Reina de sangre

Capítulo VI: Rubí y rosas

Siento la presión del corsé en mis costillas, y en el intento de ahogar una queja, retengo el aire. Debo mantenerme estática sobre el círculo de madera en dónde estoy de pie, y con la mirada en el espejo frente a mí. He pasado toda la mañana de hoy haciendo de estatua, para que la modista pueda tomar medidas y probar, las prendas que ha traído para mí. Todo por órdenes del rey, ya que casi todo mi armario se ha convertido en colección de harapos y obviamente, no puedo presentarme con ellos ante los Fremault. Eso dejaría muy mal el apellido Greenwood.

 

Una total tragedia.

 

—¿Hay gusto en específico que tenga en los vestidos? —pregunta la modista al aire. Miro de reojo a mis doncellas, y luego a Dafina que también se encuentra aquí.

 

Ninguna dice nada, y eso me pone inquieta. No sé si me encuentre en posición de expresar mi gusto, o no. Odio esto de aparentar mudismo.

 

—¿Alteza? —insiste.

 

—Colóquele cualquier cosa —Dafina interviene con tono quejumbroso—. Lo que sea le verá igual de insípido.

 

De repente, sale del lugar y yo solo la observo con recelo. Veo al frente nuevamente para encontrarme con mi reflejo, y más atrás a la modista dándome una mirada curiosa.

 

—¿Hay algo en específico que le guste, su alteza? —la mujer repite ahora con una sonrisa de complicidad. Sin moverme, les doy un vistazo a mis doncellas y ambas fingen no haber oído nada. En mis labios se dibuja una sonrisa divertida y le doy mi atención a la modista.

 

—Si —contesto con firmeza—. Me gusta el rojo, y las rosas —ella asiente con su cabeza y regresa su mirar al corset. Sin ningún tipo de razón, un fragmento del día de la boda de Lord Hunter y la princesa Adwyn, aparece en mi mente y sonrío—. Y el rubí.

 

—¿Perdone? —digo tan de repente que la modista parece perderse.

 

—Que también me gusta el rubí.

 

—¿Sugiere algún detalle con esa piedra, alteza?

 

—Si.

 

A ella parece emocionarle la idea, y a mi igual. Luego de eso, Dafina regresa inspeccionando la labor de la modista y ninguna dice nada después. Pero, en todo momento hasta que se va, me indica la modista con la mirada que tomara muy en cuenta mis querencias.

 

*    *    *

 

Froto mis manos unas con otras en un gesto de ansiedad, mientras estoy de pie frente a la puerta de la oficina del rey. He estado aquí esperando que el rey termina unos asuntos en la sala del trono; me ha mandado a llamar con los guardias y aquí estoy, removiéndome en mis nervios. Y eso simplemente se debe a qué, todo ha estado muy calmado estos días luego de mi regreso a sociedad.

 

No es como que, si de pronto hubiera recuperado mi libertad, pero por lo menos hoy se me ha permitido salir de mi alcoba para ir al comedor a almorzar. Sola, pero he salido. Del resto, he estado encerrada, pero, aun así, siento una vibra demasiado pacífica. Ahora el rey me ha llamado y siento que esa tranquilidad acabará.

 

A mis oídos llega el fuerte sonido de las botas que siempre acompañan al rey, identifico como la puerta de la oficina que está al otro lado del pasillo, es abierta y mi pulso se acelera en seguida. Pasan unos segundos, y después las puertas frente a mí se comienzan a abrir y luego se me exige con una voz autoritaria por parte de un guardia, que entre y eso es lo que hago. Me encuentro con el rey en su típica posición dominante y mirada asesina; en todo momento el observa cada movimiento que doy, y en cambio yo, como siempre evito el contacto visual.

 

Una vez estoy a una distancia adecuada al escritorio dónde el rey reposa su altivez, mantengo una actitud firme y la mirada al horizonte. Me dispongo a hacer una reverencia, luego de que mentalmente me lo recordase a mí misma y doy un saludo digno de la realeza.

 

—Su majestad, rey Jannik.

 

Mi voz no sale del todo limpia, pero el titubeo no es evidente y se oye con claridad cada palabra que digo. Él me repasa con la mirada y se encarga de dejar en evidencia, la poca alegría que le provoca verme. Pasa a ignorar mi presencia y enciende un puro; en seguida mi cuerpo se tensa a la vez que oculto mis manos detrás de mi espalda instintivamente. Él rey lleva el paquete firmemente enrollado de tabaco a su boca, para dar la primera calada y expulsar una gran nube de humo. En mi interior siento un huracán de pánico, con asco y miedo.

 

—Los reyes Fremault mandaron una carta que llegó está mañana —emite con la atención total en el vicio matador entre sus dedos—; mañana será la visita a su palacio y además de eso, nos invitan a participar en una feria que tendrá el pueblo de Nezadian.




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