Reina de las Sombras

Capítulo 3

El castillo que se alzaba ante Isik parecía más una extensión de la oscuridad misma que una edificación erigida por manos humanas. Las torres negras, envueltas en bruma, se elevaban hacia el cielo como garras de piedra, y las sombras se arrastraban por los muros como si estuvieran vivas. A su alrededor, el aire era denso, cargado de un poder antiguo que hacía que la piel de la chica se erizara. Había llegado al corazón del Reino de las Sombras.

—Sígueme —ordenó el hombre con voz baja pero imponente, como el eco de un trueno lejano.

La princesa vaciló un momento, contemplando la inmensidad del castillo y el poder palpable que emanaba de él, pero sabía que no tenía elección. Desde que la traición la había empujado al exilio, había sido perseguida por peligros constantes. Este hombre, quienquiera que fuera, la había salvado de una muerte segura. Y aunque cada fibra de su ser le gritaba que tuviera cuidado, también sabía que, sola, no duraría mucho en ese territorio hostil.

—¿Quién eres? —se atrevió a preguntar mientras lo seguía por el estrecho camino que conducía a las puertas del castillo.

El hombre, sin mirarla, mantuvo el paso firme y constante.

—Soy el rey de este reino, el soberano de estas tierras. Algunos me llaman el Rey Oscuro, pero mi nombre es Karanlik.

La respuesta fue seca, sin detalles. No obstante, la muchacha notó algo en su tono, una ligera aspereza, como si su título fuera tanto un escudo como una maldición.

Cuando llegaron a las puertas del castillo, estas se abrieron solas con un crujido profundo que resonó en el vacío de la noche. Dentro, el castillo no era menos impresionante. El suelo de mármol negro brillaba a la luz de candelabros de plata, y las paredes estaban decoradas con tapices oscuros que narraban historias de batallas y seres sobrenaturales. Sin embargo, lo más inquietante era el silencio. No había sirvientes, ni cortesanos, ni la vida vibrante que uno esperaría encontrar en un castillo real. Solo sombras.

Karanlik la guio a través de largos pasillos hasta una gran sala del trono. En el centro, un trono de obsidiana brillaba bajo la tenue luz, un asiento que parecía demasiado frío y severo para ser humano. El Rey Oscuro se acercó a él y se sentó con la naturalidad de alguien que había nacido para ocupar ese lugar. Isik se detuvo a varios pasos de distancia, sin saber qué esperar.

El rey la observó por un momento con sus ojos oscuros y profundos, analizándola con una intensidad que la hizo sentir desnuda ante él.

—Isik de Aleria, princesa desterrada —dijo finalmente—. Has cruzado los límites de mi reino. Las tierras de las sombras no son un lugar donde los mortales deambulen libremente. No obstante, no eres como cualquier mortal, ¿verdad?

La chica frunció el ceño, sorprendida por sus palabras.

—No soy más que una exiliada —respondió, tratando de ocultar el temor que crecía en su interior—. No busco más que refugio, solo necesito un lugar para descansar.

—Descanso… —el rey dejó escapar una risa baja, apenas perceptible—. Aquí no hay descanso, princesa. No en mi reino. No en estas tierras.

El tono de su voz era firme, pero no amenazante. Sin embargo, había algo en sus palabras que la inquietaba. La muchacha había oído historias sobre el Reino de las Sombras cuando era niña, cuentos sobre un lugar maldito, habitado por criaturas y seres que no pertenecían al mundo de los vivos ni de los muertos. El rey que lo gobernaba, según las leyendas, era un ser inmortal, traicionado por los dioses y condenado a reinar sobre una tierra de pesadillas.

Pero aquí estaba, frente a él, y aunque sus ojos reflejaban una oscuridad insondable, Isik no veía en él un monstruo, sino un hombre marcado por cicatrices que no se veían a simple vista.

—Has cruzado una frontera que pocos se atreven a cruzar —continuó él con una mano apoyada en el brazo del trono—. Si deseas sobrevivir aquí, deberás hacerlo bajo mis condiciones.

La chica sintió una punzada de indignación. Había sido deterrada de su propio reino, traicionada por su propia sangre, y ahora este rey oscuro, por muy poderoso que fuera, pretendía imponerle más condiciones. Sin embargo, al mismo tiempo, sabía que no tenía muchas opciones. El reino que se extendía más allá del castillo estaba lleno de peligros desconocidos, y, aunque él le despertaba una desconfianza instintiva, había algo que también la intrigaba.

—¿Y cuáles son esas condiciones? —preguntó mientras se enderezaba para mostrar la altivez que aún le quedaba como princesa.

Karanlik no respondió de inmediato. Se levantó con lentitud del trono y se acercó a una ventana enorme que daba a las tierras oscuras más allá del castillo. La luz de la luna, filtrada por la niebla, proyectaba sombras danzantes sobre el suelo de mármol.

—Mis tierras están en constante guerra —contestó él con una voz más suave pero llena de un cansancio evidente—. Los seres que las habitan, las criaturas que viste esta noche, son solo una pequeña muestra de lo que acecha en la oscuridad. Y aunque soy su rey, incluso mi poder tiene límites —Isik se mantuvo en silencio, escuchando atentamente—. No puedes vagar libremente por este reino —continuó al volver su mirada hacia ella—. Hay fuerzas que ni siquiera yo puedo controlar por completo. Si deseas quedarte, deberás hacerlo bajo mi protección. A cambio, quiero saber más sobre ti, princesa —su mirada se hizo más intensa—. Quiero entender qué te ha traído hasta aquí, y por qué una princesa de un reino humano se ha atrevido a cruzar las fronteras de la oscuridad.



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En el texto hay: reyes, princesa, exilio

Editado: 15.05.2025

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