Aubrey
Mi corona fue forjada para que se alimentara con la sangre de los enemigos a los que mataría llevándola sobre mi cabeza. Todavía no era reina, pero mi corona fue forjada meses antes por el mago más poderoso de nuestro reino y el único que quedaba. Desde entonces mis padres no me habían dejado verla, a mí ni nadie. Mi coronación era un secreto bien guardado y muy pocos sabían que el gran tesoro que se encontraba en una de las abundantes habitaciones del castillo era mi corona. Por eso mismo, no era buena idea que me encontrara en mitad de la noche escondiéndome entre las sombras, esperando poder verla.
Fui silenciosa, siempre lo he sido, y el castillo apenas y era alumbrado por la tenue luz de la luna y los pocos candelabros que se encontraban demasiado alejados unos de otros. Algunos soldados estaban volviendo de sus rondas y no se pararon a mirarme. Llevaba puesta la ropa de alguna de las chicas de la cocina. Los tonos marrones que tan pocas veces había vestido eran los más sencillos para pasar desapercibida.
Giré la esquina que me dejaba al lado de la habitación de la corona, pero una mano me sujetó la muñeca mientras otra me tapó la boca. Por un segundo no respiré, pero aun así un olor a lavanda y miel me inundó los sentidos. Conocía a la persona que me tenía agarrada, pero eso no me detuvo. Dirigí mi codo a sus costillas pero él ya se lo espera y lo consiguió esquivar, sin embargo, logré soltar una de mis manos. Con rapidez levanté un poco mi falda para coger la pequeña daga que tenía amarrada en mi pierna izquierda.
Estuve a punto de conseguirlo, pero él me paró. Su mano estaba apoyada en mi pierna, algo que de por si no era nada apropiado, pero la altura a la que estaba lo era todavía menos. Mi corazón estaba acelerado y miré por primera vez a esos ojos café que tanto conocía.
—Ha sido un buen intento, Aubrey —susurró Aegan—, pero yo te enseñé todos tus trucos.
Aegan Nomdedeu, era el hijo de uno de los soldados más respetados de todo el castillo. Él también era un soldado, pero aunque llevaba años entrenando, hacía poco que había comenzado a trabajar junto a su padre y por ende, junto al mío. Nos conocíamos desde que éramos pequeños, principalmente porque el me sacaba dos años y no había muchos niños en el castillo con los que podía jugar. Desde entonces se volvió en mi mejor amigo y en contra de los deseos de mis padres, me enseñó a luchar.
Mis padres consideraban que la realeza debía centrarse más en la política y estrategia que en saber luchar, a pesar de que hasta ese momento había demostrado gran destreza balanceando las tres. Nuestro reino llevaba años en una guerra silenciosa con uno de los reinos vecinos. Por eso mismo, aunque a mis padres no les gustaba, había estado dirigiendo a nuestro ejército en cada ocasión que se me había presentado.
—¿Le vas a decir a tu padre? —Me miró sorprendido ante mi pregunta y me soltó de golpe. Sus ojos marrones parecían dolidos por mi pregunta.
—¿Qué clase de mejor amigo sería si lo hiciera?
—Uno muy centrado en ser un buen soldado.
—Un buen soldado sigue ciegamente a su reina —dijo haciendo una reverencia.
Le tapé la boca corriendo mientras le levantaba.
—Nadie puede saber eso y lo sabes. —Quité la mano de su boca.
—Algún día lo serás y todos lo saben.
—Pero ese día será dentro de años para ellos, no en el baile dentro de unos días.
—No cambia mucho las cosas, todos en el castillo saben que el motivo por el que juré lealtad a la corona es porque algún día serás tú quien la lleve —sonreí a Aegan, era cierto lo que decía, todo el mundo sabía que me era leal a mí, por eso mismo, era él quien me enseña a luchar y se sentaba a mi lado en cada reunión. Todos veían a Aegan como el sustito de su padre. Creían que una vez yo fuera coronada reina, le convertiría en mi mano derecha, y no negaba que lo fuera a ser, solo que algunas veces me encontraba soñando que fuera algo más—. Así que, por favor, deja de meterte en problemas, por lo menos hasta el baile.
—No prometo nada —dije dándome la vuelta para volver a mi habitación.
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Desperté con el sonido de una de las costureras entrando por la puerta. El baile era al día siguiente y mis padres querían asegurarse de que el vestido me quedaba perfecto. Lo que ellos no sabían es que había encargado otro traje, uno más propio de mí. Esther, mi sirvienta (aunque llamarla así se me hacía extraño y demasiado desapegado), era una buena amiga, que entendía que no deseaba ser como mis padres. Ellos eran buenos reyes, pero yo quería ser más que una reina sentada en su trono.
Disfrutaba cuando sujetaba la espada y oía el golpe del metal cuando entrenaba, tenía claro que quería ser algo más que una reina dedicada a dar órdenes desde su trono. No quería que me vieran como su reina, si no como su líder, y un líder está en el campo de batalla arriesgando su vida al igual que su pueblo.
Muchos pensaban que era una insensatez, principalmente por ser la única heredera al trono. Lo que muy poca gente conocía, es que mis padres tuvieron otro hijo, justo después de la guerra, cuando yo tenía quince años. Esther fingió que era suyo para protegerlo. Las amenazas a la corona eran diarias por culpa de Drasta, el reino vecino con el que manteníamos una relación algo tensa. Aunque no lo demostraran, querían deshacerse de cualquier miembro de la familia real, por eso era más seguro para todos que nadie supiera de él.
Editado: 22.08.2023