Reina de las Highlands

XXVII

Era de día, había dormido toda la noche seguida.
Aunque el médico me dijo que tuviera reposo, di la orden de levantarme y vestirme. Hoy tocaba empezar con el duelo.
Mi vestido era negro e iba acompañado de un velo del mismo color que tapaba toda mi cara.

Sujetándome del brazo de Eric, en silencio, bajamos las escaleras hasta el salón donde se hallaba el ataúd pequeño.
Varias personas se acercaron a nosotros, incluido mi padre y mi suegra.
Mi cuñada también estaba presente, se había puesto en marcha en cuanto se le informó. No hablé con nadie y no fui capaz de llorar hasta que metieron a mi hijo al lado de su hermano, al lado de Eric.
No recuerdo el nombre que le pusieron en la cruz, de hecho ni siquiera se lo pregunté a Eric.
 

Ya lo había enterrado.
Sabéis, cuando hablan del amor a primera vista pienso que se refieren al amor por nuestros hijos.
Por qué los amas hasta antes de conocerlos, por que me he tirado seis meses llevando en mi vientre dos niños. Por que los antojos de cosas agrias como cebolla cruda, mordiéndola igual que si fuera una manzana,te recuerda a lo que está por venir.
Por qué el hinchar te a panecillos con queso y frutos rojos, te recuerda lo que está por llegar.
Lo quieres cuando las patadas ya te provocan dolor pero estas deseando tener otra para saber que todo va bien.
Y desde el momento que te dicen que estás de enhorabuena, hasta el momento que lo tienes en tus brazos, te preocupas por todo.
Cuando lo coges por primera vez en un momento inolvidable y que nunca se te va de la cabeza por muchos partos, cada uno es único.

Ese momento le juras amor y lealtad a una persona que todavía no entiende de eso.
Eso es el amor a primera vista.

Amor, que está vez a mi me fue arrebatado, que se fue con mi hijo en su tumba.

Lo único bueno que podría sacar de esto era a Rosaly y por ella y mi familia debía seguir adelante.

 

Nos sentamos en la mesa a comer, mi padre, cuñada, mi suegra, Eric y yo. Hoy no acepté comer con más personas, de hecho yo quería hacerlo sola pero Eric no me dejó.
-Hermanito me voy a casar - dijo alegre mi cuñada.
-Shhh, no es el momento adecuado hija - le sugirió mi suegra.
-Con quien? - preguntó Eric ignorando a su madre y mi mirada asesina.
-No te va a gustar, es el hijo de un comerciante de barcos muy rico - dijo ella entusiasmada.
-No - contestó el firme.
-Eric, nos queremos.
-No - volvió a contestarle el.
-Pues me casaré con el te guste o no - volvió a replicar ella lloriqueando.
-Basta - grité dando un golpe en la mesa - acabó de enterrar a un hijo y estáis hablando de bodas?
-Judith, por favor - me rogó mi cuñada- dile algo. Le quiero.
-Me da igual Maria, estas hablando de una boda y yo acabo de perder un niño. Poco me importa si Eric te lo permite o no.
-Por qué te duele si no lo has conocido. Si al nacer estaba ya muerto - dijo ella indiferente
-Cállate ya - le habló mi suegra en un tono de voz amenazador.
-Fuera, fuera todos - mi marido los echó - y contigo - señaló a su hermana - ya hablaré luego.

Por fin nos quedamos a solas. Me acerque a la chimenea. Apoyada con las manos en el respaldo del sillón, miraba las llamas. Me sobresaltó el sonido de una copa rompiéndose, Eric la había tirado contra la pared.
-Lo siento Judith.
-No tienes la culpa Eric.
-Siempre ha sido así de inoportuna, no se lo tengas en cuenta.
-No se lo tendré.
Me acerque a él para abrazarlo y después abandonar la sala. Subí a mis aposentos y me metí en la cama.

Cama de la cual no volvería a salir.



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En el texto hay: highlands, reina, eric

Editado: 24.09.2018

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