Reina de sangre

Capítulo XXVII: Los Greenwood siempre traicionan

Antes de que el alba saliera, ya estábamos subiendo al transporte gigante, que ahora se que se llamaba barco. Anton me aseguró que el encuentro ya estaba concretado y que lo demás me tocaba a mí; desde anoche la situación con Ethel y su hermano seguía tensa, pero mi postura en ningún momento había cambiado. Tras varias horas, desembarcamos cerca los límites entre Druseon y Nezadian. Tomamos diferentes carruajes y fuimos hasta donde sería el punto acordado.

El camino era irregular, habia muchos árboles pero también había ciertos espacios en dónde todo está despejado y en un de ellos es dónde se detiene el cochero, y espero. Solo estaba yo en un carruaje, y en los demás se habían quedado atrás escondidos. A los pocos minutos, unos galopes y ruedas se oyeron. Miré a penas un poco por la ventana y detallé el instante en que Hunter descendió, en compañía de un guardia familiar.

El pequeño guardia leopibiano.

Abroche mi abrigo adelante, y luego le hice una seña al cochero que podía abrir la puerta. Antes de bajar, ajusté los guantes de cuero que Anton me había dado.

No mentire al decir, que no experimenté el gozo de imaginarme como sería la reacción de primo al verme aquí, y por con vida. Cuando en realidad, había pautado un encuentro con Litgmur. Aún así, justo en el momento en que mi pie tocó el suelo rocoso y mi vestido vaporoso cayó bajo el largo abrigo; la cara de Hunter fue recorriendo varias fases donde paso la confusión, luego por el asombro, hasta llegar a la indignación ligado a una corriente gigante de furia.

Eso, superó cualquier escenario que me hubiera creado en la cabeza. Una vez estuve de pie frente a él, le dedique una extensa mirada gozosa.

—¿Cómo le va, lord? —molesté al instante.

Hunter aún no entendía que estaba sucediendo, miro detrás de mi en búsqueda de respuestas y también compartió miradas asesinas con Manek.

—¿Cómo es que sigues viva? —sus venas brotaron por toda su frente e hizo un puño con su mano. Yo subí una esquina de mis labios—. ¿Que haces aquí? ¿Que diantres crees que haces?

Su tono subió mucho más, y luego amenazó la línea pacífica que teníamos, al dar un paso brusco hacia mía. El cochero, que no era simplemente eso, se interpuso y apenas mostró su espada.

Hunter estaba a punto e enloquecer.

Aún más, al darse que cuenta que por el carruaje y el uniforme del hombre que me acompañaba, dedujo el hecho de que estaba del lado de los rebeldes. O los invasores, como el mejor los conocía.

—¿Que haces tu aquí, en vez de Litgmur? —entre cerro sus ojos.

—¿No te haces una idea? —reté con petulancia y cruce mis brazos—. ¿O te hago el relato completo?

—Tú... —me señalo, y su mano temblaba. Todo su rostro, ahora tenía un matiz rojo mientras yo, permanecía temple y serena—. ¡Voy a asesinarte!

El rebelde de nuevo reaccionó, pero yo me adelanté y encaré a Hunter con todo el ímpetu. Su cara quedó casi a una centímetro de la mía. Su respiración iba muy rápido, y era innegable el poco control que sentía que tenía. Allí su impotencia.

—No eres capaz —burlé en su cara y sonreí—. Ya sé absolutamente todo, Hunter.

Me miró con desconfianza y soberbia, subió y bajo sus pupilas. Di una paso atrás, y lo detalle mejor.

—Sé que el consejo no te apoyó con tu autoproclamación, sé que Druseon tiene centenares de deudas, que prácticamente le estás robando a mi pueblo... —negué y fui rodeándolo con pasos cortos—. Sé que quieres aprovecharte de la desgracia que vive Nezadian. Sé de tu padre escondido, mandándote órdenes a través de un miserable consejero, sé de ti siendo un títere de Madog. Sé absolutamente todo, Hunter.

Quedé detrás de él, y lleve mis manos a la espalda. Permaneció cabizbajo durnates unos simples segundos, antes de mirar al cielo y suspirar con cólera. Giró para verme y vi su mandíbula marcarse.

—¿A qué vienes? —subió su cejas. Junte mis manos y ladee mi cabeza.

—A dialogar —dije sin un apice de sarcasmos, aún así el no se lo creyó del todo—. Algo de lo que también tengo conocimiento, es que querías obligarme a contraer matrimonio con él príncipe Serkan Fremault.

Dió una risotada irónica. Cubrió su boca e instaló de manera pensativa, su aburrida mirada en mi.

—¿Irónico, no?

—¿Que quieras que me case con él, cuando tú fuiste el que arruinó ese compromiso en un principio? —cuestioné con aires de desentendida—. Yo lo llamaría más bien, un acto estolido.

Su risia aplacó de golpe.

—Entonces ahora vienes, con los invasores cubriendote la espalda para pedirme que te case con Serkan para que se cumpla la ley, ¿no? —hizo una pausa y tomó una postura más rígida—. Esos hombres, son los que han destruido Druseon, Kelsey. —reclamó con firmeza.

—No me venga con moralidades, Lord —rodé mis ojos y camine unos pasos lejos—. Además, te equivocas. Yo no he venido a pedirte nada, y mucho menos que se lleve a cabo ese matrimonio. No te ayudaré a aprovecharte de Nezadian, como lo tienes planeado.

—Para su sorpresa, alteza; en un principio Nezadian buscó a Druseon para hacer la unión entre ambas naciones, y así ellos poder cubrir todos sus intereses —se inclinó y punteó mi sien con su indice. Yo quité mi cabeza con brusquedad—. ¿No me crees, cierto? Apuesto que tu príncipe perfecto no te contó aquello. Eras solo un peón en el gran ajedrez de la monarquía.

Le sostuve la mirada y sentí como mi estómago se cerró, a la vez que mi garganta ardía por la rabia. Tensé mi mandíbula. No artículé nada más, solo me perdí en mis cavilaciones sin apartar mi atención del regente.

Debía usar muy bien cartas, sacar la indicada y no titubear ante nada.

—Vengo a proponerte algo —sonreí con astucia—; aliarnos y dejar fuera al duque de Wenid. Y al rey Madog.

Hunter pareció no creerse lo que había oído, tanto así que parpadeó y se queda en silencio por varios segundos. Luego de eso, negó con su cabeza.

—¿Estás más demente de lo habitual? —frunció el ceño y sonreí más.




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