Capítulo 1. Italia… en casa…
París, casi un año después.
Elena.
—¡Elena! Ya han publicado las notas. ¡Elenaaaa! ¡Ven! —grita Catia.
La vengo escuchando de lejos, ya sé el porqué de la alegría de mi amiga. Se debe a que por fin sabremos si podemos volver a casa una semana después de los exámenes, solo los alumnos que hayan superado todas las pruebas teóricas y prácticas tendrán el privilegio de estas «vacaciones» antes de volver otra vez a la carga, los que no deben recuperar las horas o temas que les faltan en esa semana.
—Elena, ¿qué vas hacer esta semana? —pregunta Abel llegando a las taquillas del largo pasillo de la Universidad de París.
Abel es un compañero de clase con el que comparto muchas materias y clases, alguna vez compartimos alguna que otra salida. No tengo muchos amigos aquí, el tiempo es oro y tengo que estudiar varias horas al día.
Muchos creen que nos une algo sentimental, pero nada de eso, él es alguien amable con quien tengo buena conexión. Nosotros sabemos que solo nos une una bonita amistad, está enamorado de alguien en secreto. Pero no he podido saber quién es la afortunada, no me permite hablar de ello, dice que nunca lo dirá.
—Voy a casa, mi madre y mi hermana están deseando que vaya a poner en práctica todo lo que he aprendido, quieren que les prepare unos menús para perder unos kilos antes de Navidad, kilos que piensan coger en esas fechas —comento sonriendo sinceramente.
—Si gustas, podría acompañarte enana. —Me dice sonriendo Abel y acariciando mi pelo.
Los padres de Abel son chef, así que no va mucho a casa en las fiestas o días libres, en las fiestas no disponen de tiempo suficiente para celebrar. Tienen varios restaurantes que atender, aún así mi amigo refiere que jamás le ha faltado el cariño de sus progenitores, solo que las fiestas para ellos son estresantes y evita ir para no quitarles tiempo de sus obligaciones.
—Sabes que te invitaría encantada pero no puedes venir, mis padres pensarían que tengo algún tipo de relación sentimental contigo los conozco y no quiero confundirlos.
—Claro que te entiendo, mis padres pensarían igual que los tuyos. —asiente—. Esta semana iré a ver a mis abuelos ya que este año, en navidad, quizás vaya a casa y me adentre en la cocina de uno de nuestros restaurantes y así les quito algo de trabajo. —Sonríe, pero su sonrisa desaparece, como ha pasado últimamente, al ver llegar a Catia—. Bueno voy hacer las maletas chicas. Después nos vemos. —Corta rápidamente. Abel avanza por el pasillo y Catia me mira.
—Nena, sabes que Abel está loco por ti, ¿verdad? —dice volviendo la cabeza viendo como desaparece de nuestra vista.
—Catia sabes perfectamente que eso no es verdad y lo sabes bien. —Le aclaro—. No nos gustamos de ese modo aunque nos apoyamos, el curso está siendo muy duro. Eso no quita que nos tengamos cariño. —Catia está muy graciosa entrecerrando los ojos dudando de mí palabra.
—Supongo que él sabe que solo le tienes cariño y que no tendrá nada más contigo. —Intenta que note su ironía—. Yo por el contrario lo buscaría para trabajar en otra cosa, siento que esos ojos azules están faltos de sexo. —Me dice mientras se carcajea.
—Eres mala, malísima, yo no quiero nada con nadie, eso incluye Abel y sus ojos azules —puntualizo—. Sabes, creo que a Abel le gusta alguien —digo mientras ella cierra la puerta de su taquilla y se queda muda ante mi confesión—. Vamos Catia voy a preparar la maleta estoy deseando llegar a casa. —pronuncio mientras miro a mi amiga que está parada en mitad del pasillo.
Mateo.
—¡Bienvenido cariño! —Mi madre me ha estado llamando todos los días durante el último medio año, preguntándome si como, lo que como, si descanso, si salgo, si es así con quién salgo todas las preguntas que se le ocurren, vaya que se preocupa de que todo ande bien. Ella ha vivido y ha visto mi dolor al tenerme que marchar a New York.
Mamá la bella y rubia Emma Donovan ya es intensa por naturaleza así que con su hijo mayor más, es decir conmigo.
Es una mujer que si te ama, te ama con todo su corazón pero si te odia… bah, no es imposible que mamá odie a alguien. No le gusta ser falsa, es de las que cuando algo no le gusta, se le nota en la cara, no lo puede evitar.
—¡Hola querida madre! —digo mientras la alzo del suelo y la giro. Sé que no le gustaba que le diga madre, prefiere mamá, cree que la palabra madre envejece, pero ni llamándola madre puede parecer vieja. Se conserva estupendamente y a sus casi cincuenta años parece diez años menor, para mi es preciosa con esos ojos verdes que le he heredado.
En cuanto la bajó al suelo ella responde dándome mil besos por toda la cara, como le gusta hacer desde que yo recuerdo, la verdad es que casi nunca se lo permito, pero llevo medio año sin verla.
—Creí que no vendrías nunca mi niño, te has ido tan lejos -refiere con un tono de voz que suena a reproche. Luego me mira haciendo un puchero.
—Mamááá, tengamos la fiesta en paz por favor, sabes que me marche para ayudar a papá y que todo lo hago para llegar a ser un arquitecto reconocido, además, de ayudar a las empresas de papá y Pablo nadie mejor que tú lo sabe. —comento algo incómodo—. Cuando acabe de estudiar y finalicen mis prácticas, allí tendré grandes oportunidades que aquí no creo que pueda tener, ¿sabes? El profesor Justin cree que tengo grandes posibilidades de entrar en su empresa. —le explico dejando mi abrigo en el sillón verde oscuro de piel que se encuentra en la sala donde antes pasaba las tardes charlando con mamá y le contaba todo lo que me pasaba. Me acomodo para descansar un poco, mamá se sienta en el brazo del asiento, acaricia mi pelo mientras me habla.
Editado: 06.02.2024