Reina de sangre

Capitulo XXXII: Traición a la nación.

Observé a Benjamin, sentada en una silla al lado de su cama que consistía en un colchón de paja. Velé por sus heridas, que aunque todavía se estaban curando, parecían estar mejorando. Observé su rostro mientras dormía, tenía vendas en su cabeza, brazos y manos. Me di cuenta de que, sin importar la facilidad con la que podía mostrar su dureza, mientras dormía, Benjamin parecía más joven, más vulnerable y expuesto. Era como si no tuviera todas las defensas puestas, era como si le hubieran arrancado toda la armadura, y estuviera solo.

Ya había amanecido, los empleados en la hostería estaban al pendiente de cada movimiento que cualquiera de nosotros daba, incluso me ofrecieron vestiduras y cualquier platillo que se me antojara. Yo solo pedí poder tomar un baño, deshacerme de la ropa sucia y ensangrentada que lleva desde anoche. Serkan se había ido muy temprano con Ulrik a buscar unas plantas que él curandero dijo que Benjamin necesitaría para su recuperación.

Benjamin despertó, y me miró girando su cabeza de a poco, tratando de no lastimarse.

—Nunca pensé que me daría gusto verte. —sus ojos todavía estaban cansados, pero por algún motivo, me miraron con dureza y firmeza.

—Puedo decir lo mismo —moví mi pie incesantemente, mientras colgaba en el aire por tener una pierna sobre la otra—. ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubieran torturado... Ah, espera, así fue.

Eso comentario, en cualquier otro momento no me fuera afectado, pero nos encontrabamos en una situación distinta a las de siempre.

—Debes descansar, eso dijo el hombre que te atendió. —cruce mis brazos.

—Lo sé —murmuró con voz áspera—. Gracias —lo miré y fruncí el ceño—, por ayudarme.

—Yo no hice nada, él príncipe Serkan y Lord Ulrik fueron quienes consiguieron tu estabilidad. A ellos es a quienes les debes tus agradecimientos. —susurre sin ánimos y con indiferencia.

—Me refería, a qué nos sacaste de ese lugar. Cual fuera que haya sido.

Sus ojos se cerraron, y luego llevo su mano a la cabeza. Una punzada había cruzado su frente, pero después logró tranquilizarse.

—¿Recuerdas algo? —indague, volviendo a mover mi pie con nerviosismo.

—Realmente, no. Todo es confuso y doloroso, sufrí un gran golpe en la cabeza —empezó a relatar, y lo escuché con atención—; mis recuerdos llegan hasta cuándo merodeaba por los límites de Tarram. Fui solo, porque los demás estaban cuidando el campamento cerca de la ciudad de los exiliados y Anton, se había ido a Peguyt.

—¿Que hacías allí?

—Dafina dijo que Jannik se escondía en Tarram, por lo que fui en buscas de pistas.

Bajé la cabeza, inhalando aire lentamente y enterrando mis uñas sobre la madera de mi silla.

—Sin poder verlo venir, dos hombres me tomaron por la espalda y golpearon mi cabeza hasta quedar inconsciente —sus ojos empiezan a endurecer la mirada, y su mandíbula se marcó—. Desperté atado, en una cueva y luego de eso, solo fueron golpes, tras golpes y... Latigazos, heridas con cuchillos.

—¿Te hablaron? ¿Dijeron algo? —insistí, mordiendo mis mejillas desde adentro.

—No. Hubo un momento en el que, solo balbuceaba y no distinguía nada a mi alrededor —dejó de ver hacia al frente y me miró a mi—; después ví que habían traído a alguien más, que merodean y solo supe que eras tú, cuando nos sacaron de la cueva porque oí tu voz. Y la reconocí.

Dejé mi mirada suspendida en su silueta, mientras meditaba todo lo sucedido a través de sus ojos y si antes me sentía culpable, ahora solo quería darle una mirada condescendiente. De esas que yo tanto odiaba.

—¿Tú los vistes? ¿Los recuerdas?

Y de nuevo me enfrentaba a es pregunta, pero a diferencia de Serkan, él no tuvo tacto y me atrevesó con la interrogante que me carcomía el alma. Tomé fuerzas, y aferrandome a la silla, negué con la cabeza.

—Nunca pude ver sus caras. Me dieron a ingerir algo que me mantuvo mareada y desinhibida de lo que pasaba —inventé—, además de haberme untado azufre en mi labios para impedirme hablar. —aquello último, no era mentira. Él curandero me lo había confirmado cuando me examinó, después de tantas insistencias por parte de Serkan.

—Fue Jannik —aseguró, y eso me causó escalofríos—. De seguro ya sabe todo lo que hemos hecho, y ha tomado está oportunidad para darnos un tipo de advertencia —se detuvo, ya que sintió un latigazo de dolor en su pierna—. Pero no nos detendremos.

Su declaración, me hizo sudar desde la nuca hasta los pies. Bajé la pierna, y mis rodillas empezaron a temblar al igual que mis manos; debía controlarme. No podía estar siendo tan patética, podía con esto y más, no sé que me sucedía.

Aún así, el temor y la angustia hicieron su camino en mis pensamientos.

—¿Y si, si debiéramos detenernos? —sugerí temerosa, pero fingiendo ser firme.

Benjamin me observo con sospecha, y frunció su ceño. Buscó incorporarse un poco, y siguió examinando con la mirada.

—¿De que estás hablando? —sonó casi en regaño.

—De que quizás, debamos detenernos. ¡Mírate! Casi mueres. —mi respiración fue acelerándose.

—No me puedes estás diciendo esto —dijo él enfático, y con la voz cortante—. No es posible, no tú.

—¿Vale la pena morir por ello? ¿Vale la pena perder nuestras vidas por eso? —me puse de pie—. Si es verdad que fue Jannik, entonces tuvimos un golpe de suerte al estar aquí, a salvos.

Benjamin poseía la mayor incredulidad en sus facciones, a la vez que lanzaba miradas acusatorias en mi contra.

—¿Me estás hablando en serio? ¡Kelsey! —bramó iracundo—. Tú eres las que ha hecho hasta lo más irracional y frívolo, para seguir adelante. Fuistes en contra de Anton y de mi, llevándote a Ethel contigo, para ir a una misión a ciegas. Te enfrentaste a el grupo de hombres con más poder e influencia en todo Druseon, para conseguir incesantemente lo que querías, para que ahora me digas ¿Que debemos parar?

—Es diferente. —contesté, con mirada fría.

—¿En qué?




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