Las cortinas de mis ventanas se abren y mis doncellas junto a mi nana daban órdenes. Una se encargaba del vestido, otra del baño y otra del peinado y las joyas.
Totalmente organizadas.
- Niña, levanta que te casas en dos horas. Vamos bañate.
Con mucha pereza salí de la cama y antes de meterme en la tina, eché a todo el mundo fuera.
- Me puedo bañar sola - grité todo lo que mis pulmones me permitieron.
-Judith, debemos bañarte.
- No nana, nunca me he dejado bañar y hoy no haré una excepción.
Todos salieron fuera y por fin podía desnudarme y disfrutar de mi baño con fragancia a rosas.
La puerta de mi habitación se abrió de golpe y yo me levanté de la bañera, tapandome con lo primero que tuve a mano, un camisón blanco que se quedaba pegado a mi cuerpo por todas las zonas mojadas.
Mis doncellas estaban detrás de la puerta cerrada ya, gritandole a Eric, recordándole a mi futuro marido que no podía ver a la novia antes de la boda.
-Te has terminado de bañar? - me preguntó y yo negué con la cabeza - pues si no dejas que ellas te bañen lo haré yo mismo - dijo subiéndose hasta los codos las mangas de su camisa.
- Eric a mi me gusta bañarme sola. Necesito intimidad así que por favor sal de aquí.
-Judith, eres la reina, comportate por favor.
- Te equivocas, hasta que no de el si quiero sigo siendo Judith, la hija de un pobre diablo, así que sal de aquí.
- A partir de mañana, ellas te ayudarán a bañarte.
-No Señor, siempre me ha gustado tener intimidad en este caso
- Es una orden - dijo con enfado.
- En otras cosas puede, pero en esto ni pienso ceder ni hay orden que valga.
Se marchó enfadado y me alegro por ello ya que no iba a ceder en esto y no me apetecía seguir gritando.
Cuando termine el baño, deje paso a mis don ellas que me ayudaron a vestirme. La encargada de peinar me, creo que estaba intentando dejarme calva ya que tiraba un montón de mis mechones.
Yo en cambio temblaba por los nervios causados, por la vida que me esperaba.
Estaba lista.
El moño estaba preparado para ponerme la corona. El velo me tapaba la cara y me agobiaba.
El vestido pesaba mucho pero el corsé demasiado apretado, no ayudaba mucho en cuanto a respirar. Demasiado apretado.
Las campanas empezaron a sonar y un sirviente nos hizo saber que la carroza ya estaba preparada. Con ayuda de mis doncellas bajé.
Ellas no estaban invitadas a entrar en la Iglesia, esperarían fuera igual que todos los aldeanos.
Mi padre estaban esperándome dentro de la carroza, según el, quería darme una sorpresa llevándome al altar, yo pienso que quería asegurarse de que al casarme, sus deudas quedarían saldadas.
En marcha.
Todo el pueblo estaba en la calle, saludando alegres a la que a partir de esta noche sería su Reina.
Otros miraban desconfiados, al fin y al cabo, era una desconocida.
Llegamos a la Iglesia, y antes de pasar dentro mi padre me habló.
-Perdóname hija. Aunque no sea de tu agrado, esto es lo mejor que puedes tener. Hija, era esto o perderlo todo por mi culpa y casarte con un hombre que no te cuidaría ni te daría todo a lo que tu estas acostumbrada.