Regresar a Casa

CAPÍTULO 3

No fue de golpe. No abrí la puerta y me lancé al abismo. Fue más como un caminar lento, casi accidental, hacía algo que no sabía nombrar, pero que parecía prometer alivio.

Después del muro, después del silencio, llegó la curiosidad. No de Dios, no de volver a orar, sino de lo otro. Lo que siempre me habían dicho que evitara. Lo que antes no me llamaba, y ahora me hacía cosquillas en el alma.

“Y mientras lo prohibido me prometía alivio, el alma susurraba que sólo Dios da descanso verdadero.”

Empecé a mirar más allá del círculo donde me críe. Las chicas del colegio que hablaban sin filtro. Las fiestas que antes me daban miedo. Las canciones que evitaba porque me decían que no eran de Dios. Todo eso empezó a parecerme... interesante.

Había algo atractivo en lo prohibido. En lo que no entendía. En lo que parecía más libre que mi rutina de iglesia, Biblia y oraciones vacías. Ya no sentía a Dios, pero tampoco sentía nada en lo que me habían enseñado. Así que empecé a buscar en otra parte.

Primero fue música. Empecé a escuchar letras que hablaban de amor sin reglas, de libertad sin consecuencias. Luego fueron las series. Mundos donde Dios no existía y la gente parecía feliz igual. Me quedaba horas frente a la pantalla, dejando que otros me contaran una vida distinta a la mía.

Después vinieron las amistades. Me acerqué a personas que no creían en nada, pero que reían fuerte. Me hacían sentir vista. Me hacían olvidar por momentos ese hueco que llevaba dentro.

No era rebeldía. Era hambre.

Hambre de sentir algo. Lo que fuera.

“No era rebeldía. Era hambre. Y terminé llenándome de ruido... cuando lo único que podía llenarme era Su voz.”

Recuerdo perfectamente la primera vez que crucé una línea. Fue en una fiesta. Una compañera de clase me invitó. Nunca había ido a una, pero acepté sin pensarlo. Tenía ganas de desaparecer entre la música y la oscuridad.

Llegué con el corazón acelerado. Todo me parecía nuevo. El ruido. La ropa. El olor a cigarro y perfume barato. Alguien me ofreció un vaso con algo que sabía amargo. Dije no. Me insistieron. Dije sí.

No fue por gusto. Fue por no pensar. Por pertenecer. Por escapar.

Esa noche me reí como si todo estuviera bien. Bailé como si el mundo no doliera. Y por unas horas, lo logré. No pensaba en Dios. No pensaba en mí. Solo era una sombra más moviéndose en la multitud.

Volví a casa tarde. La ropa oliendo a humo. El alma, también. Me miré al espejo y no supe si estaba orgullosa o asustada. Pero una cosa fue clara: ya había cruzado. Y no quería volver atrás.

“Y aunque el humo se disipó, algo dentro de mí se quedó ardiendo en silencio.”

Comencé a rodearme de personas que, a primera vista, lo tenían todo. Seguridad. Risas. Autoconfianza. Parecían vivir sin miedo, sin culpa, sin ese peso en el pecho que yo sentía cada mañana.
Había una chica, Laura. Hablaba de todo sin filtro. Tenía cicatrices en los brazos que nunca escondía. Me dijo una vez: “Aquí no creemos en cuentos de hadas. Solo en sobrevivir”. Me aferré a su forma de ver el mundo. Era cruda, pero honesta. O al menos eso creía yo.

También conocí a Diego. Siempre con una broma en la boca y una cerveza en la mano. Todos lo seguían. Todos lo admiraban. Pero una noche, en un momento raro de silencio, me dijo: “A veces me encantaría no despertar. Pero no le digas a nadie. Aquí todos estamos jugando a que estamos bien.”
Me uní a ese juego.

Rodeada de risas, de conversaciones sin profundidad, de fiestas sin alma, comencé a acostumbrarme a ese mundo. No me hacía sentir viva, pero me hacía sentir menos sola. Me daban abrazos que no sanaban, palabras que no alimentaban, pero algo era mejor que nada.

Empecé a aceptar lo que antes habría rechazado. A normalizar cosas que antes me habrían dolido. Ya no por convicción, sino por adaptación. Era como si mi alma se hubiera vuelto moldeable. Como si ya no tuviera forma propia.

Me convertí en lo que veía: alguien que sonreía por fuera y se apagaba por dentro.

“Y así, poco a poco, dejé de preguntarme quién era... porque ya no quedaba nadie para responder.”



#3109 en Otros
#183 en No ficción
#917 en Joven Adulto

En el texto hay: vidareal, dios, testimonio

Editado: 06.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.