Reina de las Sombras

Capítulo 2

El sol se había desvanecido hacía horas, dejando tras de sí un manto de sombras que envolvía el desierto. La noche, fría y cruel, parecía no tener fin. Isik avanzaba con el cuerpo pesado y el alma rota, guiada solo por la inercia de la supervivencia. Su caballo, cansado y agotado, movía las patas con un ritmo pausado y errático, como si ambos, jinete y montura, estuvieran al borde de sucumbir al agotamiento.

Desde que dejó atrás Aleria, su mundo se había reducido a una marcha interminable a través de vastos paisajes desolados. Las arenas doradas del desierto dieron paso a una tierra más oscura, con rocas afiladas y árboles muertos que se extendían como garras hacia el cielo. La temperatura fluctuaba bruscamente entre el calor abrasador del día y el frío gélido de la noche, un reflejo de la confusión que reinaba en su corazón.

Mientras cabalgaba, la chica no podía dejar de revivir los momentos de su destierro. La frialdad en los ojos de su padre. El silencio implacable de su hermano. Y Lord Ihanet, siempre presente en las sombras, con su sonrisa serpentina y sus palabras venenosas. ¿Cómo había podido traicionarla de esa manera? ¿Cómo su propia familia había creído en las mentiras que la pintaban como una traidora?

Los recuerdos la asaltaban como dagas invisibles, cada uno más doloroso que el anterior. Y a pesar de su cansancio, la furia crecía dentro de ella como un incendio que no podía sofocar. «No me rendiré», se decía una y otra vez. Aunque ya no tenía un reino al que regresar, ni un hogar que la acogiera, Isik estaba decidida a descubrir la verdad y a vengarse de aquellos que la habían traicionado.

Con el paso de las horas, la naturaleza comenzó a cambiar de manera sutil pero inquietante. El aire se volvía más denso, casi como si estuviera cargado de una energía oscura. La vegetación antes escasa y marchita, ahora era más extraña. Árboles retorcidos con troncos negros como el carbón se alzaban a ambos lados del camino, con sus ramas extendidas como si quisieran atraparla. En la distancia, una niebla opaca flotaba sobre el suelo mientras se movían como si tuviera vida propia.

La chica frunció el ceño al sentir una presencia en el aire, una fuerza desconocida que le erizaba la piel. Sabía que estaba cruzando a tierras extrañas, más allá de las fronteras conocidas de su reino. A medida que avanzaba, los sonidos del desierto se desvanecieron, y en su lugar, escuchó murmullos y susurros que parecían brotar de la misma tierra.

El caballo comenzó a mostrarse inquieto, pateando el suelo con nerviosismo, y la joven se sintió vulnerable. Tenía la certeza de que, en estas tierras desconocidas, el peligro podía acechar en cualquier rincón. La oscuridad se hacía más profunda, y la sensación de ser observada se intensificaba con cada paso que daba.

—Vamos, solo un poco más —murmuró al acariciar el cuello del animal, tratando de calmar tanto a su montura como a sí misma.

De repente, el aire pareció quebrarse a su alrededor con un extraño silencio. Isik detuvo el caballo y miró a su alrededor, con los sentidos en alerta. Fue entonces cuando vio las sombras moverse entre los árboles, figuras informes y rápidas que se deslizaban entre la niebla. No estaba sola.

Un gruñido bajo resonó desde lo profundo de la bruma, y el corazón de la muchacha dio un vuelco. Las criaturas emergieron lentamente de la oscuridad, sus cuerpos deformes y escamosos se retorcían con cada paso. Sus ojos, brillantes como esferas de fuego, la miraban con hambre.

Eran cuatro, tal vez cinco, todos distintos, pero igualmente aterradores. Criaturas de pesadilla, con extremidades alargadas y afiladas como cuchillas, y bocas llenas de dientes irregulares y afilados. No eran humanas, ni siquiera animales que pudiera reconocer. Eran seres que pertenecían a otro mundo, uno oscuro y siniestro, uno del que nadie hablaba en las tierras conocidas.

El caballo, aterrorizado, se encabritó, casi lanzando a la chica al suelo. Pero ella, a pesar del miedo, tomó las riendas con firmeza y trató de confrontarlo.

—¡Vamos! —le gritó, tirando con fuerza de las riendas para girarlo y escapar.

El animal obedeció y galopó hacia adelante, mas las criaturas eran rápidas. Uno de ellos se abalanzó sobre el caballo, arañando su flanco con una garra. El animal relinchó de dolor y perdió el paso, derribando a la muchacha del lomo.

La princesa cayó al suelo con un fuerte golpe, sintiendo el impacto en cada hueso de su cuerpo. Aturdida, intentó levantarse, pero las criaturas ya estaban cerca. Sus gruñidos llenaban el aire, y sus garras brillaban con intenciones letales.

Isik se levantó tambaleándose, desenfundando su espada con manos temblorosas. El arma, heredada de su madre, era su único medio de defensa, pero ella no era una guerrera entrenada. Sabía que tenía pocas posibilidades contras esas monstruosidades.

Una de las criaturas saltó hacia ella, y la chica apenas tuvo tiempo de alzar el arma para bloquear el ataque. La fuerza del impacto la hizo retroceder varios pasos, mas de alguna manera, logró mantenerse en pie. Con un grito de desesperación, lanzó un tajo hacia la criatura, logrando herirla en el costado. La bestia emitió un chillido espantoso y se retiró, pero las demás no parecían dispuestas a retroceder.

Otra se lanzó hacia ella desde un costado, y la joven apenas pudo girar a tiempo para esquivarla. Sentía el cansancio y el miedo apoderarse de sus músculos. No podía permitirse caer. No aquí. No así.



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En el texto hay: reyes, princesa, exilio

Editado: 19.05.2025

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