Reina de sangre

Capítulo XXVIII: Tratamientos por vanidad

Logré convencer a las mujeres que dirigían las prácticas de combate para que me incluyeran en ellas, no fue un trabajo difícil lograrlo y tampoco lo fue, el seguirles el ritmo una vez me encontré dando golpes a sacos de arena suspendidos. Al momento de que el sol cruzaba el horizonte, yo ya no tenía aire en los pulmones y fui a recomponer me, tomando asiento sobre la tierra húmeda del bosque. Había una cantidad excesiva y repugnante, de sudor recorriendo mi cuerpo. Subestimé lo agotada que podría terminar.

—Seguiremos mañana, alteza —me habló la líder del grupo. Tuve que subir mi cara para poder verla—. Si es que todavía le quedan fuerzas para continuar, claro.

Las demás, que estaban detrás de ella mientras guardaban sus armas, se rieron al disfrutar la escena patética que ofrecía mi ahora debilidad. Finalmente se fueron mientras yo me quedé ahí sentada, tratando de recuperar el aliento. Había sido completamente humillante cuando mi rendimiento no alcanzo ni por un paso, al de ellas. Mi ego estaba golpeado, pero sin duda sentía una gran admiración y respeto por aquellas mujeres soldados. Eran fuertes, inteligentes y valientes.

El galope de un caballo me hizo girar detrás de mi. Era Ethel quien suponía, que había regresado de llevar mi carta, al verme ella bajo del caballo y aún con su capa que cubría hasta si cabeza, se acercó hasta mi dando pasos largos. Al llegar, se quedó observando detalladamente mi estado y la espada que apenas podía sostener en mi mano. Inmediatamente supo a lo que me había sometido.

—¿Son feroces, no? —se sentó a mi lado riendo.

—Quiero alcanzar su resistencia y astucia —entierro la espada en la tierra y doy un largo suspiro—. ¿Te has enfrentado a ellas?

—Hevig Svendsen —señala con su dedo a la mujer de cabello rubio muy claro, que hace unos segundos me estuvo hablando—, la líder del primer grupo de combate fue quien me entrenó. Es amiga de madre, y en ese entonces no sabía que era parte de esta rebelión.

Alcé mis cejas y mi expresión se vistió de asombro.

—¿Por qué no perteneces al grupo de combate?

—No me lo han pedido. —se encogió entre sus hombros. Rodé mis ojos.

—Si, de nuevo vuelves a ser la misma Ethel —critique pero ella no retuvo lo que quise decir—. Te falta un poco de iniciativa. Sé tu deseo de ser un soldado, de luchar y defender...

—No es momento de fantasear con esos anhelos —hizo una mueca y se puso de pie, sacudiendo su vestido—. Para eso estás tú, y con eso es suficiente.

—Yo no fantaseo, ejecuto —le seguí los movimientos y saque la espada del suelo—. Pelea conmigo. —la inste.

—No —bajo la espalda con su mano—. Ya entregué la carta.

—Te debo una, Burks.

—Me debes varias, en realidad, Greenwood.

Ambas fuimos a las tiendas, que funcionaban como nuestros aposentos y cambiamos nuestras vestiduras. Luego nos unimos a los demás soldados, para consumir los alimentos que habían cazado y recolectado de la vegetación que nos rodeaba.

Había notado el hecho, de que éramos pocos ese día. Anton y Benjamin, habían partido temprano junto con otros sargentos y soldados a reunirse con el padre de Ethel, y seguir tanteando el terreno hacia la ciudad de los exiliados. Además de la búsqueda de Jannik. Ya habían pasado dos días desde mi reunión con Hunter, y no habíamos ningún tipo de respuesta. Repudiaba la sensación, de que por algún motivo, estar dependiendo de las acciones que ejecutara el títere de media monarquía.

Dejé de mover mi mandíbula, al notar la presencia de la bruja del otro día, a pocos metros de mi. Enseguida me incliné hacia Ethel y la hice dejar su comida.

—Si la bruja está aquí, ¿Dónde está Dafina? —escrudiñé con afán y ella pareció divagar entre la verdad o la infame mentira.

—No está aquí. —respondió con tono evasivo.

—¿Y en dónde si está? —rechiné mis dientes algo colérica.

Ethel lo notó, por lo que se mantuvo en silencio más de lo debido e incluso llegó a compartir miradas silenciosas con la bruja. Tuve el ímpetu de permitirme nuevamente de perder los estribos e irme tras la alquimista, pero eso se aplacó en cuanto oí galopes en multitud, llegar a nuestro perímetro.

Era un grupo de rebeldes, encabezado por Anton. Me encontré intercambiado miradas con Ethel, para posteriormente dejar nuestros alimentos e ir hacia los recién llegados.

—¡Reúnan todas las provisiones, reorganicen a los arqueros y escuderos! —Anton daba órdenes en medio de gritos guturales—. Benjamin, dirige al primer grupo de combate a la frontera al bosque Horsrock Covert, que reúnan con el segundo grupo.

—Si, señor.

Él mismo corrió hacia donde le habían indicado. Ethel y yo permanecimos a la expectativa, y no dejábamos de hacer conjeturas entre el bullicio repentino que se había formado. Fui tras Anton corriendo y lo tome del brazo.

—¿Que está pasando...?

—A la tienda, ahora —ordenó en un golpe de voz y me detuve, absorta por su tono—. Debemos hablar, alteza.

Busque a Ethel, estaba casi como una estatua parada en el medio de las filas corriendo de un lado a otro. Le hice una seña para que nos acompañara; al estar adentro de la tienda, Anton se posiciono frente a nosotras y sacó un mapa. Lo dejé sobre la mitad de un tronco, para mostrarnoslo. Elevé una ceja en busca de una explicación que incluyera palabras.

—Estuvimos explorando nuevos pasadizos que descifrando de los caminos borrados en los mapas, y dimos con un túnel que nos llevaba a la cueva que conecta con el Valle de Brusket —señaló entre las líneas del mapa, que ahora tenía otros pedazos anexados—; allí vimos soldados con uniformes de la ciudad de los exiliados.

—¿Dieron con la entrada? —Ethel exclamó esperanzada.

Tomé de los hombros a mi amiga, y la retuve en su efusión.

—Lo hicimos, y también dimos con que soldados leopibianos llegaron a entregar a más personas... Y sacaron otras. Muertas. —informa con lamento. Ethel jadeo y presione mis manos en sus hombros—. Debemos movernos a un escondite más cercano, para poder vigilar cada paso que den.




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