El mayodormo abre la puerta de la carroza mientras los sirvientes empezaban a bajar los baúles.
- Señorita Judith, Su Majestad el Rey la está esperando en la biblioteca, por favor sígame.
Le seguí pensando mientras en lo maleducado que era mi futuro marido, no salió ni a recibirme.
Dejé a todos detrás, menos a mi padre que me seguía. Pasamos al salón principal, una enorme sala que tenía unas escaleras de piedra impresionantes.
Las paredes de piedra cubiertas de cuadros y escudos. Un cuadro en especial me llamó la atención, una novia cuyos ojos azules eran muy penetrantes.
-La dama es la Difunta Reina, su nombre era Katrina - me informó el mayodormo al ver que me quedé mirando el cuadro en medio del salón.
Lo seguí por unos pasillos hasta una puerta enorme donde había dos guardias que la abrieron.
-Pase usted -me dijo a mi- y usted Lord, puede esperar aquí.
Entré mientras mi padre se quedó fuera. Ahí había muchas estanterías llenas de libros y una chimenea en el lado derecho de la estancia. Al final de esta, una mesa grande donde Eric estaba sentado sin percatarse de que estaba dentro.
-Majestad - llamé su atención mientras recordaba la reverencia que debía hacer.
Levantó su mirada y con una mano me indicó que debía tomar asiento. En casa de mi padre había ido corriendo hacia la silla nada más entrar, aquí en cambio debía recordar en todo momento los modales y la delicadeza, sobre todo ahora que el Rey me estaba examinando.
-Que tal el viaje?
-Bien, largo - le contesté.
-No sabía que tu padre tuviera una hija.
-Mmmm, si , solo me tiene a mi.
-Fue una sorpresa cuando acudió a mi para ayudarle.
-Ayudarle con qué? - pregunté intrigada
-Con sus deudas, claro está
-Como?
-Si, tu padre tenía deudas, muchas. No lo sabías?
Me levanté del asiento y me dirigí hacia la puerta donde mi padre se encontraba.
-Como tienes tan poca vergüenza - le grité. Me has vendido igual que si fuera una cosa, un trapo.
-Judith, no me grites
-Que no grite, has vendido a tu hija Enrique. Y no conforme con eso la mientes.
Mi padre me dió una bofetada y yo salí afuera.
-Niña por que lloras? - preguntó mi nana asustada.
Le conté entre sollozos. No reconocía al hombre que se dirigía hacia nosotras, no era mi padre, era un desconocido.
-Dejános solos - le ordeno a mi nana. Quiero hablar con mi hija
-No quiero hablar contigo Enrique
-Soy tu padre, harás lo que yo te diga
-No, yo pertenezco a otro, me has vendido.
-Judith, vale ya
-Dime en que te has gastado el dinero. Dímelo
-En buscarte una madre - me contestó con indiferencia
-En que burdel pensabas encontrarla?
Me volvió a levantar la mano pero no le dio tiempo ya que saqué el pequeño cuchillo que tenía en el bolsillo del vestido.
-Ni se te ocurra, ni se te ocurra volver a ponerme una mano encima.
Mi padre se quedó quieto, bajo el brazo y el dolor se vio reflejado en su rostro. Yo en cambio me marché a la biblioteca donde Eric se encontraba.