Reina de bravíos

CAPÍTULO SEIS.

Marina tenía razón, la inesperada tranquilidad en la Ciudad Central era algo que no debíamos tomar a la ligera, así como la ausencia de los hombres dorados, pues desde mi llegada no había visto a más de un par y aún me seguía preguntando a dónde estaba el resto de los theriones de Terfiell.

Aunque también existía la posibilidad de que estuviera demasiado nerviosa y por eso todo me resultaba tan abrumador, o era el hecho de no estar acostumbrada a la paz y las cosas buenas, el que no me permitía aceptar que algo positivo estaba sucediendo en mi vida. Suspiré frustrada e intenté pensar en otra cosa. Pasé un par de veces mi pulgar sobre la gruesa cicatriz de mi mano izquierda, últimamente había comenzado con esa manía, me ayudaba a controlar mis nervios y me recordaba que aún seguía siendo yo, que no había sucumbido a la locura hereditaria de mi padre.

Empecé a caminar mientras veía a las personas transitando por las calles con rostros sonrientes y energía. Me preguntaba si ellos habían percibido un cambio ahora que Nerón no estaba, pues actuaban con tanta normalidad que era como si nunca hubieran tenido que presenciar ninguno de los actos del presidente. Quizás lo importante para ellos era no haber perdido sus beneficios; al final de todo, la mayoría solo eran espectadores de los sacrificios y nunca las víctimas.

Aceleré el paso, quería llegar cuanto antes con Nara para poder marcharme más rápido a Haldenmoss, ahí era donde pertenecía, donde estaba mi verdadera familia, al menos la mayoría. Deseaba que Marina volviera conmigo, pero si ella era feliz aquí, no podía obligarla.

Finalmente, visualicé la enorme casa amarilla entre los árboles; pronto un montón de esencias dulces y cítricas inundaron mi nariz, los cientos de flores artificiales desprendían olores demasiado exóticos por todo el jardín.

A diferencia de la última vez, la entrada estaba custodiada por un grupo de mujeres, las mismas que meses atrás servían al presidente. Aún llevaban sus uniformes y antifaces, pero algo me decía que esta vez estaban armadas. Me alegraba saber que Nara les había otorgado un puesto más importante.

Todas hicieron una reverencia en cuanto me acerqué, y si no fuera por su perfecta coordinación que me desconcertó un poco, hubiera soltado un grito de frustración. Que la gente hiciera ese gesto me parecía una burla, yo no era parte de la nobleza, y ni de lejos pertenecía a aquel lugar.

―Señorita Carmín, bienvenida, la reina Nara la espera en el comedor principal ―dijo una de las mujeres con su usual tono robótico y me indicó que la siguiera.

Al entrar, no pude evitar mirar todo con indiscreción. El sitio me seguía pareciendo asombroso, todo era tan elegante, limpio y misterioso. Recorrimos un largo pasillo cubierto de alfombra azul, las antiguas lámparas habían sido remplazadas por pequeños candelabros con cristales brillantes y diferentes cuadros de paisajes adornaban las paredes. Pronto llegamos a la habitación donde mi madre esperaba. Todo estaba muy diferente a la última vez y eso me aliviaba, no quería observar a mi alrededor y recordar lo que había ocurrido con Oliver y Nerón. Los muebles habían sido remplazados, la alfombra lucia nueva, incluso se tomaron la molestia de pintar las paredes.

―Carmín, me alegro tanto de que estés aquí ―dijo Nara, acercándose a mí, mientras sonreía ampliamente.

No sabía qué hacer, así que no me moví y me limité a sonreír. La pelirroja me envolvió en un largo abrazo y le correspondí el gesto un poco incómoda. No es que quisiera rechazarla, solo que aún no me hacía a la idea de haber recuperado a mi madre. Con Edward era tan fácil mostrar mis sentimientos, decirle que lo quería, pero con Nara me sentía un tanto tímida. Me asustaba equivocarme o, al final, no ser lo que ella esperaba.

―Tengo mucho que decirte, pero primero cenemos algo, debes estar muy hambrienta ―comentó y antes de que pudiera pronunciar palabra, un grupo de hombres entró de inmediato con algunas charolas repletas de pollo, chuletas, vegetales y un montón de postres con decoraciones inusuales.

A decir verdad, mi apetito era nulo en ese momento, pero no quería dejar a Nara merendando sola, ni hacerla sentir mal, así que al final tuve que ceder y sentarme en una de las sillas.

―Pueden dejarnos solas ―habló nuevamente Nara, mirando a uno de los sujetos.

El tipo asintió con rapidez. Todo el personal lucía nervioso, quizá aún no asimilaban que Nerón ya no estaba ahí, y pensaban que en cualquier momento regresaría para perturbar sus vidas.

―Sí, mi reina ―dijo el tipo de cabello castaño y tez pálida e inmediatamente salieron de la habitación.

―Reina ―repetí, alzando ambas cejas y observándola con curiosidad

―Oh sí ―respondió riendo―. Algunas personas me eligieron como su nueva líder y les pareció una buena idea cambiar la forma en la que se gobierna este lugar. No es algo tan serio, solo intento darles lo que necesitan - agregó sonriendo y le dio un trago a su copa.

-Claro -contesté y comencé a comer.

―Espero que hayas tenido un buen viaje, deseaba mucho que estuvieras aquí.

Asentí únicamente. Me sentía algo perdida, no sabía que tenía que decir, si me estaba equivocando terriblemente al no portarme más cariñosa o si era prudente que abordáramos nuestra relación con cautela. Nara parecía ansiosa por hablar, no sabía si en realidad quería conocerme o el problema que había mencionado en la carta era urgente y quería tratarlo cuanto antes.

―En tu carta mencionaste a un grupo de personas, dijiste que alguien pretende iniciar una nueva guerra, ¿quieres contarme más sobre eso? ―dije observándola. Mi comentario pareció tomarla un poco por sorpresa, pero pronto volvió a lucir tranquila.

―En realidad esperaba que me contaras primero cómo has estado, tú y tus amigos, si necesitas algo. Quiero saber más cosas sobre tu vida.

―¿En serio? ―pregunté con curiosidad.




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