Elena bailaba como si nadie la viera, pero a sabiendas de que él desde lejos la observaba; bailaba como si esa noche fuese la última, y en cierta forma lo era; bailaba como si su dolor no estuviera ahí, dentro de ella, arrugándole el corazón.
No podía permitirse parar de bailar, sabía que si paraba iban a volver los recuerdos de días atrás. Pensar y solo recordar las últimas horas la desgarraba y ahora ya no estaba dispuesta a llorar más, suficiente lo había hecho.
Está noche ya no.
Elena al bailar daba vueltas con una falda color azul claro que ondeaba al ritmo de sus caderas, mientras tocaba sensualmente su corpiño blanco ajustado. No quería parar, el alcohol que había consumido la tenía en trance, uno con el que podía controlar sus emociones pero que al mismo tiempo que la hacía tambalear.
Los pies no le dolían como en otras ocasiones ya que su corazón estaba demasiado herido para notar las rozaduras que le hacían sus zapatos blancos de tacón. Al tiempo de girar hundía sus pequeños dedos en su espeso pelo rizado.
En su cabeza resonaba la música de la discoteca, pero su mente se desataba una tormenta tropical, no podía dejar de bailar ni estar parada porque caería al suelo sin duda, el líquido amargo que seguía pasando por su garganta le quemaba y más la mareaba, ella cerraba los ojos para sostenerse de pie.
—Elena por favor vámonos, estás demasiado borracha para seguir aquí, no pienso dejarte sola, vámonos juntos por favor. —Mateo miraba esos ojos avellana como si él no tuviera culpa alguna de su estado, él que era el culpable de tanto dolor, de su dolor.
—Márchate si quieres Mateo, me quedo con las chicas cogeremos luego un taxi de todas formas ya te has despedido ¿No es verdad? —Lo miró con los ojos vidriosos sin alzar la cabeza, el dolor de saber que su mejor amigo, el amor de su vida, se marchaba tan lejos para estudiar y ella era la única que no estaba enterada.
Se había enterado porque Anabel una compañera de danza se lo había comentado en unos ensayos, no quiso hacerle caso, imaginaba que eran los celos de otra chica que andaba detrás de él, pero para su sorpresa era verdad. Mateo no se había dignado a decírselo hasta hacía una escasa semana cuando lo enfrentó, y fue solo cuatro días antes para ser exactos.
Seguramente no se lo había dicho para no tener que discutir con ella, Mateo sabía que ella se iría con él hasta el fin del mundo si se lo decía, pero también sabía que ella tenía sus sueños puestos en París, estudiar gastronomía y abrir un pequeño restaurante, en esa ciudad o volver a casa y abrirlo aquí, seguramente por esa razón lo había ocultado pero... de todas formas a ella le había roto el corazón.
—Elena, por favor, no quiero pasar la última noche discutiendo contigo, deja de estar molesta conmigo y vamos juntos a descansar. —Le pedía suplicante Mateo.
—Mateo ¿no lo ves? No me quiero ir y mucho menos contigo. Vete, creo que ya hablamos lo suficiente —decía quebrándose su voz—. A no ser que tengas alguna otra sorpresa que darme —balbuceó irónicamente.
—Nena, mi vuelo sale a las 7 hacía New York, ¿de verdad dejarás que me vaya así? sin poder despedirme de mi mejor amiga, mi pulga, mi pequeña alma gemela. —Hizo un dulce puchero para ver si la convencía para marcharse.
Elena lo miraba fijamente, y fue detallando cada centímetro de su cara hasta llegar a su boca, sin saber si era efecto del alcohol o de lo que realmente quería se armó de valor, se acercó a Mateo volvió a mirarlo a los ojos, acarició su mano el cabello rubio de Mateo caído por la frente hasta que le puso la mano en la mejilla y lo besó. No fue un beso rápido al principio, fue tierno pero acabó en un beso apasionado y lleno de furia que Mateo, aún sabiendo que no debía, siguió y saboreo esos labios carnosos que tantas veces añoró besar, eran suyos.
En un momento de lucidez, Elena, se separó abruptamente y mirando a esos ojos verdes que tanta tranquilidad le transmitían le dijo:
—Adiós, Mateo, ve en calma. —Se alejó volviendo a la pista a bailar.
Elena vió como Mateo la miraba fijamente, pero esos ojos verdes solo le transmitían tristeza, ¿dolor? Si Mateo había decidido marcharse porque la miraba así? Él había sido el que le había hecho daño.
A Mateo el corazón se le aceleró esto no podía pasar ahora, no podía correspondenderla en este momento aunque su corazón se lo pidiese a gritos, lo había besado y él como un imbécil había correspondido.
No podía hacer más daño a su pulga bastante le había provocado ya. Aunque ella no sabía que también él tenía roto el corazón. Así pensando en ella bajo la mirada, agacho la cabeza dio media vuelta y sin mirar atrás, se marchó.
Editado: 06.02.2024