Reina de Sangre - Escalera Real ll

Introducción

Una vez más, Jack volvía a convertirse en prisionero. Se estaba volviendo una costumbre. No lo encerraron en una celda propiamente dicha, más bien era un matadero, una especie de coliseo bajo tierra. El piso era húmedo y resbaladizo, construido con piedras antiguas que dejaban en evidencia los años, tal vez siglos, que el coliseo llevaba en pie. Había montones de gradas hechas con bancos de madera. Cada espacio, cada hueco, era ocupado por una persona. Como si toda la ciudad hubiera ido a ver ese evento en especial.

Estúpidos.

La ciudad entera pasaba por una devastadora crisis.

Los trabajos habían disminuido, la educación y la salud se deterioraba día a día y llevar un plato de comida a la mesa a menudo, se había convertido en todo un desafío. Sin embargo, todos estaban ahí. Celebrando el sangriento evento de la única gente que no fue alcanzada por la crisis y disfrutaba del mal que esta le causaba a la ciudad.

La familia Hearts.

Jack los odiaba. Perversos, despiadados y manipuladores. A diferencia de lo que pudo comprobar con King al final, ellos parecían carecer de sentimiento alguno, solo respondían a la ambición y al poder. Sus hijos serían futuros soldados y sus enfermos cargas innecesarias que debían desechar. Esa familia era muy diferente a la que Jack construyó en su ciudad. No podía creer que, con tan pocos kilómetros de distancia, las semejanzas de las ciudades fuesen casi nulas. Por otro lado, no podía evitar sentir cierta admiración por la mujer a la cabeza de la familia: Queen.

Era una mujer sencilla, sin joyas, ni nada que la diferenciara de una anciana común y corriente. Salvo por un pequeño anillo viejo, con un grabado que él no alcanzaba a ver. Aun así, controlaba todo lo que había a su alrededor. O eso creía.

El otro miembro de la familia digno de alabanzas, era uno de sus hijos y hermano mayor de Anastasia. El mismo que había puesto a Jack en esa situación. Atado de manos, débil, con las piernas desechas y a punto de ser asesinado por la misma Anastasia.

Su amiga, la persona en la que más confiaba, la mujer que admiró más que a nadie en la vida; lo iba a matar. Mientras que él permanecía sin ninguna posibilidad de defenderse. Sabía que no quedaba escapatoria. Antes de detenerse en su mirada carente de emociones, observó, una vez más, los cadáveres esparcidos por toda la arena del coliseo. Eran decenas y la mayoría muertos por la misma mano que lo mataría a él.

Los cadáveres eran lo menos repulsivo que se podía ver en ese lugar, si tenías en cuenta a las criaturas que se alimentaban de ellos como carroñeros insaciables. Peores que buitres volando sobre tu cabeza, mientras caminas bajo el aplastante calor del desierto.

Esas Bestias, mitad hombres y mitad reptiles, se movían arrastrando sus cuerpos y arrancando trozos de los muertos. Parecían adorar la carne humana, pero sus enormes dientes no se detenían ante nada. Huesos, tripas, órganos y hasta excremento llevaban a la boca. No importaba. Ellos solo tenían un pensamiento en su pequeño cerebro: Comer, comer y comer.

Eran ciegos. Cuando no quedaba nada frente a ellos, olisqueaban el aire y avanzaban hacia donde estuviera la carne. Viva o muerta. Varias veces Jack y Anastasia fueron rodeados por esas criaturas. No los atacaban. Lo cual era raro, pues fue lo que hicieron durante todo el evento. La atacaron a ella y a las otras participantes. Como si fuera un obstáculo más en un juego. Un juego perverso y macabro.

Pensaba que de alguna forma las criaturas podían acatar órdenes o, tal vez, debido al silencio hipnótico formado en el coliseo. La euforia que se expandió por todo el lugar cesó por completo. Los gritos, abucheos y exclamaciones de ánimo supieron callarse.

Toda la situación llegó a un clímax. Había llegado el evento final. La gran victoria era para Anastasia, sí, y solo sí, cumplía una última orden. Asesinar a su antiguo líder.

—Aquí estamos —dijo Jack.

—Sí —contestó Anastasia.

—Sabía que lo lograrías —admitió con una sonrisa y a continuación escupió sangre junto con un diente—. Me molestaba —agregó.

—Estás demasiado sonriente para ser un hombre a punto de morir —reconoció.

—Es que..., bueno..., me alegro que seas tú y no una de ellas —dijo Jack, señalando a los cadáveres con la mirada.

—Sí, supongo que es lo mejor —repuso, al tiempo que se ponía detrás de él—. Tengo que hacerlo, Jack. Lo siento.

—Lo sé, yo también —añadió con tristeza.

 

 

Anastasia temblaba. De miedo, ansiedad, nerviosismo, por fatiga y quién sabe por qué más.

Cuando se colocó detrás de Jack, obtuvo una vista panorámica de todo el coliseo y sintió todos los ojos del lugar posados sobre ella. Dirigió su mirada a las criaturas y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando una de ellas aplastó un cráneo sin darse cuenta. Llevó su nariz a donde pisó, olfateó el lugar y tragó el resto de los huesos. Luego fue en busca de un brazo entero y separado del cuerpo al que alguna vez perteneció y que yacía en un lugar lejano. Recordó que fue ella quien cortó ese miembro y se estremeció.

En una especie de palco, vio a su madre sentada en una silla artesanal. Tamborileaba el posa brazo con su viejo anillo, en señal de impaciencia. A sus costados había dos guardias armados y muy bien vestidos. Detrás de ella estaba su hermano, sonriente. Como si estuviera feliz por los resultados obtenidos.




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