Regresaré

EXTRA 1

MATEO.

 

El sol se sitúa en el cielo azul mientras la arena caliente se desliza entre mis dedos de los pies. 

La risa melodiosa y contagiosa de Abril llena el ambiente mientras intento alcanzar el balón que rueda hacia la orilla.

 

—¡Corre papá corre! ¡Vamos, papá, atrápalo! —Exclama Abril emocionada. Sus rizos dorados ondeando con el viento marino, le molestan en la cara, por lo que no puede correr más rápido porque sus piececitos no se lo permiten.

 

—¡Lo tengo, princesa! —rectifico— ¡Casi lo tengo princesa! —grito, extendiendo mis brazos para atrapar el balón justo a tiempo. Abril estalla en risas y aplaude con entusiasmo, cuando me ve con el balón entre las manos.

 

Elena observa la escena con una sonrisa, admirando como yo la felicidad que siente nuestra hija. 

 

—Parece que se divierten más que nunca —me comenta mientras se acomoda en la toalla con el libro que lee de Dayvis AB en la mano. 

 

—¿Te unes, cariño? —pregunto acercándome con la pequeña Abril en brazos, y extendiendo la mano para ayudarla a que se levante.

 

Elena asiente con una sonrisa y deja su libro a un lado.

 

La brisa marina acaricia nuestras caras mientras jugamos en la orilla. Abril corre de un lado a otro, su risa resonando como música. 

 

—¡Más alto, papá! —grita mientras la elevo en el aire.

 

Después de un rato, nos sentamos en la arena, disfrutando de la paz que solo la playa puede ofrecer. Abril se acurruca entre nosotros, sus ojitos brillando con satisfacción.

 

ELENA.

 

—Papá, ¿jugamos a los castilletes de arena? —propone Abril, con su entusiasmo incontenible. 

 

Mateo asiente, y nos ponemos manos a la obra, construyendo torres y fosos con la pequeña.

 

—¿Y si hacemos un castillo enorme? —sugiere Mateo, y Abril asiente emocionada. 

 

Trabajamos juntos, formando paredes de arena y creando un foso profundo alrededor.

 

—¡Ya casi terminamos! —exclama Abril, con las manos embarradas de arena. Nos sentamos admirando nuestro logro, un castillo gigante que se encuentra ante nosotros.

 

La tarde avanza, y decidimos dar un paseo por la orilla. El sol comienza a esconderse, pintando el cielo con tonos más anaranjados. Abril corre hacia las olas, y con sus pies diminutos nos salpica con la espuma.

 

—¿Estás disfrutando, cariño? —le pregunto a Mateo mientras caminamos juntos.

 

—Como nunca antes. —Responde, mirándome con cariño. 

 

Nos tomamos de la mano, agradeciendo en cada momento, por estas vacaciones familiares en la playa, que tanto tiempo llevamos planeando.

 

El restaurante es todo un éxito, superando toda expectativa y ni hablar del despacho de arquitectura de Mateo, que ha pasado de ser un negocio local a nacional en menos de un año. 

 

Las demás empresas que él comparte con mi familia y con Justin siguen bien, ahora son de éxito mundial, gracias a lo que empezó siendo una pequeña fusión de la empresa de aquí con otra en New York.

 

—¡Tía Jess! ¡Tío Nico! —grita Abril emocionada de ver a sus tíos favoritos.

 

Jess se acerca con su gran panza de siete meses, hacia mi hija, y está con precaución la abraza de las piernas pegando su pequeña cabecita en su barriga.

 

—Hola Sabrina, ¿estás cómoda ahí dentro? —pregunta mirando a su tía.

 

—Dice que está muy cómoda, nena. —le responde mi hermana.

 

—A mí no me saludas princesa —cuestiona Nico abriendo sus brazos para que Abril le salte encima.

 

Nico la toma en brazos y nos dirigimos cada uno hacia su apartamento donde cenaremos y acostaremos Abril que está rendida.

 

Jess hará lo mismo ya que necesita descansar por su embarazo. Ellos vuelven mañana a la ciudad, en cambio, a nosotros todavía nos queda una semana para disfrutar de esta preciosa playa.

 

Nunca imaginé que se pudiese sentir tanta felicidad, pero soy la prueba viviente de que es posible.


 

Al pasar yo me dedico a preparar la mesa con los platos de la cena que hemos pedido al restaurante del apartahotel, mientras Mateo se ocupa de bañar a Abril y acostarla, ya que ella ya ha cenado en la playa. 

 

La mesa está iluminada por la luz de las velas, he creado un ambiente romántico para que Mateo y yo disfrutemos de nuestra cena. Hablamos sobre el día y compartimos risas, pero él no sabe la sorpresa que estoy a punto de revelar.

 

—Mateo, —digo, mirándolo fijamente a los ojos —tengo algo especial que contarte esta noche —digo con una pequeña sonrisa nerviosa que quiero ocultar, pero se me escapa. 

 

—¿Qué pasa, amor? —Él me sonríe. Sus ojos brillan por la curiosidad de saber lo que pasa.

 

Respiro profundamente, intentando contener los nervios. Ver esa curiosidad que tiene me gusta.




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