Reina del caos

10

Emma Bennett

Salir de mi habitación en silencio no es tan difícil como imaginé.

Apenas empujo la puerta para que no rechinara, y deslizo los pies por el suelo de madera, rogando que ninguna tabla suelta delate mi presencia.

Las dos personas que han invadido me casa están ocupados con lo suyo que, honestamente, dudo que alguno note mi ausencia... o eso pensaba.

Mientras cruzo el pasillo, me detengo un segundo al ver a Aiden en la cocina.

Está de espaldas, hablando por teléfono.

Su tono es bajo y serio, lo que me da una mala espina.

Decido aprovechar la oportunidad para continuar sin hacer ruido, caminando de puntillas por el pasillo hasta llegar a la puerta del sótano.

La abro con sumo cuidado, usando la otra mano para sacar mi teléfono y encender la linterna.

Cada paso que doy al bajar las escaleras resuena en mi cabeza, aunque en realidad, el ruido es casi inexistente.

El sótano está oscuro y lleno de cajas apiladas.

Todo parece más tenebroso de lo que recordaba, pero no me detengo.

Me acerco a una de las cajas que están apiladas en una esquina.

No sé bien qué busco, pero sé que lo encontraré aquí, donde guardo las cosas que no quiero recordar.

Agarro una de las cajas que están arriba y, al intentar bajarla, una punzada aguda atraviesa mis costillas, haciendo que la caja se me caiga de las manos y golpee el suelo con un ruido sordo.

—¡Mierda! —murmuro entre dientes, maldiciendo mi suerte y mi dolor.

Los pasos apresurados que se acercan me congelan.

Al girarme, veo a Aiden en la puerta del sótano, con una mirada que podría derretir acero.

Está cruzado de brazos, y el ceño fruncido que lleva me hace sentir como una niña traviesa atrapada en medio de un hurto de galletas.

Me quedo inmóvil, esperando que, por algún milagro, si no me muevo, él simplemente se vaya.

Spoiler: no funciona.

Aiden comienza a bajar las escaleras, cada paso resonando como una sentencia de muerte.

—¿Qué crees que estás haciendo? —me pregunta, su tono no deja espacio para bromas.

Resoplo, volteando los ojos como si no fuera gran cosa.

—Buscando unas cosas, ¿qué parece que hago?

Aiden estrecha los ojos, claramente no conforme con mi respuesta.

—Vuelve a tu habitación. Ahora —su voz es firme, autoritaria.

—No pienso hacer eso —respondo con molestia.

Si piensa que voy a obedecerle como si fuera una niña, está muy equivocado.

Aiden me lanza una mirada que podría hacer retroceder a cualquiera, pero yo me quedo firme, cruzando los brazos en mi pecho, desafiándolo.

—No te lo estoy pidiendo —replica, su voz es más baja y peligrosamente calmada.

—Y yo no te he pedido tu opinión —le respondo, sabiendo que estoy jugando con fuego.

Pero, ¿qué más da?

Sin previo aviso, de un momento a otro, el mundo se voltea, y de repente me encuentro colgada sobre su hombro como un saco de patatas.

¿Qué demonios…?

—¡Aiden, bájame ahora mismo! —grito, pataleando y golpeando su espalda con todas mis fuerzas, que francamente no son muchas en mi estado.

—¡Ah! —Un quejido de dolor escapa de mis labios cuando el movimiento hace que mis costillas protesten.

Mis pataleos cesan de inmediato, y Aiden parece notarlo, porque su agarre se vuelve un poco más suave, aunque sigue caminando con paso firme hacia mi habitación.

Cuando llegamos, me deposita sobre la cama con una suavidad que casi contradice lo que acaba de hacer.

Me reincorporo lo más rápido que puedo y le lanzo una bofetada en el brazo.

—¡¿Qué demonios te pasa?! —le espeto, furiosa.

Aiden, claramente enfadado, se acerca más, sujetándome las muñecas con firmeza, pero sin lastimarme.

—Es mejor que no vuelvas a hacer eso, Emma —su tono es grave, con una intensidad que me hace fruncir el ceño.

Lo miro directamente a los ojos, sin amedrentarme.

—Y tú, Aiden, es mejor que no vuelvas a cogerme de esa forma.

Nos quedamos en un tira y afloja de miradas durante lo que parecen siglos, hasta que finalmente suelta mis muñecas y se aparta.

Su rostro es una mezcla de frustración y algo que no puedo identificar.

Sin decir una palabra más, sale de la habitación como alma que lleva el diablo, cerrando la puerta detrás de él con más fuerza de la necesaria.

Me quedo sola en la habitación, mi corazón latiendo rápido.

Cruzo los brazos sobre mi pecho, aún molesta.

¿Qué acaba de pasar? ¿quién diablos cree que es para llevarme a rastras como si fuera un mueble?

Pero la curiosidad es un bicho implacable, y no pasan ni veinte minutos antes de que decida volver a intentarlo.

No voy a dejar que Aiden, por muy intimidante que sea, me impida buscar lo que necesito.

Con cuidado, me levanto y me dirigo hacia la puerta, asegurándome de no hacer ruido.

No quiero que nadie, especialmente Aiden, me intercepte de nuevo.

Con cada paso que doy, mi mente es un hervidero de pensamientos.

¿Por qué se está comportando de esa forma tan extraña? ¿qué se trae entre manos que siempre lo tenía tan serio y controlando todo?

Cuando llego al salón, la escena que me encuentro me hace detenerme en seco.

Aiden esta sentado en uno de los sofás, brazos cruzados y con una expresión de pocos amigos.

Lo miro de reojo, tratando de pasar desapercibida.

Tal vez, si camino lo suficientemente despacio, puedo escabullirme hacia el sótano sin que se de cuenta.

Pero claro, mi suerte no era tan buena.

—¿A dónde crees que vas? —La voz de Aiden, baja y molesta, corta el aire y me hace detenerme en seco.

Me giro lentamente, encontrándome con su mirada fija en mí.

Ahora se ha levantado del sofá y se ve más imponente que nunca, con esa mezcla de enfado y autoridad que casi puede hacerme temblar.




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