Reina de sangre

Capítulo XXX: Pistas enredadas

Vigilé a Ethel desde el alto ventanal de la sala común de la casa Hughes. Ella se encontraba lanzando flechas hacia los árboles del bosque que nos rodeaban. Llevaba ahí desde muy temprano.

Despegue mi interés en ella, y camine hasta el clavicordio que se encontraba en una esquina del lugar. Sobre el, descansaba el libro de anoche. Estaba abierto, con la hoja de la ballesta y la flor ahora un poco aplastada. Todavía no lograba descifrar el mensaje entre todo esto, porque lo había. De eso no tenía la menor duda.

Decidí dejar de pensar en aquel asunto por un momento, y le di mi completo interés al instrumento que tenía al frente.

Me senté en el pequeño banquillo frente al clavicordio y pasé mis dedos sobre la tapa que ocultaba las teclas. Acerqué mis manos a los pesados clavos y me dejé llevar por los recuerdos. Recordé aquellas tardes en las que se pasaba horas en la habitación del instrumento, ensayando las composiciones de música clásica de mis tutores. Los trinos del clavicordio resonaban en el aire, y cerré los ojos, y volví a ese lugar en el tiempo. Los sonidos melódicos del clavicordio se apagaron, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar aquella mañana. Recordé la voz de Jannik,  gritandone. Me gritó, con rabia en sus ojos, que ya no podía escuchar mis tonterías, no podía escuchar tampoco tocaba aquel instrumento todos los días y que debía comportarme como una verdadera princesa. Me había tomado del brazo y empujado hacia el suelo.

—Todo lo que has estado haciendo es inaceptable. ¡Esto es suficiente! —había gritado el rey, y señaló el clavicordio. No pude decir nada, ni responder, ni defenderme. El miedo había petrificado mis pies, y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. El Rey había tomado la espada de la pared, y comenzó a destrozar con ferocidad el instrumento.

Vi horrorizada, cómo el precioso instrumento estaba hecho trizas. Su maravilloso sonido quedó reducido a una carcajada torturante, y el espíritu que poseía se desvaneció junto a él. Fue el momento en el que sentí que se romper mi corazón, para nacer uno hecho de hierro sólido.

—Buen día, Kelsey.

Di un salto en mi lugar, abriendo los ojos y despertando de la pesadilla en la que me había sumergido despierta. Me volví hasta el arco del sala, y vi a Ulrik aparecer por primera vez en el día. Su saludo fue acompañado de una sonrisa llena de calidez y luego camino hasta mi, yo cerré la tapa del instrumento para colocarme de pie rápidamente. Mis manos estaban temblorosas, por lo que las oculte detrás de mi espalda, luego de alisar con rapidez la falda de mi vestido.

—Escuché desde el comedor las notas que tocaste. Sonaba muy acogedor y pacífico. —elogió con cordialidad.

—Solo tomé un par de tutorías, luego las abandoné —repité la historia falsa—. Y buen día, Ulrik.

Forcé una expresión cortes y atenta, pero eso no llego a mis ojos. Di vuelta hasta el otro lado del instrumento, y tome el libro. La flor se salió y se deslizó hasta la otra esquina del clavicordio; Ulrik la tomó y la miró con añoro para después darmela.

—Mi abuela adoraba esa flor.

—Oh, la conseguí.. ayer. Estaba sola, por ahí. —divague entre la mentira.

—Le llaman “la flor azul de la esperanza”. No crece mucho por aquí, sino hacia la región boscosa en las montañas, llegando a Tarram. Es una flor silvestre —explico con voz apacible. Mis muecas se acartonaron—. Debió haber llegado hasta aquí por la brisa.

Concluyó más para si mismo, en cambio yo, viajaba entre las conjeturas que formaban mi intranquila mente. Vi que Ulrik pasó por mi lado, para fijarse por la ventana mientras decía algo, que no oí.

—...Es admirable su tenacidad. —fue la única frase que escuche con claridad. Me giré hacia él con la mirada perdida y parpadee.

—¿Perdón?

—La señorita Ethel —aclaró señalando a través del cristal—, es muy admirable su tenacidad y puntería.

—Si —declaré todavía perdidas en mis cavilaciones. De repente, mis ideas se entrelazaron de una manera que todo hizo más sentidos—. Ulrik, iré a dar un paseo en caballo.

—Oh, de acuerdo —él me observo mientras guardaba la flor dentro del libro—. Kelsey, no tardes tanto ya que quizás, los guardias del palacio vengan por ti para ir a Nezadian.

Sin dirigirle la mirada, asentí con la cabeza frenéticamente y luego sali de la casa a paso apresurado. Fui por mi caballo, al cual no le había designado nombre aún, y emprendimos camino hacia el bosque. En el proceso, me di cuenta que no sabía exactamente a dónde me dirigía y mi única guía serían las características del ambiente que Ulrik me indicó: región boscosa en la montañas, llegando  Tarram.

Obviando el hecho, de que jamás había pisado aquellas tierras que fueron del vizconde Lukas Griffith y que nunca había visto la estructura de aquella propiedad, tenía la esperanza de que mis instintos compensarían la falta de aquellos conocimientos.

El trayecto no perduró tanto como pensé, y en menos de los esperado me encontraba en medio de cientos de flores azules, idénticas a las que había conseguido. Di vueltas con mi cabello, en la espera de ver a quienes buscaba pero no había señal alguna. Luego, un crujido de una rama me hizo dar completamente vuelta.

—¿Por qué estás aquí? —solté un alarido, que luego bajo para ser un susurro determinante.

—Te seguí, cuando ví que salias apresurada de la casa Hughes —Ethel avanzó con galopes sigilosos—. Y debido a tu confesión de anoche, temí porque cometieras un acto arrebatado.

—Podré contar un carácter volátil, pero creeme que no armaré un plan demencial en una madrugada. —delvolví con tono alterado.

—Igual vine a asegurarme.

—¿Desde cuándo tu cuidas de mi? —ataqué con la vista fija en ella, una vez nuestros caballos quedaron encontrados lateralmente.

Sin ánimos de discutir, Ethel solo negó con impaciencia y avanzó otros pasos más en dirección contraria a mi. Sin soltar el libro en mi mano, baje del caballo en un solo salto y seguí persiguiendo las pistas que ahora no conseguía. Escuché a Ethel también descender del caballo, y como sus pisadas fueron acercándose detrás de mi.




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