
Alguna vez fue llamada una genio de la música. Es decir, poseía un gran talento musical. Desde que lo descubrieron, se encargaron de cultivarlo y brindarle los recursos necesarios. Sin embargo, existía un límite para la inspiración. Una sonrisa apareció. Había dejado un buen trabajo que estaba correlacionado a su carrera. ¿El motivo? Dinero. Incluso si se quedaba ahí, jamás ganaría el sustento económico que le darían aquí. Empezó trabajando como pianista en este cabaret hasta que hizo su dichoso debut como bailarina esta semana.
Reemplazó el piano por conjuntos llamativos y cortos. En lugar de estar aprendiendo partituras, ahora entrenaba para memorizar rutinas de baile e intentar hacer movimientos sensuales para seducir al público. Aunque le estaba yendo decentemente bien, su rostro sombrío daba entender cómo se resentía a sí misma.
—Es increíble cómo en menos de una semana, te has convertido en la estrella del cabaret. —la elogió una compañera suya mientras le arreglaba el cabello y hacía su maquillaje. Aquella que era la única que no le tenía envidia o la odiaba por ser bonita y joven. Las otras bailarinas veteranas la habían excluido por el favoritismo de la dueña. —Este conjunto te quedará precioso. —se emocionó. Asimismo, escogió un vestuario de dos piezas que combinaba con su máscara de esa noche.
Calíope permaneció en silencio, ignorando su efusividad. La otra podía estar contenta de vestir a una muñequita de porcelana, no obstante, la griega sabía perfectamente que lo que había intentado evitar, hoy se acababa. Desde su primera aparición, hubo muchos hombres que ofrecieron sumas astronómicas por una noche con ella. Había usado el pretexto de que era mejor que pasara unos días para elevar su precio y la dueña aceptó, pero ya no se iba a postergar más. Hoy subastaría su pureza, indirectamente.
El hombre que ostentara mayor riqueza y poder sería quien toque su puerta para meterse a su camerino, y en consecuencia, entre sus piernas. Pronto, los preparativos para abrir el cabaret culminaron. La joven griega estando ya lista se observó en el espejo mientras su otra compañera le ataba la máscara. Entonces, escuchó unas pocas horas después:
—Es tu turno.
***
Por otro lado, Ares abrumado por sus problemas familiares y dejándose llevar por la influencia de un conocido suyo, comenzó a adquirir un hábito inmoral. Solía visitar a menudo distintos cabaret de dudosa reputación que albergaban a las mujeres más hermosas. Ya llevaba alrededor de dos semanas acudiendo cada noche a modo de botar el estrés. Sin embargo, se quedó perturbado por la belleza de una bailarina en particular aquella noche.
Era su primera vez visitando este cabaret recomendado por su conocido que tenía experiencia.
Aún cuando la música o las luces le molestaban, agradeció que existiesen, porque se enfocaron en esa bailarina. Él continuó bebiendo un trago mientras se perdía en cada movimiento de cadera de aquella fémina, cuyas curvas hacían sobresalir su majestuoso traje. Sus rizos negros se mantenían en constante desplazamiento cada vez que giraba y daba vuelta tras vuelta, envolviéndola un aire de misterio y firmeza.
Por instinto, Ares experimentó una atracción fuertísima en cuanto se topó con los ojos dorados de esa diosa. Estaba igual de hipnotizado que el resto de hombres en celo que le silbaban y le soltaban groserías a dicha bailarina. No le había creído a su conocido cuando este le dijo que la estrella de la noche era diferente de otras.
—Sorprendente ¿no? —se jactó su conocido con orgullo. —Todas las mujeres que trabajan aquí, de alguna u otra forma, siempre acaban en el escenario. —añadió. —Tarde o temprano, le iba a tocar. —anunció como si lo hubiese anticipado.
Ares enarcó una ceja y entonces recordó lo que su conocido le dijo. Esa misma bailarina antes trabajaba como pianista o hacía de acompañante con otros instrumentos. Nadie la reconocía por su máscara, pero para los observadores, existía una similitud; un tatuaje en forma de sol en su muñeca.
Ares sonrió con lujuria, sintiendo cómo su garganta se resecaba. No le interesaba esa información irrelevante, solo estaba enfocado en su físico, justo como ahora que exponía su piel como cualquier otra mujer de su misma calaña. Ni bien terminó la pieza musical junto a la rutina de baile sensual de la griega, Ares se puso de pie y antes de que otro hombre le ganara, se anticipó declarando a su conocido:
—Que nadie se acerque, es mía. —le advirtió, haciendo hincapié para que no desease sus pertenencias. Aunque a su conocido le disgustó, no se opuso.
Pese a que el establecimiento se escudaba bajo el letrero de cabaret, no era diferente a un burdel o donde abundaban las meretrices. De esa manera, no le resultó complicado conseguir información del camerino de la bailarina y menos le costó darle una propina al guardaespaldas que lo custodiaba.
Dio dos toques en la puerta e ingresó. Ante la repentina y maleducada intromisión, la muchacha se mantuvo sentada frente al tocador y con una expresión seria. Inclusive si se asustó por la presencia del hombre, lo que la despertó y llevó a pensar con la cabeza fría fue esa sensación de sentirse cómo la devoraba visualmente. Sus ojos no reflejaban más que deseo e impurezas.