Reina de bravíos

CAPÍTULO UNO.

Habían transcurrido más de cuatro meses desde nuestro regreso a Haldenmoss y nada parecía mejorar, al menos no en mi interior. Nerón estaba muerto, pero ni siquiera eso me producía la paz que tanto necesitaba.

Acabar con él, en realidad no consiguió muchos beneficios, pues perdimos a Oliver, no pudimos salvar a Alba y cada día que pasaba de alguna u otra forma las personas que me interesaban se apartaban de mí.

Tras la muerte de Edward y Vera, creí que ya no me importaría permanecer sin compañía, que podría acostumbrarme a la idea de haber perdido a mi familia, pero no era verdad, todo ese tiempo me estuve mintiendo. Yo no quería estar sola, no quería sentirme como un gramo de polvo en mi hogar. Todas las noches, al estar en mi cama y darme cuenta de lo grande y fría que parecía mi habitación, anhelaba escuchar las voces de mi familia; la risa de mi padre o las quejas de mi hermana, extrañaba que Edward me deseara las buenas noches o incluso que Vera irrumpiera en mi habitación solo para mostrarme los nuevos libros que había adquirido o las tarjetas que solía coleccionar.

Y ahora no solo los echaba de menos a ellos; mi mejor amigo se había ido para siempre y yo era la responsable. Usualmente, mi cabeza solía atormentarme con el recuerdo de su muerte, con la promesa que tanto me estaba costando cumplir y su aspecto al soltar su último aliento. Yo era una mala persona, estaba convirtiéndome en una asesina, siguiendo los pasos de Nerón, arrebatándole la vida a otros, y me aterraba no encontrar la forma de parar.

Marina se había marchado por un tiempo a la Ciudad Central, junto con toda su familia. Su madre intentaba convencerlos de mudarse permanentemente al lugar, pero ella y su hermano aún no estaban seguros. Seguía sin conocer a Jasón, y a como iban las cosas, quizás ya no lo haría.

La señora Tacey me había ofrecido irme con ellos, pero tenía muchos impedimentos. Para empezar; no estaba completamente segura de querer ver a Nara, aún no confiaba en ella, no sabía como me sería posible acercarme y llevar una relación de madre e hija.

Dos; existía la posibilidad de cruzarme con Egan y sabía que si eso sucedía me arriesgaba a incumplir el pacto de Oliver, además era peligrosa y no quería dañar a nadie más, mucho menos al rubio. Evitaba pensar en Egan, pues eso me partía el corazón. No había tenido noticias de ninguno de los Mitchell desde aquel día y no sabía si eso mejoraba o empeoraba la situación. Y, por último, y más importante, no quería dejar solo a Winston. Mucho menos ahora que ya no era el mismo. Él necesitaba apoyo...

―Winston, por favor, acuéstate― repetí por tercera vez al hombre frente a mí, quien se tambaleaba y hacía esfuerzos por salir de la habitación.

Lidiar con la gente nunca se me había dado bien, sobre todo si eran personas que me importaban; me asustaba mucho empeorar su situación, por lo que al final decidía solo ayudar con las cosas que eran obvias de hacer, como en este momento. Cuidar de Winston se había vuelto parte de mi nueva rutina. Desde nuestro regreso a Haldenmoss dedicaba casi toda la noche a convencer al hombre de que se fuera a dormir, pues había decidido sobrellevar la muerte de su hija mediante el alcohol. Y Winston era un experto en fabricar cerveza, pero no en consumirla.

El hombre llegó hasta la entrada principal y abrió la puerta, por suerte Ravn apareció en ese momento; impidiendo que el de ojos amarillos saliera a la calle. Ravn había llegado a Haldenmoss un mes después de que Nerón muriera. Cuándo la noticia salió a la luz, muchos de los theriones y personas aprovecharon para huir a otros lados, mientras Nara se hacía cargo de iniciar su nuevo mandato.

El de ojos grises había sido mi único apoyo los últimos días, lo que era extraño, pero, aun así, estaba agradecida. Se había presentado justo en el momento adecuado, pues el día en que nos volvimos a ver, salvó a Winston y evitó que yo perdiera a otra persona importante. Aún estaba algo resentida por el hecho de que nos capturara en aquella ocasión, pero él intentaba redimirse.

―Viejo, por favor vete a la cama―habló tranquilamente posando su mano en el hombro del mayor

―El niño cuer...vo otr...a vez pretende dar...me órdenes―respondió Winston riendo, mientras abría y cerraba los ojos.

Nos miró unos segundos y al final siguió la indicación que Ravn le dio. Entró nuevamente a la habitación, se acomodó en la cama y cerró los ojos, quedándose dormido al instante; el chico lo despojó de sus botas, mientras yo me encargaba de cubrirlo con una manta.

―No sé cuantas veces más voy a agradecerte por ayudarme― dije sonriéndole con sinceridad, mientras caminaba hacia la sala

―Sabes que no tienes que hacerlo, me gusta estar aquí y ser de utilidad. Además, es lo mínimo que puedo hacer después de lo de Terfiell

―Aun así, gracias―dije y suspiré―Ahora necesito un poco de aire fresco― agregué mientras le indicaba con señas que me siguiera

Estaba cansada; si bien mis labores habían disminuido, pues mucha gente se había mudado a la Ciudad central y sus alrededores. Aún tenía que supervisar un par de hogares y fabricar varios panes para intercambiar, sin mencionar que al mismo tiempo debía estar pendiente de que Winston no cometiera alguna estupidez.

Nara aún no le daba noticias sobre el therión que le había prometido y en parte, me aliviaba. De esa forma, el hombre aún tenía un propósito para despertar y le daba tiempo para pensar si en verdad quería cruzar el límite y arrebatar una vida. Pero también era otra de las razones por las que pasaba todo el día en su taberna y bebía sin preocupación.

Finalmente, salí al patio trasero y comencé a subir las escaleras que llevaban al techo de la casa; me gustaba sentarme en la orilla y ver cómo el sol se ocultaba lentamente. Ravn voló en mi dirección y se sentó a mi lado.

―Sabes que puedo subirte― dijo señalando sus alas




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