Emma Bennett
Estoy atrapada en un sueño que no tiene sentido.
Camino por un pasillo oscuro, con paredes que parecen acercarse cada vez más.
De repente, el suelo bajo mis pies desaparece y cae, pero antes de estrellarme contra el suelo, una voz me susurra al oído, una voz que conozco pero no logro identificar.
Siento miedo, pero al mismo tiempo, una extraña sensación de familiaridad.
Justo cuando la voz parece decir algo importante, un sonido fuerte me sacude, y me despierto de golpe, el corazón latiéndome como si acabara de correr una maratón.
Parpadeo, tratando de centrar la vista, y lo primero que veo es a Lucas, de pie al borde de mi cama, con el ceño fruncido.
Me quedo mirándolo un momento, confundida.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto, mi voz suena adormilada y algo molesta.
Lucas levanta una ceja y se cruza de brazos, su pijama desordenado le da un aspecto más relajado, pero la seriedad en su rostro no coincide con la imagen.
—Solo te toqué para despertarte —responde con un tono de falsa inocencia—, pero si hubiera sabido que ibas a pegar un salto como si te hubieran pinchado con un alfiler, ni me hubiera molestado.
Ruedo los ojos ante su comentario.
—¿Qué hora es? —pregunto, aunque ya comienzo a sospechar que era demasiado temprano para mi gusto.
—Son las nueve de la mañana —responde, con la misma calma de siempre.
Suelto un suspiro exagerado y me dejo caer de nuevo sobre la cama, con la esperanza de que él se de cuenta de que no tengo ninguna intención de levantarme temprano.
Pero, como siempre, Lucas no se inmuta.
—Levántate ya, Aiden llegará en media hora —dice, dándome un último vistazo antes de salir de la habitación.
Bufo, pero finalmente me levanto, sacando el primer chándal que encuentro en el armario: uno gris oscuro, con una sudadera y pantalones a juego.
No es gran cosa, pero por lo menos es cómodo.
Mientras me recojo el pelo en una coleta rápida, me dirijo hacia la entrada de la casa.
Cuando llego al salón, veo a Lucas apoyado en el marco de la puerta, hablando con alguien.
Al notar mi presencia, se hace a un lado y Aiden entra con esa tranquilidad característica suya.
Al verme, una sonrisa burlona aparece en sus labios.
—Parece que hoy no me recibes en pijama —comenta con su tono habitual, que me hace querer replicarle algo mordaz.
Lo miro de mala gana mientras me sirvo un café, intentando no mostrar demasiado mi fastidio.
Pero en cuanto termino de preparar mi café, me dirijo al salón, donde Lucas ya esta sentado frente a Aiden.
Me siento al lado de Lucas, sintiendo el ambiente demasiado tenso para mí gusto.
El silencio que se forma entre los tres se hace cada vez más incómodo, así que finalmente me armo de valor para preguntar.
—¿Qué es lo que me tienen que contar?
Aiden se cruza de brazos y se recuesta en el sofá, su mirada fija en mí.
—Primero, no puedes decirle absolutamente nada a nadie sobre lo que vamos a contarte —dice, su voz firme y autoritaria.
Miro a Lucas de reojo antes de asentir, un poco más nerviosa ahora.
—Tienes que intentar comprendernos —interviene Lucas, pero su tono era más suave, como si intentara prepararme para lo que van a decir.
Aiden resopla con impaciencia, interrumpiendo a Lucas.
—Aunque no lo comprenda, no va a cambiar lo que somos.
Frunzo el ceño y miro a Lucas.
—Díganmelo de una vez, sea lo que sea.
Lucas asiente, pero es Aiden quien toma la palabra.
—La familia a la que pertenecemos no es como las demás —comienza—. En Chicago, nuestro nombre es uno de los más importantes, aunque no sepas cuál es. Eso es porque nos hemos asegurado de que nadie fuera de ciertos círculos lo sepa. Lo que sí necesitas saber es que tanto Lucas como yo lideramos nuestras propias... organizaciones.
—¿Organizaciones? —repito, con una sensación incómoda en el estómago.
—Familias —corrige Lucas mirándolo de soslayo— para ser más específicos.
Los miro, esperando que alguno de los dos se ría, que digan que todo esto es una broma pesada, pero sus expresiones siguen serias.
Parece que no están bromeando.
—Ambos lideramos organizaciones diferentes, pero nuestra familia es la más poderosa en Chicago —continua Aiden—. Durante generaciones, hemos controlado partes importantes de la ciudad, pero siempre desde las sombras. Ninguno de nosotros ha revelado su identidad pública, ni permitido que nuestros nombres o imágenes salgan a la luz.
Lucas asiente, reforzando lo que Aiden ha dicho.
—Eso significa que todo lo que has visto y vivido con nosotros, todo lo que se te ha ocultado, tiene que ver con eso. Y ahora... ya lo sabes.
Me quedo en silencio, procesando lo que acababa de escuchar.
Los miro a ambos, intentando encontrar algún indicio de que todo esto es una locura.
Pero antes de poder detenerme, empiezo a reírme, incapaz de contener la risa.
Aiden y Lucas me miran con una mezcla de reproche y confusión, lo que solo hace que me ria más fuerte.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta Aiden, claramente molesto por mi reacción.
—Lo que me han dicho... —logro decir entre risas—. Es imposible. ¡Buena broma, chicos! Realmente me la creí por un segundo.
Pero al ver que ninguno de los dos se rie, mi risa se va apagando lentamente.
Miro a Lucas, esperando que al menos él me diga que todo esto es un juego.
—No es ningún intento de quedarnos contigo, Emma —dice Lucas con seriedad—. Es la verdad.
Siento como si el aire se hubiera vuelto más denso.
Ya no era tan gracioso.
Algo en sus miradas, en la gravedad de sus voces, me dice que esto no era una broma.
¿Y si es cierto... ?
—¿Entonces ustedes...?
—Somos lo que te hemos dicho que somos —confirma Aiden, sus ojos fijos en los míos—. Y ahora, tú también formas parte de esto, Emma.