Reina de sangre

Capitulo X: Claveles

Las doncellas preparan todo para esta noche; incluso que en mi presencia física no se noten los moretones. Hoy usaré el vestido rojo que la modista diseño para mí hace días, pero a este se le agrego una capa abierta a los costados para que cubriera lo mejor posible mi cuello. En el medio de este hay varios broches para así asegurar que los moretones en esa zona no sean apreciados por nadie.

 

Ya es un poco más del mediodía, y no he comido absolutamente nada desde ayer. En realidad, anoche ni siquiera cené. Me he encontrado en un limbo emocional, las doncellas me llevan de un lado a otro por toda la habitación y no protesto, me preguntas cosas y yo solo asiento sin prestarles atención. No tengo cabeza ni ánimos para absolutamente nada; si estuviera en mi elegir ir o no a la cena de compromiso, por supuesto que no iría.

 

Unos toques en la puerta de mi alcoba me distraen en el instante en que la doncella número cuatro quita la venda de mi mano, la número tres va hasta la puerta y la abre para darle paso a Dafina, quién se pavonea con un enorme vestido verde de escote vulgar como acostumbra.

 

—¿Por qué no has almorzado? —reclama en seguida viendo la bandeja con la comida intacta sobre la mesa ovalada que está al lado de la ventana.

 

—No tengo apetito. —respondo con voz gruesa sin verla. Solo observo las marcas en mi mano; ahora hay una más.

 

—Pues tienes que ingerir algo.

 

—A el rey no le importa si como o no. —hablo de nuevo apática.

 

La pelirroja da pasos hacia mí y hace que la doncella se quite; subo la mirada y veo como Dafina se inclina hacia mí y apoya una mano de la mesa del tocador, mientras yo permanezco sentada en la silla frente a este.

 

—Hacer huelga de hambre no te servirá de nada.

 

No tengo ganas de discutir con ella hoy, por lo que desvío mi mirada y la agacho. Me quedo callada y espero que se vaya, no pasa mucho para que eso suceda y sale del lugar. Luego de eso, las doncellas me visten, peinan y maquillan. Se que pasan horas en eso gracias a mi poca colaboración.

 

Cuando ya estoy lista, me observo al espejo y quisiera darme halagos a mí misma por como luzco, pero no.

 

—¿Quieres elegir sus joyas? ¿La corona que usará? —habla la doncella número tres y niego con la cabeza.

 

—Solo la corona.

 

Ellas eligen la de costumbre, la cual es la que tiene piedras de granate. La colocan sobre mi cabeza y sin perder tiempo, me acompañan a salir. Al estar a las afueras del palacio, los carruajes esperan y el rey justo sale cuando yo estoy llegando al transporte que se me ha concedido. Antes de subir, mi progenitor me da una extensa mirada frívola desde su posición y en mi pecho aparece el desasosiego. Él sube a su carruaje junto con Dafina, quién hoy no lleva doncellas y luego los imito.

 

El camino transcurre como es habitual, el sol cae y la oscuridad se cuela en su totalidad una vez pisamos suelo Nezadiens. Y la visita en esta particular ocasión se torna distinta; las calles de Ceyla, capital de Nezadian, se revisten de rosas rojas en cada casa. Al igual que hay banderas de Druseon y Nezadian en cada puerta, en las esquinas hay velas encendidas y con eso, cada cuadra se encuentra iluminada. No hay personas afuera de sus hogares como fue en Leopibia.

 

En pocos minutos llegamos al palacio, y las sorpresas no se detienen. Hay cientos de carruajes en todo el rededor, con ello veo a muchas personas llegar y entrar a la sofisticada casa real de los Fremault. Un hueco en mi estómago se crea cuando nos detenemos, y todos los que siguen afuera dejan caer su absoluta atención en nuestros carruajes. El rey es el primero en descender de su transporte junto a Dafina; veo a varios hombres en elegantes trajes junto a sus esposas saludar con reverencias al rey y este se vanagloria.

 

El paje abre la puerta de mi carruaje y la sensación de intimidación ante esto evento se va incrementando. Tomo puñados de mi vestido con ambas manos y salgo; mi capa arrastra y las doncellas me ayudan con ella. Los hombres que saludaban a Jannik, ahora viene hacia mí y también hacen reverencias.

 

Quedo impávida porque, primeramente, no sé quiénes son estás personas. Asiento en respuesta y busco huir de la situación en cuanto veo que quieren hacerme preguntas. Mi rey avanza con Dafina y los guardias que hoy me custodian, me abren paso entre las personas. Me fijo que uno ellos, es el joven que me ayudó ayer y eso me contenta un poco.

 

Cruzamos todas las entradas necesarias hasta entrar en el salón principal, dónde me abrumo mucho más. Si pensaba que afuera había demasiadas personas, la cantidad que yace aquí es absurda.

 

—Rey Jannik Greenwood y la princesa Kelsey Greenwood Griffith de Druseon.




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