Reina de sangre

Capítulo XX: Obstáculos naturales

Cuando ya ha anochecido, la lluvia se ha ido. De igual forma, dieron la orden de que debíamos esperar unos días para poder partir ya que los caminos se encuentran obstruidos por árboles, y mucho lodo. No quieren estropear los carruajes o que algún caballo sea lastimado; todo esto me lo informó Erlend luego de que Serkan y yo saliéramos de la armería.

En cuanto pienso eso, una sonrisa candida se tamabalea en mis labios. No fue mucho el tiempo el que permanecimos ahí, pero bastó para mí. Sentí después de tanto, un lugar seguro y no me sorprende que haya resultado ser él; el miedo de lo incierto no me abandona, pero hay demasiadas situaciones complicadas rondandome y no me apetece que está se convierta en una de ellas.

—Alteza.

Giro mi cabeza para dejar de ver por la ventana, y me fijo en Marley que está al lado de la puerta con un gesto tímido.

—¿Bajará al comedor para la cena o desea que se la traiga hasta acá?

Considero la posibilidad de no bajar para evitar a la princesa Jeanette y el príncipe Patrick; no deseo que otra contrarierada suceda debido a que mi presencia les molesta a ambos, pero luego cambio de opinión. No seré complacientes con ellos.

—Bajaré.

A la vez que contesto, me coloco de pie y guardo en la gaveta del tocador otras hojas en las que estuve escribiendo. Marley me hace compañía hasta que llegamos al final de las escaleras, y como se ha vuelto costumbre me consigo con alguien. Está vez, se trata de Dafina.

—Kelsey. —me nombra con presuntuosidad.

La repaso con altivez, hasta que quedo de frente a ella. Marley permanece a mi lado, e identifico su inquietud.

—Marley, puedes retirarte. —digo sin verla.

—Pero, alteza...

—Que te retires. —Dafina se dirige a ella con fastidio y la joven doncella se marcha apresuradamente.

Mi mirada de odio se extiende mucho más por lo que ha hecho, y cruzo mis brazos por encima del pecho. Dafina alza un ceja desafiante.

—¿Qué haces? —pronuncio de forma gélida.

—Apreciando su rostro, lastimosamente...

—No te hagas la ingeniosa, Dafina.

—Vengo a cenar, alteza. —sonríe de nuevo con su actitud presuntuosa.

—¿Y quién demonios te dijo que podías venir a cenar al comedor?

—Yo.

Jeanette desciende las escaleras, y se une a Dafina y a mi. Pavonea su vestido lila con brillos y un escote de corazón; no puedo ocultar lo horrible que me parece su forma de vestir. Es claro que somos como el día y la noche. Mientras ella viste un tono demasiado llamativo, yo llevo un vestido gris perlado con un simple escote recto.

—Invite a la señorita Dafina a cenar con todos nosotros esta noche —toma su brazo y veo claramente como se esfuerza por no hacer un gesto de asco, mientras que Dafina se cree su buen trato—; me parecía una pena que tuviera que estar sola en su alcoba. Tiene derecho a compartir con nosotros los alimentos.

—¿Ahora te dedicas a hacer obras de caridad? —adopto la mueca de asco que ella reprime, pero hacia ambas.

—Que impropio de su parte decir eso, alteza. —finge indignidad.

—Impropio es permanecer a solas en una habitación con un hombre comprometido —su humor cambia a uno furioso y ahora veo a Dafina—. Impropio es seguir pactando con miembros de realeza que carecen de lealtad, para conseguir sus objetivos.

Con los brazos aún presionandos a mi, me acerco lentamente hacia las dos mujeres que ahora arden en rabia y ahora soy yo, quien las ve con presuntuosidad.

—Lo que sea que las dos estén intentando, detenganse. Porque no me conocen realmente, y puede terminar yendoles muy mal —me fijo en Jeanette—; eres la figura perfecta de lo que debe ser una princesa, y yo soy todo lo que una princesa no. Te aconsejo que me temas, o simplemente salgas de mi camino.

» Y tú —miro a Dafina—, no me hagas convertirme en el ser que más he detestado en la vida.

Paso de ambas, y me dirijo con seguridad hacia la comedor; como siempre, los guardias abren las puertas y en la mesa ya se encuentran los reyes, Ulrik y Patrick. Saludo en general, pero con quién comparto una pequeña mirada es con la reina y ella me sonríe. Tomo asiento en el mismo lugar que ayer así que Ulrik, de nuevo está a mi lado.

—Se le ve de buen humor, alteza. —me habla con expresión divertida pero cordial.

—¿Usted cree? —digo pensativa.

—Eso me parece.

—Es que he decidido no dejar que los demás me amarguen.

Él príncipe Patrick levanta su cara en cuanto mencionó aquello, y puedo ver la marca en su mejilla. No me avergüenzo de ello. Si, fue una imprudencia pero justifica el hecho de lo que me dijo. Se lo merecía.

Quisiera saber cuál fué la mentira que dijo acerca de aquella marca, porque tuvo que haber mentido o evadido la pregunta. Sino, ya fuese sido reprendida por alguno de los monarcas.

Al salón entra Serkan finalmente, y tras fijarse en mi presencia, creo verlo sonreír pero después se centra en saludar a sus padres. Cuando ya toma asiento a mi otro lado, completa la sonrisa de hace un rato.

—Kelsey.

—Serkan. —devuelve también en un murmuro. Él se encuentra sonriendo y yo solo miro, con la comisura de los labios apenas elevados.

—Oh, ya veo. El buen humor se esparce.

Comenta él lord, y tanto Serkan cómo yo, giramos a verlo. Él ríe en complicidad con su amigo, pero yo solo niego con la cabeza algo descolocada. La puerta del salón es abierta una vez más, y todos vemos a Jeanette desplazarse por el lugar con un aire furibundo. Nadie le dice nada, y cuando está ya en su lugar, el rey habla.

—Ya que estamos todos, pueden servir nuestros platos.

—Un segundo —intercedo y ahora todo me observan. Incluso veo a Serkan juntar sus cejas—. Falta Dafina.

—¿Dafina? —la reina Stella repite con evidente confusión.

—Si, Dafina. Jeanette le había hecho la invitación de cenar con nosotros.

La princesa dirige una lanza de odio hacia mi, a través de sus ojos. Por mi parte, mi humor se mantiene sereno. Y algo divertido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.