Regresaré

CAPITULO 2

Capítulo 2. La cena.

 

Mateo.

Pasamos a la lujosa casa de los Gaez, Sara y Pablo siempre han sido muy cercanos, como era de esperar nos  reciben con una cálida sonrisa y abrazos.

Al pasar mi padre le entrega una botella de vino a Pablo mientras palmeaba su espalda, mi madre junto a Sara me acompañan al salón.

—Bienvenidos a nuestra humilde morada amigos míos  —habla Sara sonriendo y repasándome con la mirada—. No sabía que estabas en la ciudad Mateo, muy bien. —No es lo que dice lo que me inquieta, si no como me mira cuando lo hace.

Sara es como una segunda madre para mí, la conozco muy bien, por eso he notado algo especial en su sonrisa al pronunciar esa frase. Se acerca a mí  y deja un beso en mi mejilla.

Veo entrar a Pablo a la sala. Este se para frente a mí y yo estiro la mano hacia él,  dedicándole una sonrisa. Pablo la estrecha con un fuerte apretón y tira de mí hasta abrazarme. Para ser sincero extraño esto. Extraño sentirme en casa. Sentirme seguro.

Pienso en cómo sería mi vida de haber tomado la decisión de no cumplir con lo que se esperaba de mí. ¿Habría tantos problemas como me dijeron?

Todos estamos alegres con la visita, pero tengo un sentimiento de vacío. Pienso en Elena, me gustaría tanto verla. La he extrañado cada día desde que me fui.

—No cambias, amiga, tu casa es muchas cosas, grande, lujosa, de diseño… lo que tu quieras menos humilde —menciona mi madre cogiendo un jarrón de porcelana con bordes dorados y enseñándoselo a mi padre, ríen viendo a papá y Pablo negando con la cabeza.

Escucho unos pasos y giro mi cuerpo para mirar hacia las escaleras de mármol blanco que van a la primera planta de la vivienda. Veo como Jess baja las escaleras seguida de… ¡Elena!

En este instante mi corazón ha empezado a latir desbocado. ¿Por qué nadie me ha dicho que Elena está aquí? Paso la mano por mi pelo para que no se note el nerviosismo que tengo.

Antes de poder abrir la boca para saludar, Jess de un salto ya está colgada de mí, no ha cambiado nada en el último año, su pelo rizado rojizo, largo y suelto le molesta en la cara, se lo aparta para besar mi mejilla.

—¡Mateo! ¡El de New York! ¡Qué bueno verte la cara! —grita mientras sigue abrazándome.

Hemos mantenido el contacto este tiempo, alguna vez sutilmente he preguntado por su hermana y ella me ha puesto al día de lo bien que le van las cosas en París. Eso es un descanso para mi conciencia, saber que mi decisión de algún modo la beneficia.

Veo de reojo a Elena venir hacia mí. Lleva su rebelde pelo castaño ondulado en una coleta, unos jeans azules y una camisa color salmón, como recuerdo,  sus tenis blancos.

Va ligeramente maquillada pero el poco maquillaje que lleva le resalta esos preciosos ojos avellana que no puedo dejar de ver, esos en los que tanto he pensado hasta ahora. Sin querer, al verla, sonrío ampliamente.

—Hola princesa, no me das un abrazo  —cuestiono sin pensar. La he extrañado tanto. Sus ojos me repasan y nervioso remuevo mi pelo desarmándolo un poco. Quizás ella no me ha extrañado, estaba muy dolida cuando me marché. Está sonriendo pero algo en sus ojitos ha cambiado. Se acerca lentamente y me da un abrazo.

—Hola Mateo  —saluda con una media sonrisa. Me gustaría quedarme así y no tener que soltarla.

—Hola, Elena, espero que en estos meses fuera no me hayas olvidado porque yo te he tenido muy presente —menciono sonriéndole, quiero hacerle notar que, para mí, sigue siendo muy importante. Ella al escucharme ha cambiado su gesto.

—Chicos pasemos al salón, la mesa está servida y no queremos que se nos enfríe la cena. —Elena se aleja de mí y por la forma en que lo hace,  confirmo que ella aún está enfadada. Noto en su mirada el incómodo momento que acababa de vivir con mis palabras.

Elena sonríe levemente y se dirige al salón, se sienta junto a Jessica delante de mí. Me gustaba tanto tenerla cerca, aunque tenga que ser, solo así, mientras cenamos.

La cena se ha hecho ligera, hablamos de los méritos que había conseguido Elena en París en poco tiempo, de mis méritos en Nueva York, de las notas de instituto de Ana y de la loca idea de Jessica quien quiere ir a Canadá para tomar un año sabático. Sus padres no están muy de acuerdo.

Empezamos conversación sobre las empresas, de lo bien que van las empresas de nuestros padres, todo parece fluir perfectamente hasta que mi padre ha hablado.

—Quién iba a pensar que Mateo acabaría en la otra punta del mundo. Acabo de decírselo a Pablo, sabéis que su profesor de arquitectura le ofreció hacer allá las prácticas y con ello, después de eso, vamos a poder hacernos hacernos socios allí. Mi hijo en un par de años con veintitrés va a ser socio de un gran estudio de arquitectura. —Mi padre sonríe orgulloso. Desvío la mirada para ver a Elena la cual está sonriendo con una sonrisa que no le llega a los ojos.

 

Elena.

—Todavía no hay nada seguro papá —indica Mateo mirándome. El ha notado el cambio en mi cara aunque intenté disimular. Me conoce perfectamente.




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