MATEO.
La despedida se acerca, pero esta vez no siento la tristeza que me invadía antes. Veo en los ojos de Elena un brillo y una felicidad que me llena de orgullo. Abrazo a mi princesa con fuerza.
—Vas a brillar en París, Elena. Lo sé. Y yo estaré aquí, luchando para que cuando vuelvas podamos estar juntos y sea mejor de lo que esperas. —Le doy un último beso antes de que salga por la puerta, debe hacer la maleta y salir temprano si quiere llegar a tiempo y reactivar la matrícula. Ver como se marcha me parte el alma como ya lo hacía antes, solo que sin ella ahora me siento más vulnerable.
No puedo dejarme caer en la depresión por no tenerla cerca, otros se quedan aquí conmigo acompañándome como mi madre, que ha perdido seis kilos en menos de dos semanas. Mi padre está preocupado, así que le he pedido que no la deje venir nada más que por las mañanas.
Ana me acompaña por la tarde junto a Jessica, y los demás.
Cuando Elena sale por la puerta y los demás la acompañan, me permito llorar y sacar toda esta puta rabia que tengo dentro. ¿Por qué?
¿Por qué me ha pasado esto? ¿Qué he hecho mal en esta vida para perderlo todo de un plumazo?, cuando ya estaba decidido a cambiar mi vida…
Tumbado en la cama, veo de reojo como vibra mi teléfono, es una videollamada de mi princesa. Está en el aeropuerto facturando las maletas, es real, se va… el corazón y el estómago se me encogen de pensar que se marcha.
—Hola amor —me dice con los ojos llorosos. —no puede decir nada, imagino que tiene un nudo en la garganta como lo tengo yo.
—Hola princesa, no pongas esa carita por favor… —suplico.
—Pídeme que me quedé Mateo, pídemelo y lo dejo todo.
—No pequeña, vas a ir a París y vas a triunfar. Para que cuando vuelvas pueda presumir de novia, ¿ok?
Mi princesa ríe tristemente y asiente con la cabeza.
—Me tengo que ir amor, volveré pronto. Por Favor cumple tu promesa. ¿De acuerdo? —Asiento afirmativamente, y ella me dedica la sonrisa más bonita que nadie podrá nunca ver.
ELENA.
Miro por la ventana del avión, pero no consigo ver nada ya que la vista se me nubla por las lágrimas. Pienso en que he dejado a Mateo en el hospital y el corazón se me arruga por el sentimiento de angustia que tengo, la sensación que ahora tengo es como que lo he abandonado, mi mente sabe que no es así, pero mi corazón está muy enfadado conmigo. Yo sé que él siempre va a tener el apoyo incondicional de nuestras familias y amigos, pero desearía que el tiempo en París se parase y poder estar día y noche a su lado.
El próximo trimestre va a ser duro si no me preparo emocionalmente hablando. Mi sueño y mi amor por Mateo me van a ayudar a ser fuerte, como lo he sido hasta ahora, porque al final, quiero pensar que todo valdrá la pena.
Cuando llego a París, observo todo a mi alrededor, las casas, las calles, los edificios de la ciudad y me doy cuenta de que esta ciudad no es mi casa.
Añoro mi casa, a Mateo y a todo lo que quiero. Es curioso, me he dado cuenta en estos días, que no podría dejar nuestro pueblo para siempre, no podría abandonar lo que conozco y quiero, para empezar aquí una nueva vida. Mi vida está allí con mis padres, con mi familia y con Mateo.
Al salir del aeropuerto veo a Catia y Abel esperando, mi amiga me ve y grita.
—¡Elena! ¡Cariño! ¡Estamos aquí! —Catia tiene la mano alzada y viene corriendo abrazarme. —¿Cómo estás, nena? —me da besos en la mejilla —¿Preparada para lo que se avecina? Has hecho bien, no te martirices. Mateo va a estar bien y tú vas a acabar lo que empezaste, ¿lista? —pregunta emocionada por la decisión que he tomado de volver.
—¡Catia no la agobies, mujer! —gruñe Abel abriendo paso para abrazarme. —Vamos, te quedarás en mi casa, no quiero que estés sola en la residencia. —Ordena a la vez que toma mi maleta y se encamina hacia la salida.
—¿Como que sola? ¿Y Catia, es que ha dejado la residencia? —pregunto. —Ella es mi compañera de habitación. ¿Por qué no me han notificado nada?
—Nena, tenemos muchas cosas de las que hablar, pero lo haremos cuando lleguemos. —contesta mi amiga nerviosa. Ahora sube al coche.
Aproximadamente cuatro semanas después…
Estoy concentrada en mis clases, cada día hay nuevos retos de cocina y hoy tengo la oportunidad de aprender de un chef muy bueno. Simón Monreau. Estoy concentrada en mis platos, cuando él se acerca.
—Une pinté exquise (Una pinta exquisita) —dice mirándome de una forma que intimida.
—Agradezco su atención, chef, es una simple salsa —expreso mientras procedo a remover la salsa de champiñones.
—Lo sé, no me refería a la salsa. —Me sonríe.
Editado: 06.02.2024