Reina de sangre

Capitulo III: Enigmas

Han sido días verdaderamente extraños, desde aquella charla con la reina Vita y Anton en la sala común. El rey Jannik no ha dejado de viajar y recibir a condes, marqueses y reyes de otros reinos en nuestro palacio. La seguridad se ha reforzado mucho más, y en toda la semana solo he podido ir a la torre dos veces. Los rincones de cada pasillo están llenos de grandes murmullos y enigmas; pero específicamente el día de hoy el ambiente ha estado más denso de lo habitual.

 

No he cruzado palabra ni mirada con mi madre, he desayunado absolutamente sola en el inmenso comedor y el rey, ha estado encerrado desde horas tempranas en la sala del trono, con los reyes de Leopibia y Nezadian, y el duque de Wenid. Es fácil de deducir, que deben estar hablando sobre las alianzas a través de los compromisos. He intentado pensar en alguna estrategia para lograr que ese plan que quieren llevar a cabo los monarcas, no suceda. Pero la cruel realidad es que, todos son beneficiados, menos yo.

 

Las doncellas número tres y cuatro, se pasean por toda mi alcoba ordenando mis vestidos, zapatos y joyas. Mientras yo, estoy sentada en el final de mi cama, viéndolas en su labor y pensado en que llegue el momento de que estás jóvenes se vayan, para yo encontrar la manera de ir a la torre. La última vez que estuve allí, salí tan apresurada que dejé todos los libros y mapas, en aquel lugar. Mi primera idea fue, pedirle el favor a Ethel que fuese por ellos. Pero extrañamente, tampoco la he visto los últimos días.

 

Camino hasta a la puerta y me apoyo de un hombro en ella. Ambas doncellas se quedan estáticas, y me observan con sigilo. Frunzo el ceño y de a poco, voy dándole miradas a través de mis pestañas.

 

—¿Sucede algo?

 

—En lo absoluto, alteza. —contestan al unísono.

 

Ruedo mis ojos y pego mi oreja de la puerta. No se oye nada. No hay pasos, voces, nada. Pareciera que todos en el palacio se hubieran ido... O muerto.

 

—¿Han visto a la reina Vita?

 

Camino hasta mis doncellas con los brazos cruzados y el mentón en alto; ambas féminas me llevan varios centímetros de altura, pero trato de imponer severidad. Porque tengo que ser consciente de que solo tengo catorce años y ellas son mayores que yo.

 

Entre ellas cruzan miradas y luego ven al suelo, manteniendo sus manos en frente. Enarco una ceja ante el extraño comportamiento.

 

—No, su alteza. —de nuevo responde en una sola voz.

 

—¿Tienen alguna idea de por qué? —las rodeo para caminar a paso lento hacia la única ventana de mi alcoba.

 

—No, su alteza.

 

—Y me imagino que tampoco saben de qué hablarán los invitados de hoy, con el rey. —murmuro dándoles la espalda.

 

—No...

 

—Su alteza.

 

Interrumpo respondiendo por ellas. No vuelven a hablar, y una vez terminan su tarea y me preguntan si necesito alguna cosa, salen del lugar. Al sentir la puerta finalmente cerrarse, me apresuro en ir a mi armario para tomar un abrigo y mi cuaderno de cubierta gruesa; lo escondo con el abrigo en mi antebrazo y me apresuro en salir de mi alcoba. Asomo mi vista ligeramente hacia el extenso pasillo y no veo a guardias por ningún lado.

 

Con una mano, alzo un poco mi vestido y corro para llegar hacía las escaleras. Veo personas del servicio trasladarse en dirección a la cocina y con ellas, van unos guardias. Por lo que, al tocar el último escalón, tomo un rumbo distinto al de ellos y de nuevo apresuro mi paso. Paso por delante de la sala del trono, y llega a ser audible un par de voces. Me veo tentada a escuchar un poco, pero siento los pasos de alguien y me retracto. Decir que nadie me ve salir de este inmenso palacio, sería una total falacia, pero si logro persuadir a las dos personas más comunicativas: Anton y Dafina.

 

Una vez piso las afueras del castillo, me debato en si escabullirme por las caballerizas para tomar a Erva o seguir andando hasta la cueva subterránea que lleva al bosque. No me permito debatir mucho eso en mi cabeza, y decido ir por Erva. Mi plan alternativo queda en que, si muchas personas me ven, en especial guardias, me iré andando sola. Me escondo entre algunas columnas del jardín y árboles, por fin llego a las caballerizas y las pocas personas que se encuentran, me ignoran.

 

Imploro en mi interior que el mozo no se encuentre, para así poder tomar a Erva y efectivamente, es así. Al ver a mi fiel compañera, sonrío y me apresuro en tomar de ella para sacarla de allí. Me coloco mi abrigo y paso la capucha por mi cabeza. Escondo el cuaderno en el interior del abrigo contra mi abdomen, y busco ser la más sutil con nuestra salida. Pero para mí muy mala dicha, justo cuando estoy a pocos pasos de llegar a la cueva, dos guardias aparecen al frente de mí.




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