Adoraba estar rodeada de flores así ha sido desde que era tan solo una niña, lastima que algo tan simple como admirar flores bajo la luz del sol para ella, no podía ser así. Desde que llegó a este mundo, su vida fue un constante encierro, muchas veces en su niñez se cuestionó, ¿Por qué eran tan crueles con ella? Era solo una niña, aunque al ver la estela de muerte que dejaban cada pateleta que hacia entendió el porque aquel claustro contra su voluntad. Lo que realmente nunca entendió, era porque en lugar de ayudarle huían de ella para luego volverla a encerrar.
—Esta algo pálida mi señora —soltó despreocupada una mujer, de grandes alas negras.
—Ágata pero que insolencias son esas, Areusa lleva catorce años en un oscuro calabozo, sin poder ver la luz del sol —riñó una mujer entrando a la estancia con una charola llena de comida—, pero a pesar de todo sigues hermosa mi rosa.
—Muchas gracias Danica.
—No hay nada que agradecer, sabes que aquí estaré —dijo aquella mujer, sirviendo una taza de té.
La pelinegra de ojos aguamarina, tomó la taza antes de beber un poco de la deliciosa infusión, apreció la fragancia que emanaba la humeante taza.
—Jazmin y hierba buena —tomo un poco para luego tomar un bocadillo dulce—. Dime algo Ágata ¿Qué ha pasado en estos catorce años?
La mujer rodó los ojos —nada interesante, todo es paz y tranquilidad —dijo el cuervo hastiado.
—Dime todos los miembros de la orden...
—Muertos, o pagando una condena ridículamente larga —dijo Ágata encogiéndose de hombros.
Areusa negó, sin dejar de sonreír —definitivamente estaba rodeada de imbéciles.
—Areusa en tu condición es mejor que te repongas, además hay que conseguir al recipiente de la magia de oscuridad.
La pelinegra fulminó con la mirada a ágata, ya que por su culpa un fragmento de su magia estaba perdido.
Ágata se arrodilló ante su señora, llorando de manera exagerada —lo siento mi señora tanta magia poderosa dentro de mi, me quemaba y soportar me era imposible.
Miró con desden al cuervo arrodillado, se levantó de la silla ya estaba hastiada, de la incompetencia de su lacaya —quiero mi magia, si no la tengo para la siguiente luna llena, te arrancaré las alas pluma, por pluma —amenazó Areusa saliendo de la estancia.
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—Madre —llamaba una jovencita de cabello lacio y negro que estaba atado en un listón de seda rojo, su piel nivea y tersa hacía contraste, con la piel canela clara de su madre, de su padre heredó sus grandes ojos ambarinos, casi dorados.
—¿Si? —respondió Melibea poniendo atención, a su hija.
—¿Por qué no tuviste más hijos? —preguntó Mía a su madre.
No era que no quisiera tener más hijos, simplemente no había logrado volver a ser madre, una segunda vez —Mía ¿Por qué la pregunta? —no que le molestase tocar aquel tema, solo que le tomó por sorpresa.
—Si no quieres contarme yo entenderé —dijo la muchachita cabizbaja.
Negó con una sonrisa, tomó las manos de su hija de manera cariñosa —para mi y tu padre fuiste un regalo, que esperamos por mucho tiempo pequeña Mía, eres tan especial que contigo nos basta para ser feliz.
Se soltó de las manos de su madre, sabía que aquello no era verdad, pero su madre siempre se empeñaba en ocultarle las cosas —no mientas madre, se que en la manada comentan que el alfa tuvo que tener más hijos, también se que me rechazan por degenerar su linaje.
—Mía esos son solo comentarios mal intencionados, para tu padre y para mi, tú eres lo más importante.
—No dudo de su amor madre, pero para mí padre habría sido mejor tener un hijo fuerte, uno que si pueda transformarse, no como yo que no se si podré transformarme, además tampoco tengo talento como hada, no soy como Gael que sabe usar sus dos virtudes...
—¡Basta! —Melibea nunca había gritado a su hija, nunca tuvo la necesidad pero cada comentario que Mía hacía desperdiciandose le molestó demasiado —; no debes compararte con nadie, no todos son iguales, cada quien es distinto hija mía.
—Tú lo dices porque nadie se ha burlado de ti.
—Mía tú no eres así, dime pequeña ¿Qué te pasa? —empero Melibea preocupada por su única hija.
—No quiero volver a Bleddyn allí siempre estoy sola, todos hablan a mis espaldas. Me gusta más estar en Aldremir, allí está Merliah y Genevieve.
Se cambió de asiento, para sentarse junto a su hija y abrazarla —prometo que en cuanto pueda volveremos a la capital, además debemos trabajar en tu atributo de oscuridad.
—¿Lo prometes? —pidió la muchachita haciendo puchero.
—Si pequeña lo prometo —dijo la duquesa besando la coronilla de su pequeña.
Esperaba pronto volver a Aldremir, no solo quería estar con su prima, también quería volver a ver a cierto castaño miel, de ojos grises y linda sonrisa.
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—¿Cómo escapó? —inquerí al borde de la desesperación, esa mujer era un peligro.
—Tuvo ayuda interna alguien debilitó de a poco, el sello de su celda, por lo que cuenta Ágata la sacó de Berbendur.
Esto me parece inaudito, quien es tan desquiciado para ayudar a Areusa, después de hacer tanto daño. Sabía que este tema no era fácil para Damián, después de todo era su hermana y ella supo manipularlo emocionalmente.
—Mel llevemos este asunto con cautela, no alarmemos a nadie, el recuerdo de Areusa marcó a todo el reino.
—Si lo sé tienes razón, pero promete que me mantendras al tanto de todo.
—Lo prometo belicosa —dijo el rey acariciando la mejilla, de su gitanilla, aún tenía algo que decir, pero este no era el momento, la princesa Amelia de Euldor dentro de poco llegará al reino con su hijo el principe Fabián, con intenciones de una alianza.
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Era momento de partir, la expedición a las minas del sur del reino había llegado.
Damián y yo estábamos al pie de la escalera, despidiendo a nuestro hijo.
—Gael cuídate y obedece a Ariadna —pedí tomandole de las mejillas.
Editado: 16.11.2024