La tenue luz de la luna se filtraba a través de las amplias ventanas del castillo, proyectando sombras largas y sinuosas en las paredes de piedra negra. Isik se encontraba sola en la habitación que le había sido asignada. Las telas oscuras de las cortinas y el mobiliario gótico daban al espacio un aire sombrío, pero no era el entorno lo que mantenía su mente en vilo, sino el encuentro que pronto tendría con el Rey Oscuro. Desde su llegada, había percibido la intensidad de su presencia, esa mezcla peligrosa entre poder y misterio que parecía envolverlo. Pero ¿podía confiar en él?
Sabía que tarde o temprano necesitaría tomar una decisión, y la oportunidad no tardó en llegar. Cuando la puerta de su aposento se abrió sin previo aviso, no le sorprendió ver a Karanlik, el Rey Oscuro, en el umbral. Su silueta, bañada por la luz pálida de la luna, parecía más alta, más imponente. Sus ojos la observaban desde las sombras, esos pozos oscuros que reflejaba siglos de secretos no compartidos.
—Ven —ordenó él con voz profunda y controlada—. Debemos hablar.
Isik, aunque todavía recelosa, asintió y lo siguió por los pasillos oscuros del castillo. Su silencio fue quebrado solo por el eco de sus pasos, un ritmo que parecía marcar un preludio de lo que estaba por venir.
El rey la guio hasta una sala pequeña, íntima, iluminada solo por un fuego tenue que chisporroteaba en la chimenea. Era un contraste con el resto del castillo, más cálido, casi acogedor, pero la chica sabía que nada en este lugar era lo que parecía. Karanlik se sentó en una silla alta, y ella se acomodó frente a él, aunque su postura continuaba tensa, como si en cualquier momento tuviera que defenderse.
—Tienes muchas preguntas. Lo sé —dijo él al romper el silencio mientras la observaba con esos ojos oscuros y penetrantes—. Pero antes de que las formules, debo hacerte una propuesta.
La joven lo miró, sin parpadear, esperando. Sentía que cada palabra suya estaba cargada de un propósito más profundo, de una intención oculta que aún no comprendía.
—Has sido traicionada —continuó él al inclinarse ligeramente hacia adelante—. Exiliada de tu propio reino. No necesitas contármelo, ya lo he visto en tus ojos. Eres como yo.
La declaración cayó como una piedra en el estómago de ella. Algo en sus palabras la conmovió, aunque no estaba dispuesta a admitirlo. Se armó de valor antes de hablar, intentando mantener su voz firme:
—No somos iguales, Karanlik. Yo fui traicionada, pero sigo siendo fiel a mis principios. No he sido consumida por la oscuridad.
El chico la observó por un momento, como si sopesara sus palabras. Luego esbozó una sonrisa amarga, casi triste.
—La oscuridad no es algo que elijas —contestó él con voz suave—. Es algo que te consume cuando el mundo te arrebata todo. Cuando los que una vez te juraron lealtad te vuelven la espalda.
Isik sintió un nudo en el pecho al escucharlo. A pesar de su desconfianza hacia él, no podía ignorar el eco de sus propias emociones reflejadas en sus palabras. Ella también había sido traicionada, pero se había aferrado a la esperanza. ¿Karanlik había perdido esa esperanza hacía tiempo?
—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella, sin querer revelar que había encontrado un atisbo de comprensión en sus palabras.
El rey la miró directamente y su expresión se volvió más severa.
—Venganza —respondió sin rodeos—. Quiero que te unas a mí. Ambos hemos sido víctimas de traiciones. Tus enemigos son poderosos, mas juntos podemos desmoronar sus reinos, sus planes. Necesito tu lealtad, Isik, y a cambio tendrás mi protección y mi fuerza.
Las palabras de él resonaron en la habitación. Había una crudeza en su propuesta, pero también una terrible lógica. La princesa se encontraba en una situación desesperada. Sin aliados, sin recursos. Él era su única opción viable, aunque su ayuda venía con un precio que ella aún no estaba segura de poder pagar.
—¿Y qué obtendrás tú? —quiso saber con su desconfianza aflorando una vez más—. No me digas que solo lo haces por compasión.
Karanlik soltó una leve risa sin humor en ella.
—Compasión… No, princesa. Lo que obtengo es una aliada que conoce a mis enemigos desde dentro. Aquel que te desterró también tiene planes que afectan a mi reino, aunque tú aún no lo sepas. Nuestras venganzas están entrelazadas más de lo que crees.
Isik se tensó. Sus palabras confirmaban que sus destinos estaban entrelazados, mas la idea de unirse a él para destruir a aquellos que una vez amó y confió le resultaba abrumadora.
—No lo sé —susurró ella, más para sí misma que para él.
—No tienes que decidir ahora —respondió al inclinarse hacia atrás—. Déjame mostrarte algo.
Se levantó y la guio hacia una puerta que se abría al lado de la chimenea. A través de un pasillo estrecho llegaron a una gran sala adornada con un mapa inmenso, que abarcaba no solo su reino, sino también los territorios humanos y más allá. Karanlik señaló el lugar de su antiguo reino, Aleria, y lo recorrió con su dedo hacia las tierras oscuras.
—Esto no es solo una cuestión de venganza personal —le explicó él con la voz grave—. Hay fuerzas que amenazan con desatar un caos que ni siquiera puedes imaginar. Tus enemigos tienen aliados que buscan algo más allá de la política. Están buscando formas de quebrar el equilibrio entre nuestros mundos.