Reina de bravíos

CAPÍTULO DIEZ.

Una vez que llegamos a la Ciudad Central, comencé a tener un terrible presentimiento. Quizás se debía al nerviosismo de que Lex sabía la verdad, y terminaría por decirle a mi madre que Davina aún estaba viva. Así que en cuanto estuvimos lo suficientemente cerca de la mansión, me giré hacia ambos.

—Me gustaría ser yo, quien hablara primero con mi madre —pedí y me observaron.

Eleonor se encogió de hombros y sonrió.

—Por supuesto, de cualquier manera yo tengo algo que hacer —habló la chica. — Me alegra que decidieras venir a la Ciudad.

—Y a mí me alegra saber que estás bien, Eleonor —respondí con sinceridad—. Gracias por acompañarme, y espero poder visitarte pronto, a ti y a tu madre.

—Por supuesto—, Eleonor volvió a sonreír y se despidió para comenzar a caminar hacia otra dirección.

Lex se dedicó a mirarme con desagrado y se alejó del lugar, sin dirigirme palabra alguna.

A una corta distancia de la entrada se encontraban las mismas mujeres de gris, que se encargaban de la seguridad en la mansión de Nara. En cuanto me acerqué, volvieron a reverenciarme y me indicaron con cordialidad qué pasará.

Estaba cansada y demasiado incómoda para protestar. Además, quería llegar cuanto antes al despacho de Nara, para darle el falso reporte e intentar obtener la mayor información que pudiera. Después convencería a Marina y su familia de volver a Haldenmoss y prepararnos para lo que sea que Nara planeara.

Toqué, al estar frente a la puerta, pero no obtuve respuesta. Intenté un par de veces más, pero el silencio en el interior terminó por confirmarme que el lugar se encontraba vacío.

Estaba por entrar, cuando otra de las mujeres de antifaz gris, se acercó hasta mí y me observó con detenimiento.

—Su alteza Nara no se encuentra en el lugar por el momento —habló con su inquietante tono robótico.

—¿Sabes si está en su cuarto o en alguna otra parte de la casa?—cuestioné mirando hacia los lados.

—Mi reina no se encuentra en la mansión por el momento —volvió a repetir.

—¿Y entonces dónde está?—dije intentando no perder la calma, pues quería salir de la Ciudad lo más pronto posible.

—En su laboratorio...

En cuanto la escuché, comencé a caminar hacia el lugar; sin embargo, la mujer continuó hablando.

—En su laboratorio privado.

—¿Laboratorio privado?—la observé con duda y ella comenzó a caminar.

—No se preocupe, la guiaré hasta el lugar —respondió la mujer, y la seguí algo confundida.

La ansiedad en mi pecho incrementó. No tenía idea de que mi madre tenía otro laboratorio, y me asustaba saber las cosas que podría estar haciendo en ese sitio.

Además, la forma tan silenciosa en la que la mujer de gris se movía, me inquietaba, pues me hacía pensar que ni siquiera sería capaz de notar si ella desapareciera.

Conforme avanzábamos, pude darme cuenta de que estábamos siguiendo el camino que llevaba hacia la arena donde Nerón realizaba los sacrificios.

Al ver la nueva estructura, no pude evitar sorprenderme. Aunque en el exterior parecía ser un simple edificio blanco con prominentes puertas de hierro y algunas ventanas con cristales verduscos, me parecía increíble la rapidez con la que lo habían construido y al entrar pude darme cuenta de que todo era mucho más avanzado de lo que mi cabeza habría imaginado. O de lo que alguna vez yo habría podido ver en Haldenmoss.

El interior estaba dividido por paredes de cristal, en donde se leía información y diferentes cifras que cambiaban de manera constante. En los largos pasillos blancos transitaban algunos hombres y mujeres vestidos con batas blancas o uniformes grises, pero lo que más llamó mi atención eran los pequeños robots dorados que andaban de un lado a otro, transportando diferentes piezas de metal o materiales, de los que desconocía los nombres. Al igual que grandes bolsas rojas, etiquetadas como peligrosas.

Casi en cada metro se podían ver cámaras en el techo y en las puertas blancas colgaban diferentes letreros que señalaban cada área.

Finalmente, nos detuvimos frente a otra puerta de hierro. Aquella zona parecía incluso más resguardada que todo el lugar, pues al menos una docena de uniformados se encontraban ahí, solo observando a quienes decidían acercarse. Además, había un par de theriones con expresiones poco agradables. Después de unos segundos pude reconocer a una de las criaturas. Se trataba de la therión que solía acompañar a Fradaric, aquella con alas de pavo real y alargados ojos amarillos.

Se había deshecho de la lanza que cargaba la primera vez que la vi, y me miraba fijamente.

A pesar de que todos habían desviado su mirada hacia mí, ninguno parecía tener intenciones de detenerme.

—Entre, su majestad la está esperando —habló nuevamente la mujer, y me dio la impresión de que aquello era una orden.

Me giré a verla por un momento, pero ella ya avanzaba de regreso por el pasillo por el que habíamos llegado.

Entré al lugar. Al principio nada me parecía fuera de lo normal, había una larga mesa de metal, con diferentes documentos, un par de microscopios, varios utensilios médicos y herramientas extrañas. Un par de pantallas con fórmulas e inquietantes imágenes de theriones. Pero, conforme fui avanzando, el mal presentimiento en mi pecho incrementó. Llegué a una zona donde había una hilera de celdas, del lado izquierdo, en donde parecían estar encerradas algunas criaturas.

Intenté mantener la calma. No sabía el motivo exacto por el que estaban ahí, quizás Nara también intentaba buscar una cura para poder regresar a los theriones a su estado humano. Sin embargo, en cuanto me acerqué a la primera de las jaulas, el tipo en el interior se paró de golpe y se acercó de forma amenazante hacia los barrotes.

Al principio me observó cómo si fuera su presa, pero al advertir que era yo, sonrió de manera divertida y pareció relajarse.

—¿Con qué has venido a ver de cerca la exposición privada de tu madre?—habló Fradaric sin dejar de mirarme.




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