Miedo.
El miedo recorre los corazones de las personas que están por enfrentarse a lo desconocido.
Pueden, tal vez, confundirlo con ansiedad, nerviosismo o incertidumbre; pero siempre son emociones nacidas del miedo. Las bromas y las risas son muy comunes cuando lo peor podría pasar. A veces se tiene la creencia de que si la muerte es una posibilidad de lo desconocido, hay que reír previamente. Abandonar el mundo, pero sin dolor en el alma. Sonriendo por última vez.
Miedo era lo que Anastasia olía en el aire mientras se encaminaba a la misión junto a los rebeldes.
Cada uno de ellos lo manifestaba de diferente forma. Temblando, hablando, sudando, apretando los puños. Ella miraba a la nada, a través de la ventanilla de un camión. Ace conducía y ella iba a su lado, en el asiento del copiloto. Los rebeldes estaban todos en la parte de atrás.
Cada tanto, Anastasia quitaba la mirada de la ventanilla para posarla sobre su amigo, pues le transmitía seguridad como nada más podía hacerlo. Ni siquiera Jack. Él solo le producía preocupaciones y dolores de cabeza. Ace se encontraba sereno, con una sonrisa en el rostro y tarareando una canción. Lo observaba y no veía a un hombre que estaba a punto de enfrentarse a criaturas que comían carne humana, sino a un hombre yendo a un día de excursión. Un simple paseo por el parque.
Nunca había dejado de preguntarse por qué siempre permanecía tan tranquilo ante cualquier situación que lo pusiera en cara con la muerte. Siempre creyó que se trataba de ingenuidad o de exceso de confianza en sí mismo, pero… ¿Y si era algo más? ¿Lo disfrutaba acaso? Después de todo, Caos lo había elegido como su contenedor.
Anastasia era una asesina, lo sabía. Aunque lo negaba y rechazó serlo alguna vez, causando que su madre la abandonara, en su interior sabía muy bien lo que era. Estaba hecha para dejar cadáveres a su paso. Para cortar la garganta de sus enemigos y detener sus latidos. Ella era una mujer de acciones, no de palabras. El poder que había recibido era el que merecía: Masacre.
Aun así, no lo disfrutaba. No como parecía hacerlo Ace. Él nunca hablaba de sus victorias, no las celebraba y tampoco las presumía; lo cual lo hacía aún más temible. Era un misterio lo sucedido cuando Rudy y él se enfrentaron en la batalla contra King. Ganó, eso estaba claro, pero no sabían cómo. Encontraron automóviles destrozados, casas casi por derrumbarse y calles dañadas, pero no el cuerpo de Rudy. Solo mucha mucha sangre y por todas partes. Resultaba increíble que hubiera más sangre derramada donde solo dos hombres habían peleado, que en el resto del campo de batalla.
Ese día nadie se atrevió a preguntarle nada y tampoco era el mejor momento. Lo fueron dejando pasar, hasta que averiguarlo se convirtió en algo innecesario. No podían cuestionarle nada. No era un hombre que hablara mucho sobre lo que sentía o pensaba, pero son los hechos los que te demuestran el carácter de alguien, no sus palabras. Ace demostró decenas de veces que su corazón estaba con la familia Clover y eso era lo único que importaba.
—Estamos cerca —anunció.
Todos volvieron a la realidad. Sus mentes se habían ausentado unos momentos, pero regresaron y el miedo también lo hizo, más fuerte que antes. Esa noche sería el fin de los caníbales, o de una importante parte de la familia.
Las investigaciones realizadas los llevaron a una iglesia abandonada a las afueras de la ciudad, en una zona rural, a unos cinco kilómetros de un pueblo llamado Midnight. Pasaron por este antes de llegar. El camión se llenó de lágrimas.
Las luces del pueblo estaban encendidas. No había oscuridad en ninguna casa, bar o negocio. La luz brillaba en un pueblo de sangre y muerte. Los habitantes del lugar llevaban semanas muertos. No quedaba más que la carroña, alimentando los estómagos de buitres y cuervos.
Mientras avanzaban por el pueblo hacia la iglesia, veían la tonelada de cuerpos: algunos amontonados y otros dispersos por diferentes sitios. Presos de los caníbales. Gente con familia, trabajos y sueños. Todos destruidos por esas criaturas impulsadas por su hambre irracional.
Vieron un movimiento entre los cadáveres. Alguien tosió. Escucharon con más atención. Alguien murmurando… «Ayuda», parecía estar diciendo.
Lucil no lo pensó dos veces. Saltó del camión y corrió en dirección de la voz. Ella fue la única de los rebeldes en convertirse en una blackray y con ella, después de años, la familia Clover obtuvo un miembro que fue llamado por una herramienta, el poder de un ángel, y no por un arma. Ella podía curar. No quitaba vidas, las salvaba. Heredó el mismo poder que tenía la hermana de Luke. Después de su muerte, nadie había obtenido una herramienta dentro de la familia.
Su habilidad consistía en una serie de bisturís capaces de cerrar cualquier herida. Unía carne, hueso y piel, pero no órganos internos y tampoco recuperaba la sangre que el cuerpo perdía. El problema era que mientras más bisturís usaba y más heridas estos cerraban, ella enfermaba. Curar algo muy grave podía matarla. Esa era su maldición. Tener que dejar morir algunos para que ella pudiese vivir.
—¡NO! —gritó Anastasia, cuando vio a Lucil saltar del camión.
Era tarde. Cayó directo en la trampa.
El caníbal, fingiendo ser un sobreviviente, se levantó y tomó a Lucil de la muñeca. Abrió la boca y su cabeza estalló en pedazos. Reynold le había disparado al caníbal con un rifle francotirador, justo a tiempo. Ella no entró en pánico cuando aparecieron dos caníbales más y la atacaron. Acuchilló a uno de ellos en la pierna, luego en el brazo y terminó el trabajo dejándole el cuchillo clavado en el estómago. El segundo lo atropelló Ace con el camión.
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Editado: 05.06.2021