Reina de bravíos

CAPÍTULO CINCO.

Tras una extensa conversación, Ravn optó por permanecer con Winston. No era que el hombre no le agradara, de hecho, últimamente interactuaba más con él que yo. Sin embargo, consideraba demasiado peligroso que yo fuera sola a la Ciudad Central, cosa que no se alejaba tanto de la realidad, pero había prometido regresar antes de que la semana terminara y, de no ser así, podrían ir a buscarme.

Tomé mis pertenencias con rapidez y me dirigí al patio trasero. Allí se encontraba la camioneta que le habíamos quitado a Helmut desde hace varias semanas, esperaba poder hacer que funcionara. No era muy buena manejando, en realidad solo lo había hecho una vez en mi vida. Rogaba porque ningún desafortunado se atravesara en mi camino y poder llegar sin impedimentos hasta la Ciudad.

Procuré no hacer demasiado ruido, quería evitar que Winston se despertara, no estaba segura de cómo tomaría la situación, pero dudaba que fuera de buena manera.

―No dejes que vaya a buscarme― le pedí a Ravn mientras miraba hacia la casa.

―Trataré todo lo que pueda, aunque de hacerlo, le tomaría un par de días llegar hasta allá caminando

Asentí y le di un abrazo ―Cuídense, mientras tanto―le dije, observándolo.

―También tú ―respondió, y después de dudarlo unos segundos habló de nuevo―. Sabes que quizás te topes con él—dijo refiriéndose al rubio.

Él sabía que me afectaba la manera en que todo había acabado con Egan. Nuestra pequeña historia inconclusa.

―No quiero que pienses que te digo esto, porque quiera interferir en tu vida... solo... solo no me alejes de ti― agregó con expresión avergonzada.

―Jamás haría eso― le dije sonriendo

―Suerte, roja―respondió devolviéndome el gesto.

Subí al vehículo y decidida me puse en marcha. Tras de mí, escuché arrancar a Lex; por suerte, no parecía tener intenciones de asesinarme de camino a la ciudad, pues únicamente llevaba para defenderme una pequeña navaja que Winston tenía en la repisa de su bar y que hurté por temor a que intentara herirse.

El trayecto se me hizo demasiado corto, sin tantos impedimentos como la primera vez y siguiendo la ruta más corta, hicimos nuestra primera parada en Wooden town, a un par de horas del pueblo de los theriones.

Aquel lugar repleto de cabañas y árboles de troncos anchos era casi completamente silencioso, exceptuando el canto de las aves y el suave viento que movía con ligereza las hojas en las copas.

Lex se encargó de comprar combustible, mientras yo admiraba las pequeñas figuras en las vitrinas de la tienda. Había gatos, osos, búhos, casas y siluetas de personas talladas en madera. A unos metros se exhibía un par de muebles, canastas y viejos libros. Y cerca del mostrador estaban estantes con dulces artesanales, mermeladas y llaveros con el nombre del pueblo.

Me incomodaba no ver a más gente rondando el lugar, a la vista solo estaba el dueño del establecimiento y Lex. Se decía que desde el primer ataque de Nerón, la mayoría de los sobrevivientes habían optado por recluirse en sus hogares y solo salían en caso de ser necesario. Lo que ocurría una o dos veces al mes.

Sin más que hacer, salí de la tienda, estiré mis brazos y piernas. Estar tanto tiempo sentada me provocaba un terrible dolor en la espalda baja. Respiré profundo, todo el sitio olía a pino y a madera recién cortada.

Un par de minutos después, Lex se acercó a mí y sin mucha delicadeza botó uno de los galones en mi dirección, soltó un gruñido y comenzó a llenar el tanque de su vehículo.

―Apresúrate ― se quejó al ver que no podía quitarle la tapa. Estaba enroscada con demasiada fuerza.

―Eso intento ―solté con frustración. Haciendo esfuerzos para no parecer nerviosa, pues su aspecto aún me intimidaba. Los más de 30 centímetros que me sacaba me hacían sentir diminuta y su mirada era tan penetrante que me daba la sensación de que en cualquier momento lanzaría fuego.

Rodó los ojos con desesperación y en un rápido movimiento se acercó a mí. Al instante retrocedí unos pasos, pero sus dedos largos y con garras, seguían aferrados al galón rojo que yo sostenía del otro extremo.

―No te voy a matar, cabeza de ladrillo ―dijo irritado, arrebatándome el objeto de una vez por todas ―Si ese fuera el caso, no te hubiese salvado del bravío.

― No te agradeceré por algo que no te pedí que hicieras ―respondí, ignorando su absurdo apodo.

―Créeme cuando te digo que no lo hice por ti. Solo seguía las órdenes de tu madre ―se volteó y comenzó a vaciar el contenido en el tanque de la camioneta.

―De cualquier forma, Ravn y yo hubiésemos podido con él ―mentí. Pues la verdad era que yo no tenía idea de cómo combatir al bravío y probablemente ahora estaría muerta.

― Ambos sabemos que no es verdad. Aquella cosa te hubiese arrancado la cabeza y el pequeño cuervo ahora estaría desplumado ―dijo con expresión de burla, entregándome nuevamente el objeto rojo. ―Como consejo, si un bravío te vuelve a atacar, ve por la cabeza. Solo dañando su cerebro lo matarás ― hizo una pausa y me miró con seriedad ―Porque estoy seguro de que, la próxima vez, no tendrás tanta suerte ― agregó y se subió a su vehículo.

.............

Antes de que el sol se ocultara por completo, aparqué la camioneta cerca de la entrada de Terfiell y me resigné a que el therión, de pelaje negro, me acompañara el resto del trayecto, pues no creía buena idea atravesar el pueblo yo sola.

Al cruzar la entrada, me llevé una extraña sorpresa. Todo lucía deshabitado, no existía rastro de los cientos de criaturas que deambulaban la vez pasada. Ravn mencionó que muchos se habían marchado, pero al menos esperaba encontrar a Fradaric en el lugar.

―¿Qué pasó aquí?—no pude evitar preguntarle a Lex

―La mayoría desertaron y los que no, fueron enviados por tu madre a lugares en mejores condiciones ―dijo mientras seguía caminando con paso firme.




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