Reina de sangre

Capitulo IX: Acuerdos

La tarde de té con el príncipe Serkan no se extendió mucho, debido a que tenía otros asuntos que atender. Me quedé con aquellas dudas que tiene hacia el rey Jannik y lo convencido que se veía de ello; no puedo dejar de pensar si solo serán pensamientos de él o también lo compartirán los reyes de Nezadian. Sea como sea el caso, debo mantener al límite como dije.

 

No me conviene estar involucrada en la obvia búsqueda de información que emprenderá el heredero menor de los Fremault hacia el rey de Druseon. Tengo mis propios propósitos.

 

Me paseo por el recibidor del palacio, dispuesta a irme a mi habitación y por fin poder tomar una siesta, si antes estaba exhausta ahora más, luego de ese paseo en caballo. Pese a ello, mis ánimos se han levantado después de haber visto a Erva. Estoy demasiado feliz de saber que sigue aquí y poder estar con ella.

 

—Kelsey.

 

El llamado del rey me hace detener mis movimientos en el segundo escalón y todo sentimiento de gozo se esfuma. Me dirijo a él con pasos sigilosos mientras soy seguida por doncellas.

 

—Ustedes, retírense. —ordena a las dos jóvenes detrás de mi e inmediatamente cumplen con aquello, dejándome a solas con mi padre.

 

—Majestad.

 

—¿A qué vino el principito hoy? —menciona despectivamente y honestamente, me sorprendo, pero no sé lo hago ver.

 

—A visitarme... —no termino de hablar cuando ya me está interrumpiendo.

 

—Te daré otra oportunidad —su postura cambia a una más temeraria y trago grueso—: ¿A qué vino verdaderamente?

 

Si en su momento yo noté que Serkan venía con otras intenciones, es razonable que el rey Jannik también lo haya deducido. No lo miro a los ojos, pero me imagino la mirada infernal que ahora debe estar sobre mí y realmente, me da pánico saber qué sucedería si le llego a mentir. Medito rápidamente lo que debo hacer y la conclusión a la que llegó es que, me favorece hacer creer que estoy de su lado.

 

—Vino con intenciones de saber si yo tenía conocimiento de los planes que usted tiene a través del compromiso que él príncipe y yo tenemos. —confieso, pero no pierdo el temor.

 

—¿Y qué le dijiste?

 

—La verdad —me atrevo a verlo y confirmo su mirada furibunda hacia mi—; yo no conozco nada de lo que mi rey planea o no.

 

—¿Te creyó? —cruza sus brazos.

 

—No —muerdo mi labio—, pero luego le expliqué que esos asuntos no me incumben ni me convienen.

 

Su atención me recorre y espero a que diga algo, mientras tanto soy tal cual estatua e incluso mi respiración. Mi padre comienza a dar pasos para después rodearme y escucho como sus pisadas de plomo, se alejan, pero luego se detienen.

 

—Exactamente, Kelsey. Esos asuntos no te incumben, pero si te convienen —los nervios afloran—. Porque si este compromiso se acaba, tu mueres.

 

Me paralizo completamente hasta el punto de no pestañear porque si lo hago, unas gotas de lágrimas que amenaza en salir de deslizaran en terror por mi rostro.

 

—Tu objetivo de ahora en adelante será mantener a como dé lugar ese compromiso, desviar cada duda que tenga para conmigo y que no se interponga en mis planes —su presencia llega a mi lado y mi vista persiste en el horizonte—; tienes que casarte con él y si eso no sucede, será tu culpa y te enviaré a horca.

 

Sin esperar nada, se retira hacia su oficina y yo quedo al final de la escalera nadando en las amenazas de mi padre. Lo creo capaz de cumplir lo que ha dicho, y eso me lleva a querer llorar del miedo ligado con la rabia; detesto que sepa cómo tenerme en sus manos e imponga todo su poder sobre mí. Trato de recuperar la compostura y tomando varias respiraciones, termino de irme a mi alcoba. Las manos no me dejan de temblar con la ira contenida y hago todos los amigos posibles para aliviar mi temperamento.

 

Paso al frente de la habitación de Dafina y me encuentro con que dos guardias custodian la puerta; hasta hace poco la amante real no era vigilada y ahora sí. Sigo hasta mi destino y al llegar, mis doncellas me esperan. Me siento en la silla frente al peinador y ellas comienzan a quitar las pocas joyas que llevo sobre mí. Coloco mi atención en mis manos y las entrelazo una con otra, para después ejercer presión y hacer que se detengan.

 

—¿Alteza, necesita algo?

 

La doncella número tres me habla preocupada notando la persistencia de los movimientos nerviosos en mis manos. La observo a través del reflejo del espejo y asiento en respuesta.




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