Reina De Corazones: El Nacimiento

T R E C E

CONNOR.

- No sé dónde está. Te di la posible dirección de dónde podría estar y no quisiste escuchar, Apóstoles. Fuiste necio y ahora pagas el precio.

- Veo que el mocoso quiere darme lecciones. - el cuchillo vuelve a estar en medio de mi pecho. - No te la quieras dar de listo conmigo, hermanito, ambos sabemos la clase de basura que eres. - aprieto mis puños a mis costados. - Total, fuimos cortados por la misma tijera.

- No soy como tú. - eso es lo único que digo.

- Entiendo. - vuelve a alejar el cuchillo, pero ahora sola saca su Núcleo como si fuera cualquier cosa, solo juega con el - Pero te recuerdo, lo que hiciste por llegar a este pueblo.

Se lo que hice, se lo que mi decisión de irme de casa provocó. Se que mamá murió por mi huida, se que papá estaba intentando dar conmigo, por eso tome la decisión de cazarlo y matarlo. No me dolió hacerlo, de hecho, lo goce como nadie en este mundo. Pero él no tiene derecho a juzgarme sobre mis decisiones ya que por culpa suya, papá mato a todos los demás de nuestra familia.

Era un ser retorcido, perdió la razón en el campo de batalla y nadie hizo nada por detenerlo, nadie fue capaz de salvarnos de ese mounstro. Cada día estábamos con la tortura de sus peleas, de sus maltratos hacía nosotros... Hacía mamá. No aguantaba mas eso y la gota que derramó el vaso fue cuando le arrancó una pierna a mamá porque ella corría de sus golpes; mamá casi muere ese día, ella casi muere delante de mis ojos y de mis hermanos. Cuando Apóstoles se fue, las cosas empeoraron.

- Recordando el pasado, hermanito. - la poca comida que tome hoy, sube hasta mi garganta y me es imposible retenerla. - Eso es asqueroso, Connor, o debería de llamarte por tu verdadero nombre.

Boto toda la comida del día y puedo que la del día anterior. Las arcadas me ganan, lo que hace que mi cuerpo se incline hacia adelante de manera dolorosa. Las palmas de mis manos pican por la ansiedad de esos recuerdos dolorosos.

- Eres un maldito. - digo como puedo entre gemidos de dolor. La boca de mi estómago arde - Nuestros hermanos murieron por tu culpa y eso es lo que dices.

- No sabía que ese hombre iba a enloquecer de esa manera. - se encoge de hombros simple.

- ¿No lo sabías? ¿¡NO LO SABÍAS!? - mi grito es estremecedor, se escucha en todo callejón y tal vez más allá. - ¿Cómo puedes decir eso conociendo lo? ¿Cómo pudiste pensar de esa manera sabiendo el daño que ya había causado?

- Eran sus propios hijos, no creí que fuera a cometer la locura de quitarles las cabeza y dárselos de comer a los AniCon. - otra arcada viene y está vez es más fuerte. El líquido pasa quemando y dejando un mal sabor de boca.

Esa escena por más que trato, no se me borra de la mente. Se reproduce como una fea película ochentera de thriller, en dónde el hombre descuartiza a sus víctimas y les da de comer a sus animales.

- Cállate...

- Quien hubiera pensado que fuiste tú qué se indeciso de esa plaga. Al menos hiciste algo bien.

- ¡Que te calles! No tienes derecho de juzgarme, cuando lo único que has hecho en esta vida es matar y seguir matando. No tienes respeto hacia nada en esta vida.

- ¿Ya terminaste con tu discursito barato?

Lo miro con total asco al ver que ni mis palabras le afectan, en lo más mínimo de hecho. Todo lo que sale de mi boca es veneno, pero él lo recibe como cualquier regaño. Eso me demuestra que clase de persona es.

- Vete para la mierda, Apóstoles. No quiero volver a ver tu asquerosa cara por el resto de mis días.

- Que pena, hermanito, tendrás que hacerlo. Sabes lo que estoy buscando es muy importante y si no lo encuentro, estarás en serios problemas.

- Ya te dije que no se en donde está.

- Puede que tú no, pero tu amiguita si lo sabe.

- No te atreverías. - me limpio con mi antebrazo lo que resta de saliva y vómito. - Ellos no tienen nada que ver en esto.

— Pero son los que van a responder si tú no haces tú trabajo.

— ¡Esto núnca fue mi trabajo!

— Lo es desde el momento en que me pediste que desapareciera el cuerpo de aquel hombre que mataste.

— Eso fue un accidente y lo sabes muy bien. – reprocho. Pero se que mis palabras a estás alturas de la conversación no sirven para nada.

— Accidente o no, lo hiciste. Tienes las manos manchadas de sangre como las mías. – aprieto mis puños a mis costados. – Y molestarte, tampoco resolverá este problema. Estás atado de pies y manos, no puedes hacer nada. Me ayudas o me ayudas. – cada palabra que sale de esa boca, es como una cuchilla empuñada por mi mismo y lo más molesto de todo, es que yo también me encargue que el proceso sea lento y doloroso . – No tienes opción.

— Amenazar a alguien de esa manera, no está muy bien visto y más, si son familia. – una tercera voz en la sala nos hace sobresaltar en nuestros sitios. Mi vista va al lugar del sonido y la sorpresa no se hace esperar por los dos. – Sabía que sus calores era muy idénticos para pasarlo por alto.

— ¡Vaya! – la exclamación de Apóstoles no se hace esperar al verla tan tranquila con lo que escucho. – Eres más lista de lo que se ve.

— Ya le dije a tu jefe que no me interesa trabajar para él. No tienes necesidad de hacer este tipo de cosas. – su expresión no dice nada, es como si... Si por su mente no pasará ningún tipo de pensamiento.

— No es un hombre que acepta un no por respuesta a la primera. Por algún motivo el vio algo en ti que nosotros no. – Apóstoles no deja de hablar y yo no encuentro las palabras para decir lo que está pasando ahora.

Necesito salir de aquí.

No puedo dejar que esto se siga alargando, no puedo dejar que esa chica heche a perder todos mis planes. Es una recién llegada y no puedo permitir eso.

— ¿Qué piensas sobre eso? – la pregunta de Apóstoles mirándome, me hace preguntar de qué mierda estaban hablando. Por un momento me desconecte de este sitio.




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