La noche era densa, pesada, cargada con una tensión que electrizaba el aire en las afueras del antiguo reino de Isik. Desde lo alto de una colina, podía ver las torres de su antiguo hogar, el castillo que alguna vez había sido su refugio y ahora no era más que una prisión de recuerdos amargos. Su corazón latía con fuerza, no por el miedo, sino por la expectativa de lo que estaba a punto de suceder. Los preparativos estaban hechos. Ahora, solo quedaba actuar.
Karanlik, el Rey Oscuro, permanecía a su lado. Juntos, eran una fuerza imparable, y tras ellos, las sombras cobraban vida. Criaturas sobrenaturales, bestias y espíritus oscuros que obedecían al poder del rey y que la princesa había aprendido a controlar, se deslizaban entre las sombras del bosque, silenciosos pero letales. Este era el ejército que los ayudaría a ejecutar el plan que habían ideado minuciosamente durante las últimas semanas.
—Es ahora o nunca —murmuró él con la voz ronca y baja, apenas un susurro en la noche.
Ella asintió con los puños apretados. El momento había llegado.
Juntos, comenzaron a descender la colina con el ejército oscuro avanzando con ellos. Las criaturas eran una mezcla de pesadillas vivientes: seres con cuerpos alargados, extremidades imposibles y ojos brillantes que parecían devorar la misma luz. Eran temibles, pero obedecían las órdenes de su rey, y por extensión, las de la princesa. Había aprendido a usarlas, a invocarlas, y ahora las dirigía hacia su venganza.
El castillo de su reino estaba custodiado, como siempre, pero las defensas parecían insignificantes comparadas con el poder que el Rey Oscuro e Isik traían consigo. Los guardias no sabrían qué los había golpeado hasta que fuera demasiado tarde.
El pla, tan meticulosamente diseñado, se puso en marcha con precisión. Mientras las criaturas se deslizaban entre las sombras, silenciosas y letales, Isik y Karanlik se infiltraron en los pasadizos ocultos del castillo. Había crecido en ese lugar, conocía cada esquina, cada pasillo secreto que los sirvientes usaban para moverse sin ser vistos.
Su corazón latía desbocado al recorrer esos pasillos de nuevo. Cada paso era un recordatorio de lo que había perdido: su vida, su hogar, su dignidad. La traición de su familia había dejado cicatrices profundas, mas ahora era diferente. Ahora no era una princesa indefensa. Ahora era alguien con poder.
—Estamos cerca —dijo el rey en voz baja con sus ojos oscuros fijos en ella con una intensidad que la hizo estremecer.
Isik asintió con la mandíbula apretada. Sabía a dónde dirigirse. El salón del trono. Allí encontraría a quienes la habían desterrado. A quienes habían destruido su vida.
Pasaron sin ser vistos, ocultos por la magia del rey y la distracción de las criaturas que atacaban los muros exteriores del castillo. Pronto llegaron a las puertas del gran salón. La princesa se detuvo un momento, respirando hondo.
—Es tu momento —comentó él con suavidad, colocando una mano en su hombro—. Haz lo que viniste a hacer.
La chica lo miró, encontrando en sus ojos algo más que simple apoyo. Había emoción, una conexión que había crecido más allá de lo que ninguno de los dos había esperado. Pero eso tendría que esperar. Ahora, todo lo que importaba era lo que estaba detrás de esas puertas.
Con un movimiento decidido, empujó las puertas y entró.
El salón del trono estaba lleno. Su padre, el rey, estaba sentado en el trono, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. A su lado, los miembros del consejo que habían apoyado su destierro, que la habían traicionado. Al verla entrar, un murmullo de sorpresa recorrió la sala.
—¡Isik! —gritó su padre al ponerse de pie, incapaz de ocultar su asombro.
Los ojos de la chica recorrieron la sala, observando a cada uno de los presentes. Había pasado tanto tiempo soñando con este momento, con cómo los enfrentaría, cómo los haría pagar por lo que le habían hecho.
—Padre —contestó ella con voz fuerte y clara, resonando en el salón—. He regresado.
La sorpresa dio paso al miedo en los rostros de los consejeros. Sabían que la chica no había venido en son de paz.
—¿Qué…? ¿Qué estás haciendo aquí? —quiso saber uno de los consejeros, dando un paso hacia atrás—. ¡Fuiste desterrada!
—Fui desterrada por traidores —respondió ella con una mirada fulminadora mientras avanzaba hacia el centro del salón—. Por aquellos que no solo traicionaron a su princesa, sino también a su propio reino.
—¡Eso no es cierto! —gritó su padre, con el rostro enrojecido—. Todo lo que hice fue por el bien de este reino. ¡Tú no eres digna del trono!
—¿Digna? —Isik dejó escapar una risa amarga—. ¿Después de todo lo que hiciste? ¿Después de condenarme al exilio, sabiendo que no había cometido ningún crimen?
El silencio cayó sobre el salón. Todos los ojos estaban puestos en ella, y la chica sintió cómo la ira se arremolinaba en su interior. Pero no era solo ira. Era algo más profundo. Un dolor que había arrastrado durante años.
—¿Por qué, padre? —interrogó con la voz temblando levemente—. ¿Por qué me traicionaste?
El rey no respondió de inmediato. La culpa, aunque trataba de ocultarla, se asomaba en sus ojos. Finalmente, habló, con una dureza que no pudo sostener del todo: