MATEO.
Cuando ambos salimos del despacho, Ana y mama nos esperan ansiosas para saber que es lo que pasa con nosotros.
—¡Mateo! —exclama mama viniendo directa a mis brazos.
—¿Hola ama, todavía no estás vestida? —pregunto sonriente para que desaparezca la tensión que mi bella madre acumula.
—No… pero ahora mismo voy a ello. —dice, sin preguntar nada ante el semblante sonriente de mi padre.
Ana sonríe y deja un beso en mi mejilla, después sale corriendo detrás de mi madre.
Cuando me decido a dirigirme hacia mi habitación doy la vuelta para observar como mi padre me mira.
—Papá, hay algo que no te he contado.
—¿Qué cosa hijo?
—Ayer me hicieron una entrevista.
—¿Cómo? ¿Laboral? —su semblante cambia a uno de preocupación.
—No papa, fue una entrevista periodística, en realidad la chica con la que dicen que estaba ayer es Elisa Wort, periodista de EuropaArt.
Mi padre se ha quedado petrificado en el sitio, sé que está feliz, pero no mueve ni un parpado.
—Papá, ¿me escuchas? EuropaArt quiere que sea la portada de enero de la revista.
—Hijo… —unas lágrimas se deslizan por sus mejillas.
En los veintiún años que tengo no había visto nunca llorar a mi padre, excepto cuando nació Ana, que derramo unas lágrimas haciendo que me preocupara, lo recuerdo perfectamente, ahora en una hora lo veo dos veces.
—Enhorabuena, estoy muy orgulloso de ti. —viene abrazarme. ¿Lo sabes verdad?
—Siempre lo he sabido, vamos, tenemos que cambiarnos, no quiero llegar tarde a esa cena. —palmeo su espalda.
ELENA.
—Entonces, ¿qué pasa con Catia? —pregunto a Abel.
Desde que Abel salió del cuarto anda superraro, no he conseguido que me diga que ha pasado y Catia no me coge el teléfono.
—Wow estás preciosa —dice cuando se digna a mirarme.
—Está bien, no voy a preguntar más. —digo molesta. —Entiendo que es cosa vuestra.
Abel se levanta del sofá del salón, se dirige hacia la ventana, apoya su mano en el cristal y mirando hacia él hacia fuera me explica.
—Catia… ella… no está bien. —Estábamos discutiendo, como en otras ocasiones, cuando un ruido me ha sobresaltado, y ya solo se ha escuchado la voz de su padre colgando el teléfono. Tengo la impresión de que algo grave le pasa.
—Abel sé que ella no tiene buena relación con su padre, pero no creo que…
—Sí, creo que algo le ha pasado con su padre, no sé si le ha hecho algo, pero no responde a mis llamadas ni le llegan los mensajes. —Suspira. —No sé qué hacer.
—No pienso que le pase algo malo a Catia, y más conociendo su carácter. No se dejaría de nadie, ni de su propio padre, pero vamos a hacer algo, llamaré a su casa, si no responde después de la cena iremos juntos a verla.
Abel asiente con la cabeza.
—Gracias Elena. —Me da un abrazo.
—¿La amas, cierto? —pregunto.
—Eso creo. —contesta sonriendo.
Escucho el timbre de la puerta principal y me siento tensa.
—¿Será Mateo con su amiga? —se burla —tú estás más bonita. —dice guiñándome un ojo.
Para mi corazón es un alivio ver entrar a Nico junto a Jésica al comedor.
Ese alivio no dura mucho, veo como seguidamente entran Ana y Emma, seguidas de Miguel, casi por completo la familia Donovan.
—Hola cariño. —Se acerca Emma.
—Hola, bienvenidos a casa —digo sin apartar la mirada de la puerta.
Jessica, que como buena hermana detecta mi ansiedad, hace la pregunta que no se atreve a salir de mis labios.
—¿Dónde está Mateo?
—Ha dicho que ahora venía se adelanta Miguel. —Su sonrisa me indica que las cosas entre ellos se han solucionado.
La espera hasta la cena se está haciendo eterna, como cada año, la costumbre es venir o ir un par de horas antes y familiarizar entre todos.
Miguel habla con papá que sonriente como él, asiente. Por otro lado, Ana, Jess, Abel y Nico ríen en el patio exterior bebiendo una copa, y yo aquí, como una tremenda tonta, me monto películas sobre porque Mateo tarda tanto.
Pasan solo unos cinco minutos cuando mamá se acerca hasta el sillón donde estoy sentada.
—¿Qué haces mi vida? —pregunta acomodándose a mi lado del sillón.
—Nada, solo pensaba. —sonrío. —Vamos ayúdame con la mesa.
MATEO.
—Podrías hacer menos ruido o ser menos escandaloso —se carcajea.
Llevo como veinte minutos esperando a que Vicente salga de su casa y se suba al coche.
Resignado, ha salido ajustando su corbata y sonriendo.
—¿Quién es esa que sale de tu casa?
—Oh, esa es Marta, una amiga. Por cierto, ¿qué tal con tu padre? —Desvía el tema.
—Hemos aclarado las cosas. Los dos estábamos equivocados —contesto.
—¿Y con Elena? Que va a pasar con ella. —pregunta mirándome.
—Nada que ella no quiera.
—¡Ja! —Suelta una carcajada —¿Y eso qué significa?
—Que voy a por todas con ella. —Lo miro de soslayo.
Frente a casa de los Gaez, una sensación de nerviosismo se interna en mi cuerpo.
El miedo me consume, intento que no se note, pero en el fondo disimulo muy mal.
Editado: 06.02.2024