Reina de sangre

Capítulo XIX: En base a celos

Desde que tomé el desayuno, me había estado preguntando dónde se encontraba Demian y fue cuando supe por boca de Marley, que había estado ayudando a los empleados del almacén y de las caballerizas. Por eso, le pedí a uno de los guardias que le avisara que lo buscaba y ahora lo espero en la salida trasera de la cocina.  

Lo veo caminar bajo la lluvia y pasar el suelo enlodado desde el almacén, hasta donde estoy. Cuando ya está protegido bajo el techo, le ofrezco una manta que Marley me ha dado. Demian la toma algo apenado, pero termina por sacudirse el agua. Tras preguntarme cómo he amanecido y ver cómo solo respondo con un monosílabo, se dispone a escuchar lo que tengo para decirle. O más bien, ordenarle.

—Si disculpe si la cuestiono, alteza pero eso suena arriesgado. No creo que él príncipe Serkan quiera que se someta nuevamente una situación como esa.

—Si me estás cuestionando y esto no es asunto del príncipe Fremault —bramo con altivez—. Limitate a solo preparte para cuando la tormenta se acabe, y tengamos que partir. Que tengas un buen día, Verner.

No le doy tiempo a contestar y voy al interior de la cocina. Paso delante de los cocineros, sirvientes y lacayos; y cerca de las cestas de fruta visualizo a Dafina Cadle. Ella me da una mirada fusilera y por su postura cómoda, entiendo que lleva tiempo observandome. La mujer toma unas manzanas y noto sus intenciones de urgar con su mano en una cesta de arándanos.

Me aproximo con y tomo su muñeca haciéndola retroceder, a la vez que se pasma.

—¿Quién te crees para venir a tomar lo sé te apetezca como si fuese de tu propiedad?

—Tampoco es de tu propiedad, niñita.

—De hecho, esto si. —digo refiriéndome a los arándanos y termino de apartarla, para luego soltar su muñeca.

Rueda sus ojos haciendo una mueca con displicencia.

—Ese enclenque que se hace llamar guardia, se nota que es muy fiel a usted alteza.

No respondo, solo me mantengo viendola. Dafina sonríe con astucia, y se atreve a dar un paso a mi.

—Debe estar dándole algo muy motivador para que sea tan obediente. —ríe con insinuación. Mi mandíbula se tensa y respiro con fuerza.

Clavo mis uñas en sus brazos y hago golpear su espalda con una de las mesas, lo que hace que todo el lugar de repente se silencie. Dafina tiembla ante mi ataque, y yo solo la veo con un profundo odio.

—Te encanta tentar el demonio que siempre has dicho que llevo por dentro —increpo con el cumulo de enfado—. No creas que todos tenemos que llegar a perder la dignidad para obtener lo que queremos; algunos usamos la cabeza. Así que mejor piensa muy bien lo próximo que vaya a salir de tu boca, si no quieres que yo misma busque una soga y te haga suplicar ante mis pies.

La empujo y suelto. En sus ojos ya no hay diversión, sino miedo. Todos me observan con gestos anonados, y les imparto la misma mirada que he presionado sobre Dafina. Vuelven a sus labores y salgo de la cocina como una ráfaga de viento.

***

No hay muchos lugares a donde ir, más teniendo en cuanta que afuera la lluvia no cesa. Por un momento quise verlo con la oportunidad para seguir fraguando en mis planes, pero ciertamente es una tontería porque desde el palacio no puedo concretar nada.

Estar en mi alcoba me cansa, y como no quiero ir a la biblioteca debido a lo que ocurrió anoche... Me dirijo hasta la sala común y agradezco encontrarla sola.

Voy directamente hasta el piano y me siento enfrente de el, mientras acomodo la falda de mi vestido gris perlado. Subo la tapa del teclado y aprecio las relucientes teclas blancas y negras, solo lo observo porque no me atrevo a tocar ni una nota. Hace mucho que no toco. Paso mis dedos delicadamente y me siento tentada a quitarme los guantes, para percibir el tacto en mi piel pero no lo hago.

No lo hago porque el sonido de unos fuertes pasos llegan a mi oído y levanto mi cabeza. Luciendo un traje en su totalidad gris ceniza, entra por la puerta suroeste el salón el príncipe Patrick III. Nuestras miradas se encuentran, y el odio pulula en el ambiente; el único que parecía ser mi entretención ahora se convirtió en un absoluto fastidio.

—Ah, la princesita druseoneana.

Pronuncia con asco y luego tras claramente dudarlo, toma asiento en unos de los sofás de piel.

—¿Se le ofrece algo, alteza? —digo col ironía.

—No. ¿Y a usted?

Se me ofrece que se vaya, pero teniendo en cuanta que es técnicamente su palacio me ahorro la respuesta. Sigo viendo el teclado y en mi mente toca las pocas melodías que llegué a aprender, antes de que el rey Jannik destruyera mi piano; quisiera no tener un mal recuerdo de cada cosa que vea.

Por instinto, elevo la mirada y capturo el momento en que él príncipe de cabellera rubia oscura, se dispone a leer unos papeles que antes se encontraban en una carpeta. Bajo la tapa del piano con suavidad y me debato en si saciar mi curiosidad, o salir del salón sin dirigirle la palabra.

Pero no lo logro, la curiosidad me orilla.

—¿No posee su propia oficina que ha decidí venir a la sala común, para leer documentos? —inquiero de forma mordaz, y lo veo suspirar como si buscara paciencia en algún rincón del lugar.

—La invito a recordar que este es mi palacio, y puedo revisar en dónde me apetezca mis documentos —contraataca con más veneno y elevo una ceja en desprecio—; pero para alimentar la curiosidad que yace en un usted alteza, le informaré que mi oficina, la cual lamentablemente comparto con la molestia de su prometido —tuerce sus ojos—, se encuentra ocupada por él y la princesa Jeanette.

Busco un rastro de mentira en su saña, pero no lo consigo. La intriga se diluye a rabia, y con la mano por encima el piano, la cierro con fuerza conteniendo el claro incordio.

—Por cierto, se ha vuelto una experta en ser el tema de conversación de la servidumbre. —agrega, con la vista en los papeles que pasa de mano en mano—. Primero hizo un escándalo en la biblioteca a horas tardías, y luego agredió nuevamente a la señorita Dafina en frente de todos los sirvientes y cocineros...




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